Sagerao (en) España

Salen de casa y van a alguna manifestación a protestar por algo. Crece en ellos el quejido por la muerte de la universidad pública, un lamento tan grande que parece que les han arrancado una parte del corazón. Braman con el crecimiento de los índices del paro y se golpean el pecho con el mantra de que “la cosa está muy mal”. Un país de pandereta, dicen, con una casta política podrida hasta las raíces. Y nos toca pagar los platos rotos de la crisis sin haber hecho nada, comentan con desaliento.

Pero la mayoría de las huelgas las practican en modo festivo, con las cuatro proclamas bien a puntito para reivindicar en Facebook. Lloran a la universidad, pero la preparación para llegar a ésta es más que deficiente. Se jactan de los pocos libros que han abierto, y las lecturas obligatorias son todo un vía crucis. Los nombres de sus ídolos terminan en “el de Jersey/Geordie/Gandía Shore“, y el índice de popularidad lo marcan los exabruptos, los músculos y las curvas. Agotan las entradas de una fiesta de fin de año de la que ni siquiera se ha especificado el recinto, y está organizada por el mismo promotor de una fiesta de Halloween en la que murieron cuatro chicas aplastadas. Y hasta ridiculizan a la mismísima muerte caminando por la cuerda floja del coma etílico de fin de semana (descubierto cada vez a una menor edad).

También hay dos Españas en la juventud. Una, silenciosa y abnegada, paga y pagará con su esfuerzo una crisis que en verdad no ha provocado. Y otra, que se ríe demasiado y entre tanta carcajada deja de diferenciar lo importante de lo estúpido, aún estando en el Parlamento Europeo. Las dos caras de la moneda. Sagerao (en) España.