Bergoglio, la reforma de la tradición

Ni Mundiales de Fútbol, ni Bodas Reales, ni Juegos Olímpicos, ni siquiera la Investidura del Presidente de los Estados Unidos. Está claro que no existe evento en el mundo que destile el secretismo, la pompa y la fastuosidad de un Cónclave de la Iglesia Católica. Esos ancianos de rostro solemne y ataviados de púrpura que deambulan por pasillos orlados de mármol y cuajados de obras de arte, dando vida a un ritual cuya antigüedad hace casi intemporal. Cuya única misión es elegir al gobernante del Estado más pequeño del mundo pero cuyo gobierno alcanza prácticamente a la totalidad de los países del globo.

Sin títuloEl Cónclave comenzaba oficialmente a las diez de la mañana con una misa que se prolongaba cerca de las dos horas. La multitud de cardenales  entraba en espectacular procesión dejando atrás un cielo plomizo y nuboso para internarse por tiempo indefinido en las estancias vaticanas ajenas a la tormenta exterior. Algo antes de las cinco de la tarde, los cardenales ingresan en la Capilla Sixtina y promulgan el solemne juramento de silencio y obediencia cuya fórmula no ha variado a través de los siglos. A las cinco y media es pronunciado el “Extra Omnes” y las puertas se cierran. Dos horas de tenso y expectante silencio, las previsiones se confirman. El humo negro asciende al cielo romano anunciando que no existe acuerdo. Al día siguiente continuarán las deliberaciones.

Una nueva misa y una nueva mañana infructuosa. Tras las dos votaciones matinales de rigor, tampoco se ha alcanzado el consenso. Quizá la multitud de candidatos posibles eclipse el acercamiento de las posturas. La tarde avanza, semejante a la del día anterior. Lluvias intermitentes hacen más monótona la espera. La ausencia de la prevista fumata entre las cinco y las seis aumenta una expectación que se convierte en delirio al observar unas distinguibles volutas de humo blanco que comienzan a elevarse de la chimenea más famosa del mundo.Sin título

Apenas pasa de las siete de la tarde. Comienza la cuenta atrás para recibir al nuevo sucesor de San Pedro y se pone en marcha toda la milenaria maquinaria ritual para la presentación del pontífice que rematará con la bendición “Urbi et Orbi”. Y por fin un hombre vestido de blanco se asoma al balcón. La sorpresa es digna de un proceso de tamañas características.

De este modo, hemos podido comprobar que  hasta los ritos milenarios ofrecen sorpresas. Si ya era sorprendente esta convocatoria de cónclave por seguir el antiguo papa con vida, más lo es la elección del cardenal Bergoglio como nuevo Obispo de Roma. Y es que Bergoglio es una sorpresa dentro de otra que rompiendo todas las quinielas posibles, se eleva al trono pontificio. Para empezar no es un hombre joven, algo que parecían dar por supuesto la mayoría de los expertos, sino que asemeja en edad a su predecesor, con quien incluso comparte ciertos rasgos de carácter como la proverbial timidez del ya Papa Emérito. Es el primer papa extra europeo de la historia, pero no es brasileño, ni canadiense, ni ghanés, ni filipino…ni ninguno de los numerosos cardenales a los que se les atribuía el cartel de papables. También es el primer jesuita en los casi quinientos años de vida de la congregación, algo que ha dejado sentir en el nombre que ha tomado como papa, Francisco, según ha dicho, inspirado en San Francisco Javier (cofundador de la orden) y en San Francisco de Asís, el santo de los pobres. Precisamente en la selección del nombre manifiesta ser consciente de la importancia de su elección, pues elige un nombre inédito, al igual que el resto de sus características como papa.

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 Todos estos antecedentes ya son de por sí suficientes para considerar la elección de Francisco I como un hecho rompedor e histórico en la tradición de la Iglesia. Pero aún hay un elemento más que convierte a Jorge Bergoglio en un papa totalmente inesperado. A pesar de no ser favorito en este Cónclave, mucha gente recordará quien fue el principal rival de Joseph Ratzinger hace ocho años. Una rivalidad no buscada en medio de votaciones secretas. En aquella ocasión, Jorge Mario Bergoglio, en medio de una reñida votación para elegir al nuevo papa, decidió dar un paso al costado quedando segundo en las votaciones, detrás de quien se convertiría en Benedicto XVI. No deja de llamar, por tanto, la atención, que en un momento en el cual se presumía un gran cambio, los cardenales elijan al perdedor del último cónclave, al hombre que decidió renunciar, como contraposición al vencedor.

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Preciso es decir que el cardenal Bergoglio es considerado como integrante del grupo de los cardenales moderados en contraposición a los llamados conservadores  (cuya cabeza era Joseph Ratzinger), a los que sin embargo tampoco disgusta. En mi opinión personal, este tipo de diferenciación, que bebe directamente de la política mundana, no es aplicable a la Iglesia Católica. Me explico. Cierto es que Bergoglio representa una corriente que podríamos calificar de cierto progresismo. Un hombre muy cercano a la justicia social, alejado del cerrilismo de la Curia vaticana y sin contaminar por los escándalos que provocaron la dimisión de su antecesor. Aire fresco traído según sus propias palabras “del fin del mundo”. Pero que nadie espere una gran revolución, pues a nivel de doctrina, Begoglio es tan ortodoxo como cualquiera de los cardenales, contrario al aborto y al matrimonio homosexual (lo cual fue motivo, entre otros, de una dura lucha contra el matrimonio Kischner en su etapa como mandatario en la Conferencia Episcopal Argentina). Este planteamiento doctrinal es lógico, pues la postura de la Iglesia Católica, y por lo tanto de todos sus miembros, es conservadora. En todo caso, podríamos decir que Bergoglio representa el conservadurismo más moderado.

Amén de clasificaciones discutibles, la realidad es que la tarea que se le presenta por delante al recién estrenado Francisco I es ingente, pues tendrá que enfrentarse a partir de ahora a los retos que se presenten y a los que han quedado abiertos al fin del Pontificado de Benedicto XVI. Tanto a nivel interno como externo, la herencia que recibe el papa no ofrece ninguna envidia. Se hace primordial una reforma completa de la Curia vaticana tras el afamado caso “Vatileaks”, por el que Benedicto XVI creó una comisión cardenalicia que elaboró un informe que se ha dejado reservado al nuevo Papa para que actúe en consecuencia. El otro asunto de mayor urgencia corresponde a los escándalos en la fiscalidad de la Banca vaticana, aunque su predecesor ya ha nombrado un nuevo presidente del Instituto para las Obras de Religión (IOR), Ernest von Freyberg.

Además, de esto el perfil del nuevo papa hace pensar que se ocupará de lo que teológicamente se conoce con el nombre de “colegialidad”. Es decir, proporcionar una democratización en el seno de la Iglesia por ejemplo, con un Sínodo de obispos deliberativo, como preveía el Concilio Vaticano II, o con unas conferencias episcopales con mayor libertad y autonomía. Estos serán quizá los trabajos más delicados y de mayor desgaste para el nuevo pontífice, a quien se asegura que no le temblará el pulso a la hora de tomar las decisiones pertinentes.

A nivel externo, la tarea no es menos ardua. Los objetivos principales se fundamentarán en dos vertientes. La primera será reparar la malograda imagen de la Iglesia atajando los polémicos casos de abusos sexuales a los que Benedicto XVI empezó a enfrentarse ya antes de ser elegido Papa. La aparición de víctimas de abusos por parte de sacerdotes ha obligado al Vaticano no solo a pedir perdón desde Irlanda hasta EE.UU. sino también a redactar unas guías para explicar a todas las Conferencias Episcopales del mundo cómo deben actuar ante estos casos, empezando por informar a las autoridades y no proteger a los autores.

En segundo lugar, Francisco I tendrá por delante el desafío de la Nueva Evangelización en medio del Año de la Fe y ante la secularización en las sociedades occidentales, lo que es considerado como un problema de extrema gravedad. Este impulso renovado para fomentar la fe en los países de vieja tradición católica ha sido uno de los grandes caballos de batalla de Benedicto XVI. Europa no es ya el continente fundamental para la Iglesia. Al contrario, como ha explicado el cardenal Cristoph Schönborn, en el Viejo Continente “la Iglesia es vista casi como un cuerpo extraño”. ¿Cómo recuperar al Viejo Continente para la fe? Dos líneas de pensamiento se enfrentan aquí. Una, que propone el regreso a las esencias, dando la batalla de la educación católica, negando legitimidad al matrimonio homosexual, defendiendo la vida hasta extremos que implican la condena de los anticonceptivos más utilizados. Otra, que propone mantener las esencias pero adaptándose más a la realidad del mundo moderno. Es la línea de los episcopados que aceptan administrar anticonceptivos a mujeres violadas, o ven con mayor comprensión el uso del preservativo para prevenir el sida. Debido a la tendencia del nuevo pontífice hacia la primera corriente, no parece fácil lograr una síntesis entre ambas.

Estos son los grandes retos que le han sido impuestos al nuevo ocupante de la silla de San Pedro. Para hacerles frente cuenta con una cantidad ingente de adjetivos: austero, reservado, sencillo, sincero, modesto, cercano, humilde. También se ha hablado de su firmeza y su fuerza de voluntad. Y tampoco ha faltado quien lo ha tildado de mentiroso y de colaboracionista con la Dictadura argentina de Videla. Los análisis de su carácter y de sus cualidades y méritos se suceden. Pero serán sus obras y la forma en que ponga solución a los retos arriba mencionados los que elaboren, mejor que cualquier periodista el perfil del papa Nº 266 de la Iglesia Católica.

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