Manuel Jabois: “Me interesa Madrid por desconocida”

Manuel Jabois (Sanxenxo, 1978) es el vivo ejemplo de que hay esperanza para el buen periodismo. Tras 15 años en el Diario de Pontevedra acaba de fichar por El Mundo, medio con el que ya colaboraba como columnista. Comparado hasta la saciedad con Julio Camba y ascendido a los cielos del periodismo nacional por Pedro J., a Jabois no le ha quedado más remedio que aplicarse el título de su propio libro e Irse a Madrid a buscar historias y seguir llenando laterales de páginas. Pocas semanas antes de su partida, nos citamos con él en Pontevedra para una entrevista que llevaba meses acordada y acabó naciendo en forma de charla tranquila. Con ustedes, el hombre que Enric González dice que “está condenado a convertirse en el mejor columnista de ahora, si no lo es ya”.

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© Charlie Peartree

Perteneces una raza ya en peligro de extinción: los que trabajan en los medios pero sin haber estudiado algo relacionado con la comunicación. ¿Cómo se consigue?

Con muchísima chiripa. Ahora esto va a ser más complicado con estudios y sin estudios. Antes había más desembarco de gente que o bien no había estudiado la carrera o bien no había estudiado nada, como fue mi caso. De todos modos no creo que haya sido de los últimos. Al que tiene una vocación siempre se le acaba recompensando. El que lee periódicos y lleva el periodismo en la sangre va a tener oportunidad de ser periodista. Evidentemente, es muchísimo mejor que que tenga una formación teórica de su trabajo. Yo no soy el ejemplo de nada y no me pongo como piedra angular de ningún proyecto de periodista que vaya por ahí sin título ni nada de eso. Lo mío fue una concatenación de circunstancias que se dieron en un momento en el que yo tenía veinte años y me tiré sin red. De la misma manera que las cosas parecen ir bien, a lo mejor mañana no van tan bien. También me pude haber quedado por el camino y acabar haciendo otra cosa que no fuese esta, lo cual hubiese sido una gran desgracia, porque solo sé escribir.

¿La vocación surge de leer periódicos o te la metió tu abuelo, que ya ejercía de periodista?

La vocación surge de la mirada contemplativa y de querer estar informado. Tiene que gustarte mucho el presente, porque el periodismo se nutre de todo pero lo que lo mueve es el presente. El relato de los hechos, que luego siempre hay que contextualizar. A mí me encanta dar noticias, me gusta muchísimo saberlo todo como una portera. Me encanta además la reacción de la gente cuando se entera de algo por uno, y te hablo tanto del cotilleo como de que se han estrellado los aviones en las Torres Gemelas. Yo cuando veo esa noticia llamo a la gente y se lo comunico como si hubiese dado la exclusiva. Me gusta contar cosas que la gente no sabe. Eso supongo que tiene que ver con el periodismo.

¿Cuándo empiezas a escribir?

Demasiado temprano. Tengo varios cómics pegados editados a mano en hojas cuadriculadas de superhéroes; no recuerdo qué edad tenía. Eran absurdos, con sus villanos y sus buenos, y yo siempre era el bueno. Cuando había alguno de mi clase que no me caía especialmente bien lo ponía de supervillano. O sea que llevaba la vida de la clase al cómic, como ese típico niño frustrado que llega a casa y empieza a montar su propia realidad paralela. Era una cosa muy básica y muy absurda, pero lo peor siempre viene después, cuando quieres escribir en serio. En la niñez aún hay ternura, pero luego se pone uno pretencioso y pasa la adolescencia escribiendo cosas espantosas absolutamente indigeribles. Una adolescencia de toda la vida, vamos, pero también en el folio.

Empezaste cinco carreras pero nunca te llamó el Periodismo.

No, porque en Periodismo pedían una media muy alta. Me pude ir fuera, pero creo que comprometía los recursos económicos de mi familia. Y entonces empecé a vagar por el sistema universitario gallego como un zombi. Primero con Derecho, luego con Filología… Cuando ya estaba trabajando pero quería seguir estudiando compraba los libros y los dejaba con el plástico todo el año. Empecé Filosofía, Historia… no sé si hice alguna más o si digo cinco para redondear; cuatro fueron seguras, no recuerdo si luego me llegué a meter en otra. Matricularme ya es un hobbie.  Todos los años en septiembre me voy a la UNED y pregunto si hay algo nuevo.

¿No te queda la espinita de sacar alguna?

Ya he superado la treintena, estoy cansado. Tengo pesadillas muchas veces con exámenes y con estudios supongo que por complejo… Pero se me olvidó por completo la tensión del estudio. Leo lo que me gusta.

¿Sacas mucho tiempo para leer?

Es parte de mi trabajo; casi todo mi trabajo, diría. Leo actualidad y trato de sacar tiempo para leer libros. Pero soy bastante menos lector de lo que aparento en las columnas, porque a veces cito a gente que parece mi hermana y les he leído uno o dos libros. Lo que pasa es que aprovecho todo. Todo lo que veo en los libros, en las series y en las películas lo exploto porque lo recuerdo con naturalidad cuando escribo. A veces pienso que no hay una cosa que no sepa que nunca la haya dicho. Si lo sé es que porque lo he publicado o estoy a punto.

Tuviste dos siniestros con el coche, uno a la salida de la discoteca Zoo. Un poco cani, eh.

Mucho. Pero lo cani es estar vivo, no estrellar el coche. ¿Qué le vas a hacer?

Con el coche ya nada.

No, pero yo detesto los coches. Estrellarlos fue lo mejor. No conduzco nunca borracho y casi nunca sobrio. De hecho no tengo coche. Ahora con un hijo a lo mejor tendré que pasar por el aro y coger uno seguro, pero anduve siempre en coches de mierda. No soy cani automovilístico,  admito ser cani de borrachera.

Zoo es bastante cani.

Bueno, yo le he perdido la pista. No frecuento lugares en los que se almacenen más de veinte personas. En aquel entonces sí, porque como había tanta gente pasabas bastante desapercibido y era maravilloso; esa sensación de estar completamente borracho pero que nadie más se entere.

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© Charlie Peartree

Al haber empezado como corresponsal en Sanxenxo, ¿ahora es fácil sacarle partido a cualquier cosa?

Te acostumbras a ordeñar la vaca hasta que no le quede ni una gota de leche. Yo raspaba como un carpintero y repetía muchísimas noticias: convocatorias, previas de fiestas… Además a cualquier noticia le quitas grasa y te acostumbras a explotar puntos de vista. Aprendes a hacer de cualquier tontería un titular de cuatro columnas y te formas un relato extraordinario de una cosa absolutamente estúpida, pero que tiene su interés, sobre todo a la hora de formarte como periodista.

¿Cómo te llegó la oportunidad de escribir una columna?

La primera me la sugirió un ex subdirector del Diario de Pontevedra, supongo que en aquiescencia con el director. De vez en cuando en la crónica municipal me largaba alguna metáfora inexplicable o me ponía a divagar sobre la vida y sus circunstancias. Debieron decir: “Vamos a darle una columna y sacarlo de aquí porque este nos va a volver locos a los lectores”. Se me veía con ganas, yo las tenía y me la acabó ofreciendo Xoán Manuel García en la última página. Pero mi gran alegría realmente fue empezar a trabajar en el Diario y firmar por primera vez. Una crónica infame sobre la concentración mototurística que hay en Sanxenxo que terminaba diciendo: “Y las motos se alejaron del pueblo bajo una niebla espesa…”. Con sus puntos suspensivos y todo, que es una cosa que detesto, no digamos ya al final de un artículo.

¿Qué te dijeron tus padres después de la primera columna?

Siempre me han respetado. Y eso que algunas son para ir a trabajar con la cabeza metida en un cubo. Hay artículos que les gustan mucho y otros que no les gustan nada. Entienden que me dedico a relatar actualidad y que a veces no hay mejor noticia que uno mismo.

En el prólogo de Irse a Madrid dices que escribes las columnas “alejado de ellas, con distancia escéptica y humor desesperado”. ¿Es una forma de mirarse en el espejo?

Depende del contexto. Ahora en El Mundo estoy haciendo unas columnas muy políticas, muy de actualidad, y no tengo tanto espacio como para meter mi vida. A veces las cosas las explicas mejor poniendo ejemplos y en ese sentido yo me implico bastante, como el chiste del plato con huevos y jamón, para el que ayudan la gallina y el cerdo, pero el que verdaderamente se implica es el cerdo.

Parece que en El Mundo te pones más serio.

Las columnas hay que saber dónde publicarlas y de qué hablar en ellas. Yo sigo contando mis cosas pero procuro medirlo un poco más, porque lo que no puedo es convertir una tribuna de un periódico en mi diario personal. A veces se cuela el personaje literario de otros artículos y a veces no, dependiendo de la pasión que le ponga. Quizás eche de menos un poco las columnas de tono más festivo, pese a que creo que sigo escribiendo con humor. Se me ocurre mucho humor negro, pero es un humor especialmente sensible para el que hay mejores plataformas que un periódico. Si alguien le van a desahuciar o a despedir y se encuentra contigo haciendo chistes sobre él supongo que no le hará mucha gracia; a mí no me la haría. Una cosa es el monólogo del Club de la Comedia y otra que tú pagues un euro veinte para que un tío ocupe una tribuna con ocurrencias macabras. De todos modos yo llevo poco tiempo en El Mundo: un año no es nada. Las primeras semanas estaba temeroso: entras en miles de casas que no son tuyas. Ese primer encuentro con los lectores es difícil y suele provocar malentendidos.  El peor de todos, que crean que eres mejor de lo que eres.

Para condensar un poco el toque irreverente de tus columnas: tu peor mañaneo (no vale Morir en Caneliñas).

Yo te cuento los mañaneos felices, porque los ha habido bastante desgraciados y no quiero ni recordarlos. Los mañaneos alegres de la veintena fueron algo sano con gente dispar. Ese proceso de selección que va haciendo la noche dejando a los despojos en un after. La cultura de after la quise mucho en mi momento. No puedo decir que era muy recomendable porque suena bastante suicida, pero era muy interesante; he hecho mucha vida en los afters y los recuerdo con cariño como a una enfermedad benigna. He conocido a gente interesante y he llegado a sacar noticias, porque a las ocho de la mañana todo el mundo tiene la lengua larga. Es un universo fascinante. A veces, como se cerraba el after y yo vivía solo, acabábamos en mi casa y allí entraba de todo. Podíamos estar en un salón desde un policía nacional hasta un narcotraficante. A mí eso me encanta, porque del periodismo lo que más me gusta es tratar al ángel y al diablo hasta no reconocer quién es quién.

Ha llovido ya.

Te estoy hablando de cosas que han pasado hace más de diez años. Siempre digo que Irse a Madrid es un libro en el que cuento la parte políticamente correcta del trasiego nocturno de los veinte. La políticamente incorrecta la tendré que disfrazar de ficción para evitar problemas legales y problemas en la herencia. La noche para mí siempre fue muy interesante y siempre me proporcionó grandes historias al punto de que no sabía si salía por trabajo. Es algo que te ayuda también a enfrentarte con la realidad. Pero cansa mucho: esta gente canalla y noctámbula que sigue  a los sesenta a mí me da un poquito de miedo.

¿No es una sensación extraña estar triunfando en una profesión en la que muchos lo están pasando mal?

Extraña, sí. En mi caso personal es la consecuencia natural de una carrera de fondo. Cuando el periodismo iba de puta madre yo estaba en un diario pequeño aprendiendo el oficio de mileurista. Llevo quince felices años trabajando. Ahora parece que se tuercen las cosas, sorprendentemente para bien, y yo se lo agradezco mucho a El Mundo.

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© Charlie Peartree

¿Qué crees que le pasa al periodismo?

No tengo ni idea. O sí sé lo que le pasa, de lo que no tengo ni idea es de cómo se le pasa. Ya sabemos que es el cambio absoluto de dinámica, de formato y demás, que como en cualquier tipo de transición se dejan muchísimos cadáveres en las cunetas. El periodismo que conocíamos probablemente dentro de diez años no lo conozcamos ya, aunque esto se lleva diciendo ya dos décadas. El papel pierde lectores, el digital no gana ni la cuarta parte de lo que ganaba el papel, la publicidad ha descendido de una forma brutal; de eso es de lo que se está hablando. Y a mí ya hablar del futuro, el presente y el pasado del periodismo me aburre muchísimo, porque el problema está perfectamente diagnosticado pero la solución no, y yo no la tengo. Yo escribo. La solución la andan pregonando por ahí los famosos oráculos que piden el gratis total cobrando por conferencia. Hasta ahora la sociedad siempre ha asumido que todo esfuerzo se paga, y que yo cuando voy a una tienda tengo que dejar lo que me lleve pagado. Internet, que es una bendición, ha cambiado hábitos al nivel de perturbación intelectual en el que al usuario le dices que pague un euro al año por el Whatsapp y le parece caro. ¿Cómo les cobras por un reportaje por el que te has tenido que ir a Libia? De todas formas, no me gusta teorizar sobre el periodismo y a veces tengo la sensación de que no hago otra cosa.

¿Te ha pasado como a Jordi Évole, que ha dicho que tal y como están las cosas no queda más remedio que ponerse serio?

Yo escribo una columna diaria; puedo ponerme hasta lírico. Mi lector sabe perfectamente cuando estoy hablando en serio y yo mismo lo dejo notar, a menudo sin éxito. Me gusta escribir todos los días porque me gusta tocar todos los palos. Desde escribir de Berlusconi hasta de la mercería de una maruja. Es evidente que hay un tono mayoritario que es el humorístico, y es natural que se me reconozca por eso; de hecho muchas veces para analizar la actualidad la ironía es el mejor camino, porque es un camino tranquilo en el que a veces se dicen más cosas sin decirlas. Es una manera que además nosotros los gallegos la tenemos retranqueira, así como “con cariño pero te lo voy contando”. No haces daño y lo agradece el autor más que el lector, porque una columna en la que se te vaya la mano puede ser muy destructiva.

A los columnistas se les suele encasillar por el pie del que cojean, pero contigo es más difícil. ¿Procuras ser discreto o es que no cojeas?

A mí la política no me emociona, por eso me gusta. Mi única religión conocida es el Real Madrid, ahí cojeo de todos los pies y por eso nunca seré periodista deportivo; no al menos de referencia. Me gusta escribir de política porque en la vida sólo soy del Madrid, de mi padre y de mi madre. No tengo ningún carnet, ni me siento dolido personalmente cuando le encuentran a alguien un escándalo. Supongo que de ahí una mirada escéptica y desdramatizada.

¿No te indignas?

Pero me indigno sin sectarismos, o eso espero. Tampoco soy símbolo de ninguna pureza ideológica. Yo tengo mis ideas pero trato de expresarlas como si no fueran las únicas. Yo puedo coincidir contigo en todo y votarte como alcalde, pero si haces una cafrada escribo de ella. Si no no sería periodista, sería otra cosa. Y si te enfadas conmigo el problema es tuyo. No me asusta coincidir con Esperanza Aguirre ni con Pepe Blanco. No tengo un cordón sanitario alrededor de nadie. Ni en la política ni en la vida.

¿Es imposible darle largas mucho tiempo a Madrid o te has cansado de pensar en lo que pudo haber sido?

Pontevedra es una ciudad excelente para vivir, como Sanxenxo, pero a mí como universo periodístico se me agota. A la hora de hacer periodismo está bien conocer otros lugares. Pero vamos, se me agota esto como se me puede agotar Madrid dentro de cinco o de diez años. No porque Pontevedra sea pequeña sino porque llevo quince años haciendo periodismo aquí. Me apetece pisar otra ciudad y  escribir de algo que no conozco. Me interesa Madrid por desconocida.

Has dicho que a alguien solo se le puede arrancar de Galicia por una cierta cantidad de dinero.

También, claro. No tengo edad para marcharme de ningún lado con una mano delante y otra detrás. Yo siempre quise escribir en un periódico de tirada nacional. Se trata de llegar a una cantidad de lectores que no hubiese sido posible de otro modo. Se trata, por tanto, de alimentar la vanidad y de querer ser mejor. En El Mundo estoy muy bien acompañado: son periodistas que he leído desde siempre. Me produce mucha excitación, porque además El Mundo es un periódico impredecible, que es el periodismo que más me gusta. Nunca sabes por dónde van a volar las hostias.

¿No tienes miedo de que se entiendan las ganas de conocer algo diferente como una “traición” a esa defensa de que se puede hacer buen periodismo lejos de las grandes ciudades?

Hombre, traición. Yo no soy Rosalía de Castro. Simplemente me han hecho una oferta para incorporarme a un periódico más grande. La oferta me atrae y el trabajo que voy a hacer allí es muy interesante, porque se trata de estar en la pomada, que es una palabra que aborrezco. Lo que es ridículo es que yo escriba para El Mundo sobre lo que pasa en Madrid desde aquí. Yo he estado en Pontevedra escribiendo sobre el Debate del Estado de la Nación en pijama a las doce del mediodía comiendo unos cacahuetes con miel. Una vez está bien, porque estás empezando, pero se escribe mejor estando en los sitios. El artículo crece exponencialmente en calidad; de eso estoy convencido. Yo me voy a Madrid también por las ganas de mejorar.

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© Charlie Peartree

¿Qué cambiarías del Diario de Pontevedra?

Le pondría cinco redactores más. Es un periódico ahogado por la crisis, nada original en ninguno, también El Mundo. Hay demasiado trabajo y está todo el mundo muy saturado. No voy a decir yo “cambiaría esto y aquello” porque me parecería una indecencia y sé el esfuerzo que están haciendo mis compañeros. Yo aumentaría la plantilla; sé que la empresa no está en disposición de hacerlo.

Hace poco ha habido un cambio en la dirección del Diario, se ha ido Antón Galocha. ¿Se queda un poco huérfano el periódico?

Un director siempre deja huérfano a cualquier periódico, hubiera sido malo o bueno. Galocha fue muy bueno. Un periódico si no se queda huérfano de director es que el director no ha ejercido nunca. Dentro de la desgracia, al menos le sucede el subdirector y no ha habido una transición traumática. Pedro Pérez conoce las teclas que hay que tocar para dirigir el Diario y se está intentando que la orfandad no sea tan grande.

¿Cómo surgió lo de colaborar en la radio? ¿Estás a gusto en ese tipo de formato?

Al principio era horrible porque yo detesto escucharme como al principio destestaba leerme. Alsina, también a través de Gistau, me ofreció colaborar con él en La Brújula (Onda Cero). Tengo allí una pequeña sección y me produce mucha felicidad ponerme los casos y acercarme al micrófono. Ahora sólo me falta saber hablar; nunca pensé que fuera tan difícil hablar y me ocurre delante de un micrófono o una grabadora. Es ver la lucecita encendida y colapsarme. Pero la radio me produce muchísima curiosidad. Creo que yo a ella también, quizás por torpe.

Una vez dijiste que a ti solo te gustaría reencarnarte en el presidente de la comunidad de vecinos de Javier Marías. ¿Lo mantienes?

Joder, pero eso es deporte de riesgo, la presidencia de la comunidad de vecinos de Marías tiene que ser como hacer puenting todos los días. Ahora me gustaría reencarnarme, además, en el presidente de la cofradía que pasa por delante del portal de Javier Marías todas las Semanas Santas.

Junto con esa expresión, hay otra que llama la atención especialmente. Creemos que has acuñado la mejor descripción del chándal posible: la vestimenta “para cruzar el puente de A Barca para el pico de caballo”.

Es el uniforme habitual que le da aquí el Ayuntamiento a los yonkis para reconocerlos. Es curiosa la decadencia del chándal: ha pasado de un uniforme prestigioso entre los medallistas olímpicos a ser el pozo de decadencia mayor.

 La entrevista soñada.

Amancio Ortega.  Una vez un compañero del periódico me preguntó: “¿Ganar el Nadal o entrevistar a Amancio Ortega?”. Y yo digo que Amancio Ortega, sin duda. Me interesa muchísimo periodísticamente. Tiene una historia; nosotros buscamos historias. Pero Ortega no nos la da de primera mano.

¿La gloria gallega pasa por el barco del narco?

Parece que se está convirtiendo en un hobby el navegar por la ría con personajes comprometedores: un empresario nacionalista, un narco…. Son fotos muy antiguas. Yo defiendo que una persona pueda tener un amigo narco; lo mismo son amigos de la infancia y cada uno tomó el camino equivocado, en este caso el político (ríe).

Pero de ahí a decir que no sabía que era narco…

Eso es una tontería. Ya en 1990 hay una pieza sobre Dorado en El País, eso lo sabía todo el mundo. Feijóo ha escupido para arriba con las fotos de Quintana y ahora le está cayendo hacia abajo un océano. Lo que no entiendo es por qué sabiendo él mismo que existían esas fotos no las hizo públicas con toda la tranquilidad del mundo para evitar esta situación de llantos por las emisoras. O decir: “Sí, es amigo mío y lo quiero mucho. Creo que su estilo de vida y sus negocios son los equivocados pero eso no yerra mi juicio personal con él. Por supuesto que lo sigo llamando y muy de vez en cuando lo visito a la cárcel, donde le llevo pastitas. Jamás he hecho ningún negocio con él, jamás me ha comunicado nada porque me haría cómplice. Y esos son mis afectos personales”. No hay atrevimiento para esa clase de declaraciones en política hoy en día, pero son muy necesarias, al menos para dimitir con dignidad.

Te gusta el Twitter pero lo estás dejando.

Dejarlo no, pero sí dosificarlo. Es una herramienta que engancha. Lo que hago es quitar el cable del ordenador para escribir. Me encierro en la habitación y ahí no tengo más cojones que escribir o pensar en las musarañas, que pensando en las musarañas a veces escribes más que apoyando el dedo en la tecla. Pero es que si tengo el cable puesto ya no es solo el Twitter, es que puedo acabar en cualquier lado. Frecuentemente porno.

Segurola dice que el Twitter es como un bar de borrachos.

No conozco ningún bar de sobrios. Igual Segurola va a alguno; en ese caso lo compadezco.

Pero alguna vez te has enzarzado con algún twittero, y eso que dices que el deber del columnista es pasar de los lectores.

Sí, y me arrepiento. Pero me enzarzaría más. Yo antes tenía un blog en el que había días con seiscientos o setecientos comentarios. Era un mini Twitter, y yo a veces me enzarzaba y me lo pasaba muy bien. Pero la gente en general no lo entiende así: yo me puedo pelear con alguien en Twitter y decirle cuatro barbaridades, pero joder, no va a pasar nada, incluso es bueno para entrenar un poco el punch. Defiendo mucho los antiguos odios literarios de intercambios de cartas con invectivas y golpes bajos; siempre bien escrito, con inteligencia, humor y un punto sucio. Pero ya no hay sitio para eso, la gente se lo toma todo a la tremenda y a veces haces una broma con algún colega y ya hay quien le ataca como si fuese algo personal. Procuro atacar ideas, contrarrestar argumentos, pero nunca nada personal, y de haberlo, nada que nos separe en la calle para tomar una copa. Mira: salgo con amigos íntimos que creen que lo que yo escribo es una mierda. Qué se le va a hacer. Trato de medirme por la calidad de mis enemigos y afortunadamente la mayoría son más cultos, interesantes e inteligentes que yo. Y cuando he discutido con alguno y me ha respondido con inteligencia lo que he hecho ha sido plagiarlo y meter alguna de sus expresiones en mis columnas. Cuantos más enemigos de esa clase tenga, mucho mejor.

¿Te preguntan más por Camba o por Pedro J.?

Por Camba bastante más, afortunadamente (ríe).

Lo de compararte con Camba ya roza casi lo religioso.

Es cierto que como leo mucho a Camba se me quedan muchos giros de él, y hay como un eco lejano. Evidentemente, todo pasado por mí y todo relativizado por mi estilo, que no es el de Camba, desgraciadamente. La comparación es molesta porque Camba se fue de polizón a los trece años para Argentina y a partir de ahí empezó un tránsito por medio mundo escribiendo desde todas las capitales europeas, y yo he estado en Sanxenxo hasta los 34 años y medio. ¡Y ahora que me voy a Madrid me dices que traiciono a mi ciudad! (ríe)

¿La vejez será novelística?

Si da dinero sí. Yo quiero escribir en los periódicos hasta que me muera. Pero yo si escribo cinco novelas y gano con ellas cien euros entre todas no voy a seguir escribiendo novelas. A mí imaginar me cuesta muchísimo, pensar un poco menos, pero también lo suyo. Que conste que me apetece, y que en cuanto tenga un poco de tiempo me lanzo, pero con el objetivo de hacer una buena historia que se consiga vender bien. Lo que pasa es que no tengo demonios interiores, ni traumas familiares para novelar. A mí la gente tortuosa que escribe me da un poquito de pánico. Yo intento escribir siempre feliz como un gilipollas; el drama es que se nota.

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© Charlie Peartree

Define “mourinhismo”

Borra todo lo anterior, que ahora empieza la entrevista (ríe). El mourinhismo es indefinible en sí mismo. Lo que se conoce como mourinhismo puede ser una postura que afecta a la superprofesionalización del deporte tal y como es concebido en competiciones como la NBA. Mourinho es un entrenador de NBA, lo que pasa es que está aquí metido en esta competición de provincianos porque el fútbol a veces trae estas desgracias. Y claro, se encuentra con unos periodistas que no lo entienden y con unos aficionados que se escandalizan porque ha dicho esto y lo otro, y aquí no estamos acostumbrados a que nadie diga lo que piensa. Yo, de hecho, no digo lo que pienso: cuando hablo con una grabadora encendida suelo ser más políticamente correcto de lo que me gustaría, tengo miedo de meter la pata y no me fío de mi mala cabeza. Mourinho sí dice lo que piensa, a veces escandaliza y a veces no. Es muy mal perdedor, exactamente como cualquier entrenador de Primera División, solo que no se esfuerza en disimularlo. Es el entrenador menos hipócrita que ha pasado por la liga española desde los tiempos de Helenio Herrera.

Te encanta justificarlo.

Se justifica solo, por lo que me ha parecido entender estos años.

¿Recurrimos al dedo?

Lo del dedo sí es injustificable. Yo le reprocharía muchísimas más cosas a Mourinho de las que le reprocho si no hubiese la campaña más violenta que se ha ejercido nunca contra un entrenador de fútbol en España. No he visto nada igual a lo de la prensa española con Mourinho: ha salido en las páginas de internacional, en las de televisión, han ido a por su hijo. Han mentido por un tubo, que antes era la única frontera que no se podía traspasar. Lo del dedo y lo del periodista al que pidió explicaciones en otro gesto desafortunado fue la gota colmó el vaso y se desató el todo vale. A propósito de esto, que es un tema francamente aburrido, guardo en mi relicario una historia que resume el estado general de las cosas. Varios meses atrás los periódicos destaparon un escándalo: Mourinho se planteaba jugar sin Casillas ni Cristiano. Discurrieron los días entre titulares, tertulias y gran escándalo; al llegar el domingo salieron los dos tranquilamente al campo. Un famoso periodista deportivo zanjó la cuestión: “Se agradece que Mou haya hecho lo normal, que jueguen Iker y CR7. Veremos qué ocurre, pero ha empezado bien el RM. Que reflexione”. ¡Que reflexione! ¡Le riñe! Hay algunos comentaristas que si dijesen alguna verdad darían miedo. Como no se les escapa ni mintiendo, resultan entrañables.

¿Se crucifica a Mourinho para entronizar a Guardiola?

No está tan entronizado Guardiola; en ese sentido sí que se han exagerado bastante las cosas. Lo que pasa es que a cualquier cosa que esté enfrente de Mourinho, aunque sea el palo de una fregona, siempre se le va a dar un halo de santidad. Pero tampoco Guardiola se dejaba santificar tan fácilmente. A Guardiola los madridistas lo odiamos deportivamente porque fue el mejor entrenador que ha tenido el Barcelona en su historia, bastante mejor que Johan Cruyff. Guardiola era muy mourinhista: un tío que cuando tuvo que crispar y frivolizar lo hizo. Me gusta y lo admiro profundamente como solo se puede admirar a un gran enemigo. Ya le escribí un artículo diciendo que iba a volver a follarnos en la cocina. Vamos, es que me parece estar escuchándole forzando la puerta.

Un adjetivo por nombre, por favor.

Feijóo: ambicioso.

Conde Roa: fiestas.

Mario Conde: inteligente.

Enric González: curioso.

Ada Colau: demagógica.

¿No me vas a preguntar más? ¿Se queda esto así alabando a Conde y dando caña a Colau? Cómo me humillas!

Te dijo Sabina cuando lo entrevistaste que “la prosa es trabajo de oficina”, y que “las borracheras se llevan mejor con versos”. ¿Tú cómo las llevas?

Yo no escribo borracho. Sí escribiría bien de resaca, pero no suelo llegar al ordenador. ¿Un trabajo de oficina? Ayer acabé de escribir un artículo a las dos de la mañana y estuve hasta las seis tocando cosas. Cuando quieres hacer las cosas bien es un puto coñazo.

Entrevistar a una persona como Sabina, que ya ha dicho mucho, ¿es muy complicado?

La entrevista me gustó porque la edité mejor de lo que la hice. Me encanta que las entrevistas tengan ritmo, que el diálogo sea ágil. Sabina es un tío muy disperso; supongo que es rasgo de artista. La charla fue corta porque me dijeron que teníamos dos horas y a los 45 minutos se tuvo que marchar a comer con Reixa, y con Reixa hay que ser puntual o te comes el mantel. Todo bien, ojo, muy elegante y cariñoso. De hecho luego me llamó porque le estaba gustando el Irse a Madrid e intentamos quedar para retomar la conversación en otro momento pero no hubo manera porque estaba de gira. Con Sabina puedes ser mal entrevistador porque él siempre va a tener su gracia y su chispa. En ese tipo de piezas es muy importante la edición: hay que intentar que el lector se la lea como un trago. Se quedó como una charla agradable pero tuvo que haber dado más de sí; mea culpa. Me pasa a veces que yo admiro a un entrevistado y le recuerdo cosas que ya sé. No es recomendable.

Para terminar, una petición de Compostimes, como Sabina en Pacto entre Caballeros: Jabois, haznos una columna guapa, de las tuyas.

Sí, claro, ¿en dónde la queréis?

Perfil de Manuel Jabois en Compostimes: "Manuel Jabois, un anónimo bastante conocido"
Blog de Manuel Jabois: www.manueljabois.com