Un sistema electoral para España: no hay milagros

Solo dos tipos de persona siguen defendiendo el actual sistema político y electoral: por una parte, los que tienen intereses en el statu quo; por otra, los imbéciles (y no son mutuamente excluyentes). Tenemos un sistema que en vez de penalizar la corrupción y la mala praxis política la incentiva. Quizá alguien ingenuo diga que en realidad los políticos son gente muy maja que lo único que buscan es el bienestar del pueblo, pero esto niega la evidencia científica presente, como ya he explicado aquí y aquí. Por lo que parece, lo único que hace que no metan mano en todo asunto posible es el contrapoder que ejerce de forma indirecta un ciudadano como usted o como yo. Para prevenir que esto suceda es necesaria la presencia de  organismos independientes de control y supervisión, sistemas electorales apropiados, una buena burocracia profesionalizada y un sistema judicial independiente que penalice sin piedad la corrupción y la mala praxis. La percepción de la corrupción se ha disparado desde el inicio de la crisis (lo que también puede estar relacionado con el fin de los beneficios a corto plazo que obtenía buena parte de la población que vivía de la burbuja), tal y como muestra el siguiente gráfico:

Percepción de la corrupción y problemas políticos
Fuente: Politikon.es

Hoy me gustaría hablar de algo que está en boca de muchos, y es el sistema electoral. Hay voces que achacan todos los problemas de corrupción que hemos presenciado en las últimas décadas a un sistema electoral deficiente. Si bien existe cierta razón -todo sistema que no represente de forma adecuada y fiel a sus ciudadanos conllevará unas decisiones que no serán lo representativas que debieran-, esto no sería la panacea, tal y como se muestra en Politikon. De hecho, un estudio muy reciente ha hallado una relación muy curiosa, y es que los votantes ignoran la corrupción o incluso la premian si hay beneficios colaterales o indirectos. Por ejemplo, el 70% de los alcaldes acusados por corrupción son reelegidos, aunque pierden en torno a un 10% de apoyo. Pero independientemente de ello, y siendo conscientes de las limitaciones que un cambio del sistema electoral puede tener si no se llevan a cabo otras medidas como las que he citado, vayamos al asunto. ¿Qué sistema electoral sería recomendable para España? Son muchos los aspectos que hay que contemplar, como por ejemplo el nacionalismo o si debe haber o no listas abiertas. Para resumir todo estos aspectos voy a utilizar el excelente artículo del profesor Fernández-Villaverde, que propone una modificación bastante original, y que creo es vital leer para poder entender las claves de la reforma.

De dicho artículo hay una serie de hechos que sobresalen:
-Las listas abiertas son inocuas o dañinas, y no existe evidencia de que vayan a ser buenas. Cabe decir que no hay que confundir listas abiertas con el sistema americano o inglés, que es mayoritario unipersonal. Este último sí sería positivo, y de hecho el profesor Fernández-Villaverde plantea elegir a la mitad del congreso mediante este método.
-La otra mitad sería elegida mediante un sistema proporcional con circunscripción nacional (aunque la diferencia entre D’Hont y proporcional es prácticamente nula con una circunscripción nacional)
-El gran problema de este sistema es la exigua presencia nacionalista, cuyos partidos tendrían que agruparse en una lista conjunta para poder obtener escaños.
-Se suprime el Senado, o se deja de forma muy limitada a unos objetivos específicos para favorecer la presencia nacionalista.
-El sistema de financiación cambia, pareciéndose más al americano.

En resumen, lo que se plantea es una mezcla con lo mejor del sistema alemán y el americano. A nivel local puede resultar también muy interesante la simple supresión de los alcaldes, tal y como de facto existe en EEUU, donde son sustituidos por un city manager y concejales con buenos resultados. Como podemos ver, existen multitud de soluciones, muchas de ellas ingeniosas y versátiles. Pero hay algo que es común a todas ellas: ninguna es perfecta. Todos adolecen de fallos que los hacen malos en algún sentido, y no existen milagros en este terreno. Por ello hay que buscar entre todas las posibilidades la que mas se adecua a nuestro contexto y circunstancias culturales, y la opción de Fernández-Villaverde es una más. Ahora bien, esto no deja de ser una gota en el océano. Si queremos realmente acabar con la corrupción y el cientelismo, debemos crear organismos independientes que juzguen y supervisen las cuentas, una buena burocracia profesionalizada donde no haya hueco a los puestos de libre elección y un sistema judicial realmente independiente al que no le tiemble la mano a la hora de penalizar la corrupción y la mala praxis política. En resumen, necesitamos mano dura. Pero claro, para que esto suceda son los propios políticos los que deben implantarlo, y son precisamente ellos quienes menos interés tienen en que esto se dé (¿es que nadie piensa en el enchufismo, sobres y redes clientelares?). Permítame por ello mostrarme un tanto escéptico al respecto. Mientras tanto, nada nuevo bajo el sol.