El último tren de la gran dama gris

Page One, Inside the New York Times es un documental del que desearías no llegar nunca al final. El director, Andrew Rossi, consigue plasmar en apenas 96 minutos la etapa de cambio que están viviendo los medios de comunicación, condensando un gran cantidad de pequeñas ideas derivadas de la gran revolución tecnológica de la era digital en una obra cuya acción transcurre dentro de uno de los pesos pesados del periodismo: el New York Times.

La vieja dama gris del periodismo no pasa por su mejor momento; más bien, quizá podamos decir que pasa por el peor. Nunca antes había caminado el afamado periódico tan cerca del precipicio. Es más, nunca se había acercado lo suficiente como para ver a dónde iban los cadáveres de tantos y tantos medios que no lo lograron. Pero ahora lo han visto, porque está en un post de Facebook, en un tuit, en el papel acumulándose en la estantería y siendo imitado en el iPad, en la huida del consumidor hacia un lugar en el que aparezca lo mismo pero gratis. En definitiva, la era digital parece haber dotado a la realidad de los medios de un “darwinismo hiperacelerado”, en el que se suceden los intentos por hallar el tan perseguido y hasta la fecha desaparecido “modelo de negocio”. Da igual el tamaño, los lectores, la publicidad… si no tienes “la idea”. Y mientras tanto, se habla del fin de la prensa en tantos lugares que la propia prensa corre el riesgo de convertirse de forma definitiva en lo que nunca debe ser: la noticia.

De transición a revolución

En algún momento de la recién llegada “era digital”, la situación vivida por los medios dejó de ser una transición hacia lo desconocido para convertirse en una revolución. No era complicado lidiar con aquella idea de transición, porque una transición implica un punto de partida y otro de llegada, aunque al emprender el camino no tengas muy clara esta última. Sin embargo, en la revolución hay un punto de partida y poco más. Todo se difumina en un remolino de ideas, alternativas, errores y aciertos efímeros. Nada se consolida, y nada parece funcionar el tiempo suficiente. En el documental se da a entender que en el NYT se dieron cuenta de que estaban girando sin control cuando repararon en dos aspectos: el colapso de la publicidad (con lo que ésto implicó en el ámbito de los beneficios) y la competencia por la atención. Este último aspecto se resume muy bien en una idea mencionada en la obra: antes, el NYT era “la voz” que informaba y ayudaba al pueblo norteamericano a mantener su espacio público bien apuntalado. La gente confiaba en el New York Times. Ahora, en el contexto de internet, la voz del NYT es una más. Y hay muchos, como el Huffington Post que con menos están consiguiendo más. Es la incertidumbre ante la revolución, donde todos están obligados a intentarlo pero el error puede salir demasiado caro.

No nos necesitan

Fuente: elseptimoarte.net

Fuente: elseptimoarte.net

Wikileaks fue una sonora bofetada en la cara de muchos grandes del periodismo. Sirvió -entre otras cosas- para sacarlos de su ensimismamiento. Una serie de personas habían conseguido llevar a cabo una de las mayores filtraciones de documentación clasificada de la historia. Consiguieron la información y la depositaron en internet, ejerciendo esa mezcla difusa entre periodismo y activismo. Lo dice Bill Keller, que durante la grabación del documental aún era director del periódico: “Wikileaks no nos necesita”. Sin embargo, esto no es del todo cierto, y poco después de la primera filtración quedó de manifiesto. La organización liderada por Assange recurrió a cuatro grandes medios -entre los que figuraba el NYT- para llevar a los ciudadanos otra gran paquete de documentos clasificados. Necesitaban un intermediario, alguien que estudiase y analizase, que supiese discernir lo más importante y la mejor forma de contarlo. Se necesitaban –y siempre se necesitarán- periodistas.

¿Demasiado tarde?

La industria de la prensa se quedó atrás con respecto a la red. Sin embargo, y aunque ya existan generaciones que no comprendan el mundo sin internet, puede decirse que la era digital todavía acaba de llegar. Quizá los periódicos no hayan llegado a tiempo para el primer vagón, pero el tren todavía está arrancando. En este contexto, el veterano periodista del NYT David Carr rompe todos los estereotipos. Carr fue capaz de pasar de cascarrabias que renegaba de lo nuevo a acumular más de 400.000 seguidores en su cuenta de Twitter (en la que incluso ha colgado una foto ataviado con las Google Glass). Obviamente, y como también se resalta en el documental, no se puede confiar todo a lo nuevo. Pero aprovechar las posibilidades de la red para seguir ofreciendo historias trabajadas y de calidad parece ser de las pocas ideas que empiezan a asentarse dentro de la particular revolución digital de los medios.

Lo único fijo sigue siendo el punto de partida. Y ahí es dónde reside la idea principal y la que la prensa nunca debería ser infiel: la calidad. El lector-consumidor ha demostrado en más de una ocasión que está dispuesto a pagar la calidad: ProPublica o el semanario alemán Die Zeit (que ha sido llamado “el periodismo impreso del futuro”) son claros ejemplos de que no hay noche eterna para la prensa, o más bien de que no tiene por qué haber noche si las cosas se hacen bien. Obviamente, los nuevos modelos de negocio deben pasar por internet. Pero sin credibilidad ni tratamiento de calidad, ni la red de redes salvará a los medios.

 

Imagen destacada: arikhanson.com