Estatismo obsesivo-compulsivo (I): Apasionado endeudamiento

El 95% de la población rechaza a la clase política y la culpa de la crisis. Un porcentaje similar exige más intervención del Estado.

Pues la población está obsesionada, es la única explicación razonable. Y de ahí se deduce que, en una insaciable búsqueda por reducir la ansiedad fruto del pánico que la situación con la que convive le provoca, encuentre siempre un sosiego momentáneo con su propia compulsión: necesitamos más Estado.

Un completo sinsentido. Y lo es porque si por algo podríamos caracterizarla es por tener un Estado especialmente desastroso. Que no trabaja para ella, ella trabaja para él. Cómplice directo de todo este lío y que no está haciendo más que acrecentarlo. Endeudándose sin cesar y poniendo en peligro su pan para hoy, dando claras señales de que cumplirá la segunda parte del refrán sin inmutarse. Testarudo como el que más, que en lugar de ajustarse porque gasta por costumbre más del 20% de lo que ingresa, sale de paseo hacia Bruselas de cuando en vez a renegociar los planes de reducción del inmenso déficit con el que carga. Uno que solo está optando por medidas cortoplacistas que alisan cada día el camino hacia una futura y cada vez más presente quiebra. Una joya, vamos. Pero ella, como suele ocurrir, quizás por ese morbo que levantan los rebeldes sin causa, lo ama.

Y es por ello por lo que tanto llama por él, una y otra vez, y las veces que hagan falta. Empeñada en entregarse al verdugo sin capucha, sin ver que deja al gordito vigilando la tarta.

En otro artículo insinué que se encontraba en un bucle cual del que sufre de síndrome de Estocolmo; que a pesar de que el gobierno no cesaba en golpearla, continuaba bloqueada y aferrándose a la altura del tobillo de su pantalón en cuanto éste amenazaba con dejarla. Pues confirmado queda estas semanas que la comparación se quedó corta. Parece que busca quedar con él para cenar, llevárselo de copas y a bailar bachata para acabar la velada metiéndolo en casa, finalizando allí este proceso perverso y masoquista cerrando la puerta desde dentro y tirando las llaves por la ventana.

El estudio de la Fundación BBVA que tanta polvareda está levantando tras de sí resume todo esto. Y dicho sea de paso, España está de suerte. Tiene lo que quiere aunque aún no sea consciente. De su mano porta un gobierno clientelista, masivo regulador, intervencionista hasta la saciedad, oligárquico y excluyente de la libre competencia, despilfarrador con las cuentas públicas, fenomenal generador de deuda, proteccionista, politizador de todo lo que toca y con unos impuestos desproporcionados. Si le suma la masa burocrática de ese lugar llamado Europa, que nos representa a todos y no representa a nadie, se topa de frente lo que tanto reclama. Las elecciones, como el algodón, no engañan.

Fundación BBVA: La población demanda más intervención del Estado

Fundación BBVA: La población demanda más intervención del Estado. Muy por encima de la media europea.

No confiar en la clase política y pedirle más teatro al parlamento es disonancia cognitiva. Al Estado lo dirigen políticos, o hasta ahora así viene siendo. Pero es de un tanto caraduras dejar a este ludópata borracho seguir faroleando con muy malas cartas y apostando, con nuestro futuro sobre la mesa, y después protestar porque sigue sin levantar cabeza.

Aunque la lógica no es lo más característico de las relaciones con una tan alta graduación pasionaria, lo que estaría más próximo a ella sería intentar apaciguar un poco este incendio, que no es sin tiempo, y descongestionar nuestra gripada economía. Pero al amor no le hables de raciocinio. Ella anhela todavía más madera en la hoguera: más impuestos, más participación y nacionalización de empresas. Y todo por su bien. Como una Julieta desbocada demanda, pues, que aterrice en un avión Caracas y se esparza por todo el país partiendo desde Barajas.

Clásico pensamiento el encontrar siempre en el Estado la solución de todos sus problemas. Y si añade un plus al que achacar las culpas del porqué la relación hace aguas por todos lados, como es el caso, obtiene su perfecta historia. Aunque sea el propio ente venerado el que los provoque, lo que se solicita es el levantamiento de muros insalvables para protegerla de una diabólica globalización. No pretende ser mejor que los demás —que genéticamente no tiene ninguna tara—, ni siquiera desprenderse de su enfermiza relación, ella opta siempre por la ilusoria idea de que le pueda resguardar bajo su protector paraguas. Aunque éste se vea tan inseguro como los que agonizaban estos días en unas papeleras reconvertidas a sus propios cementerios por todo Santiago.

La mayoría de medios y partidos pueden estar contentos. Tanto se lo han currado —lo cortés no quita lo valiente— gritando a los cuatro vientos que los mercados y su austeridad matan, que filtrando estas ideas se han asumido como ciertas, extendiéndose por todo el territorio como una balsa de aceite. Este famoso austericidio no es más que una patraña, irreal, un cuento. Repetir una mentira mil veces… eso. Reducir de un 8 a un 6% el déficit —más quisiéramos, tenemos un monstruoso 10,6%—  no sería austeridad, sería podar levemente las malas hierbas, y ya. Culpar a una austeridad desausterizada como la causante del destrozo carece de total sentido crítico.

Manifestación de Democracia Real Ya

“No somos mercancía en manos de políticos y banqueros”, pero “más, por favor”

Pero si la ciudadanía se lía con esto de pedir más comida aún estando empachada, la clase política no se queda corta con su propia gula.

Por un lado tenemos a los partidos que protestan constantemente contra este liberalismo —con todo prefijo que les pille de paso— que baila al ritmo de los mercados. Curioso que cuando el crédito fácil fluía estaban escondidos en sus cuevas y no asomaban la cabeza porque la población se regocijaba dándose un chapuzón en una montaña de dinero fresco recién salido de la impresora. Nadie abría la boca ni se rasgaba las vestiduras. El mercado era, entonces sí, maravilloso. Hoy se quejan de que al país lo dirigen desde fuera, y con razón, porque Merkel hace algo más de unas horas dijo con una tranquilidad pasmosa: los países de la eurozona tienen que prepararse para perder soberanía. Y soberanía pierden, y más que perderán, porque cuando dependes de un tercero para sostener tu vida, pasas a no ser más que un muñeco.

Luego están los que no se cansan de repetir en cada acto, tweet o mitin, que vivimos bajo la dictadura de los mercados. Asumamos que eso es cierto por un momento, compremos su teoría. ¿Ahora si nos cierra el grifo es un desalmado? Pero vale, venga, esforcémonos un poco y admitamos que fueron víctimas de la codicia de los sinvergüenzas de Wall Street —que ellos no, los que pidieron sin mirar atrás codicia poca—. Entonces, ¿por qué cuando alguien les propone dejar de endeudarse para no caer en las garras de tal dictadura, lo niegan rotundamente criticando la austeridad? Dan a entender que lo que buscan es seguir con la fiesta pero sin responder por ella. Que la música siga aunque todos se hayan ido ya a sus casas y el anfitrión no deje de decir por lo bajo lo tarde que se ha hecho, a la vez que simula cara de cansancio y exagera continuos bostezos. Cuando los prestamistas los aborrecen y pasan de seguir alimentando su círculo vicioso de derroche, patalean como niños a los que el papá no les compró el juguete del que se encapricharon. Endeudarse es un derecho, pero que te exijan devolverlo es un acto autoritario. The show must go on.

Pero los más valientes son los que quieren declarar la deuda ilegítima. Hay que usar pantalones de tiro muy bajo para proponer asumir algo de este modo cuando se generó en plena democracia y con los representantes que la ciudadanía sabiamente escogió. Lo que parece que quieren es lo que hizo Ecuador. Claro, pero sin el petróleo que tiene el país latinoamericano. Seguramente tampoco quieran su prima de riesgo. Y por pedir algo más, tampoco querrán las restricciones comerciales que se llevarían a posteriori y que tanto dañarían esos derechos y clase social que tienen asumido son los únicos que representan. Y también vivir en el país feliz, en la casa de gominola, en la calle de la piruleta.

Austericidio

“Austericidio”. En 2012, más y mejor. Y en 2013, por el mismo camino.

Suena alarmista, pero el plan a largo plazo de este país se reduce a un tirar p’alante. Esperando que mañana, por el mero hecho de ser mañana, todo vaya a mejorar.

Se queda así, culpando a un montón de cosas externas y absorbiendo los mensajes sencillos, facilones para el oído, resumidos en tres escuetas frases. Creándose enemigos que solo están en sus cabezas, desarrollando un sexto sentido que le permite ver conspiraciones hitlerianas por todas partes. Protestándole al camarero por traer la cuenta mientras el que tiene que pagarla está escondido bajo la mesa temblando y con los pantalones empapados. Todo menos cuestionarse algo más allá. O más acá. Quizás descubriera así que el problema lo tiene en el salón de su casa.

Los mercados

¡Los mercados!

Bancos centrales, desde el BCE al nacional, dirigieron el camino a la recesión como los directores de una desafinada orquesta. Tras su desastroso concierto, se salvan los unos a los otros escondiendo los instrumentos y lavándose las manos como en La Biblia se narra que hizo aquel extra. Ellos fueron los que nos metieron en esta trampa para osos de moneda europea; que si te atrapa duele, pero que si te revuelves intentando escapar todavía consigue que sangres más. Pero nada, lo mejor es buscar un enemigo ahí fuera, y si es difuso y despersonificado fantástico, no vaya a ser que pueda defenderse. He ahí, los mercados neoliberalizados.

Mientras la deuda en los países de economías avanzadas alcanza máximos históricos, acercándose a los números que presentaron en la II Guerra Mundial, aquí se polariza todo tanto que parece que los bandos vuelven a la nuestra. Como bien explicaba Alfredo hace unos días, a veces da la sensación de regresar al treinta y seis, pero petado de modernos con gafas de pasta, camisas de cuadros y pantalones pitillo. Lo cual da aún más miedo. Con una facilidad pasmosa se coloca la esvástica al que no piensa como se considera correcto, deduciéndose al final que todos somos un buen puñado de nazis sin saberlo. Un consejo por si  esto se desmadra demasiado: cuando todo coja forma, apúntense al que vaya ganando. Aburrir aburren ambos.

La deuda se acerca a los máximos que se vivieron en la II Guerra Mundial. Fuerte: La Vanguardia

La deuda se acerca a los máximos que se registraron durante la II Guerra Mundial. Fuente: La Vanguardia

Más circo y espectáculo, más poder para esta privilegiada y extraña empresa. Privilegiada porque que se endeuda sin tener ningún aval unos 450 millones de euros diarios. Extraña porque si ella no lo paga no pasará nada, lo pagaremos nosotros a la larga. Bajo ella, una sociedad preocupada por la corrupción, pero que parece obviar que el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente. Y cada día más pobre, que el bienestar de unos pocos barato no sale.

Una prueba más, y no van pocas, de que ningún partido puede poner en práctica ni una medida que se salga del estricto dictado del socialdemocraticismo vigente. A pesar de que la deuda es una brutal irresponsabilidad que condenará a nuestros nietos sin todavía rondarnos en mente la idea de concebir a los que serán sus padres. A pesar de que los recortes en un sector público deforme e híper inflado son más que necesarios, no por sadismo ni mala fe, simplemente porque no generamos lo que gastamos —concretamente, 111.616 millones más este año pasado—. A pesar de que a un pálido y sudoroso Montoro en su despacho y fumando Ducados la calculadora le dé error avisándole que no cuadran las cuentas e intente falsear el dato, pero con tal mala suerte que le acaban pillando -es lo que tiene empezar la legislatura con el pie izquierdo, Cristóbal-. Pues a pesar de todo y más, atados de pies y manos por no haber dicho la verdad en su día y prometer oro teniendo solo latón a cambio. Jugando a multimillonarios sin tener un duro en la cuenta. Por llamar antaño crecimiento a una bola de deuda que intenta sostener con pagarés en blanco. Y como ellos, tantos.

Esto se hunde como el Titanic pero llevado al absurdo. En la cubierta plantados cuatro pelagatos como imbéciles agarrándose de las manos y cantando Nearer my God to thee al unísono mientras otros tocan el violín antes de tener que empeñarlo. Se acercan a las gélidas aguas del Atlántico pidiéndole al iceberg que por favor les golpeé un poquito más, que están tardando demasiado en darse el baño. Vaya estampa.

Una cita que se le atribuye Jean-Claude Juncker y ya acabo: Todos sabemos lo que hay que hacer, lo que no sabemos es cómo ser reelegidos si lo hacemos.

Pues eso, el amor es lo que tiene. Forja un esclavo en aquel que no sabe usarlo.