Bienvenidos a Fargo

“Pueden pasar muchas cosas en medio de ninguna parte”

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A mediados de los años 80, llegados de una apacible zona residencial a las afueras de Minneapolis (Minnesota), una pareja de jóvenes directores debutaba en el mundo del cine con una impactante historia de amor, venganza y sangre fácil. Sus nombres no pasaron desapercibidos, y en poco tiempo se hicieron habituales en el selecto círculo del “cine independiente”.  Joel y Ethan, más conocidos como “los hermanos Coen”, hacían gala de un talento y originalidad destinados a dejar huella en el cine norteamericano del momento. Aunando esfuerzos técnicos y creativos, y dejando a un lado los posibles egos particulares, esta pareja de hermanos ha conseguido alcanzar un nivel de compenetración fascinante, reservado tan sólo a aquellos que son capaces de observar el cine a través de los mismos ojos. Una tarea que se vuelve algo más sencilla cuando los elementos en cuestión han crecido, aprendido y amado el cine juntos desde la misma cuna.

Si por algo destaca esta pareja de realizadores es por su peculiar estilo narrativo, consistente en un universo propio de referencias, temas y conceptos que han abordado desde las más diversas perspectivas. Los hermanos Coen son expertos en trastocar los géneros clásicos, consagrados y perpetuados por Hollywood, y convertirlos en brillantes mosaicos cinematográficos. El cine negro, la comedia absurda, las historias de violencia, crímenes y gánsteres; los paisajes sobrecogedores y personajes extravagantes… Son tan sólo una parte del tapiz habitual en el que los hermanos Coen componen sus macabras y desternillantes historias. Han conseguido la encomiable hazaña de mantenerse en esa delgada línea que actualmente separa el cine independiente de autor del más fastuoso y comercial, oscilando ligeramente entre las dos corrientes pero sin llegar a hundirse en ninguna. Y si ha habido un punto de inflexión clave en su carrera, una película que se alza como muestra paradigmática de este universo tan particular; si hay una obra que haya marcado definitivamente el devenir de su trabajo y la concepción que de ellos tienen tanto la industria como la crítica, esa es sin duda “Fargo”.

Se trata de una de sus obras maestras, un cóctel pulcramente preparado que combina los crímenes más atroces con el humor más oscuro. Una obra que nos deja sin respiración, conmocionados, absortos y admirados, mientras no podemos evitar reírnos a carcajadas. El ejemplo más destacable de una de sus máximas por excelencia: la total devoción y respeto hacia la famosa “Ley de Murphy”. A los hermanos Coen les encanta que los planes no salgan bien.

La historia se desarrolla en la pequeña localidad de Fargo (Dakota del Norte), y en los impresionantes parajes nevados de Minnesota. Jerry Lundegaard, un pusilánime vendedor de coches y sumiso padre de familia, se ve de repente obligado a afrontar unas cuantiosas deudas económicas. Para intentar paliar esta situación, decide contratar a dos matones sin escrúpulos, Carl Showalter y Gaear Grimsrud, para que secuestren a su esposa. ¿El objetivo? Que su acaudalado suegro, hombre próspero pero mezquino, desembolse un sustancial rescate que Jerry repartirá después con los secuestradores. El trato es sencillo: Nada de violencia. Una vez obtenido el dinero, los matones liberarían a la mujer de Lundegaard y esta nunca sabría de lo ocurrido. Una farsa que desde el primer momento estaba destinada al fracaso. Las cosas se tuercen de forma horrible y grotesca debido a la ineptitud de los secuestradores y la aparición en escena de Marge Gunderson, sheriff de policía encargada de investigar el caso. La trama deriva en una concatenación de crímenes perversos, escenas descabelladas y planes absurdos, cuyo tragicómico final es tan sorprendente como predecible.

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“Ésta es una historia verdadera. Los acontecimientos descritos en esta película ocurrieron en Minnesota en 1987. A petición de los supervivientes, los nombres han sido cambiados, por respeto a los muertos, el resto se ha relatado tal y como ocurrió”

Bajo la falsa premisa “basada en un hecho real”, los hermanos Coen presentan esta disparatada y terrible historia, concebida enteramente por sus inspiradas mentes. Un “señuelo” que fue duramente criticado pero que, a fin de cuentas, supuso un inteligente reclamo para el film. Se trata de una original artimaña, aunque moralmente cuestionable, concebida para cambiar la forma en la que el público se enfrenta a un relato de este calibre. El resultado es incuestionable: “Fargo” se convirtió en su película más taquillera hasta el momento, dejó boquiabiertos a los espectadores y la crítica especializada y recibió siete nominaciones a los premios de la Academia (alzándose finalmente con los de “Mejor Guion” y “Mejor actriz principal”, en la gala de 1997). Joel Coen obtuvo además su segunda Palma de Oro en el Festival de Cannes, demostrando que con un presupuesto bastante escaso, y un enfoque realista y sin artificios, también se puede hacer magia.

Los Coen buscaban ofrecer un retrato auténtico de la América profunda, incidiendo en el carácter e idiosincrasia de sus habitantes, y para ello optaron por un plantel de actores sobresaliente: William H. Macy (“Door to door”, “Wild Hogs”) en el papel de Jerry Lundegaard, la brillante interpretación que lo convirtió en un actor largamente solicitado. Macy retrata a la perfección la naturaleza patética de su personaje, un hombre hundido en la rutina y las deudas económicas, cuya ambición le lleva a tomar el tipo de decisión que jamás se esperaría de alguien como él. Los siempre sublimes Steve Buscemi (“Reservoir Dogs”, “Boardwalk Empire”) y Peter Stormare (“The Big Lebowski”, “Prison Break”), cómplices habituales de los Coen, que dan vida a la chapucera pareja de secuestradores. Buscemi es Showalter, el “tipejo de aspecto extraño”, lengua larga y gatillo fácil que, creyendo llevar la batuta de la operación, acaba viéndose superado por los acontecimientos. Su atrevida incontinencia verbal contrasta con la actitud calmada de Grimsrud, un psicópata sanguinario obsesionado con las tortitas, encarnado por el polifacético Peter Stormare.

El carácter gélido e imperturbable de algunos personajes se convierte en un perfecto paralelismo sobre el nevado telón de fondo. Como es habitual en los Coen, el imponente paisaje de sus obras no actúa como un simple marco o decorado, sino que se presenta como un personaje indisoluble de la obra. La desolación que trasmiten los níveos paisajes de Minnesota se traslada, en cierto modo, a las vidas de los protagonistas: seres vulgares, tristes y patéticos. Pero no se trata sólo de una influencia emocional. Más allá de la relación subjetiva, la inclemente naturaleza se reserva un papel clave en el transcurso de la historia, actuando de traba y atadura en gran parte de los acontecimientos.

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Lundegaar y el resto de personajes masculinos (secuestradores, suegro,…) cumplen todos los requisitos del antihéroe: son seres egoístas, violentos e inmorales, que se mueven tan sólo por su propia ambición. Son retratados como auténticos antagonistas, pero terminan convertidos en marionetas lamentables, títeres en manos de la tragedia. Y entre toda esta maldad y depravación, entre las tinieblas de la crueldad y la codicia, surge la luz. Marge Gunderson, interpretada magistralmente por Frances McDormand, se presenta como símbolo de la bondad y la ternura, el orden entre tanto caos. Esta afable sheriff de provincias, de mediana edad y embarazada de siete meses, es uno de los personaje más fascinantes que han creado los Coen (obviando a Jeff Bridges como el inigualable Gran Lebowski). Marge es una mujer sencilla, entrañable, pero increíblemente ingeniosa y sagaz. Realiza su trabajo con gran agudeza y empeño, sin descuidar nunca sus labores ni sucumbir al desánimo general. A medida que avanza la trama, McDormand va haciendo suya la película, ganándose a pulso el papel de heroína (y el Oscar a “Mejor Actriz”).

En el apartado técnico, las imágenes hablan por sí solas. La capacidad de los Coen para captar escenas brillantes y extremadamente bellas, contraponiéndolas a la bajeza y mezquindad de sus personajes, parece no tener límites. Fargo es el ejemplo ideal de cómo una historia prosaica, casi vulgar, se vuelve hermosa tratada desde un enfoque audiovisualmente poético. Renunciando a todo barroquismo, pero sin descuidar su estilo personal, Joel e Ethan (junto a su habitual director de fotografía, el aclamado Roger Deakins) nos regalan auténticas postales cinematográficas, imágenes icónicas que ya forman parte de la cultura popular. Como ocurriría años después con la exaltación de los vastos desiertos texanos en “No country for old men”, en esta ocasión son las albas estampas de Minnesota (tierra natal de los Coen) las auténticas protagonistas de la función.  Del mismo modo, ha permanecido en el recuerdo la evocadora banda sonora, música original de Carter Burwell, que presagia en todo momento el carácter impredecible de la narración.

El recientemente fallecido Rogert Ebert dijo de Fargo que era una de las mejores cintas que había visto jamás. “Películas como esta son la razón por la que amo el cine”. Pero aunque las alabanzas de la crítica especializada han sido mayoritarias y muy sonadas, a los hermanos Coen les ha costado un poco más congraciarse con el público general, donde Fargo también encuentra detractores. Numerosas voces claman contra una película “extremadamente sobrevalorada, lenta y carente de originalidad en su trama”. Es una obra concebida para acentuar contrastes: entre la simpleza y la depravación, las víctimas y los verdugos, la risa y el llanto…Y sí, entre el bien y el mal. Se trata de una tragicomedia fuera de lo común, una obra insólita y estrambótica que no contentará a todo el mundo, pero ante la que resulta muy difícil no pararse a reflexionar. Que disfruten de su estancia.

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“Hay cosas en la vida más importantes que el dinero, ¿sabes? ¿no lo sabías? Y ahora estás aquí, y hace un precioso día. Es muy difícil entenderlo”.