Truman y lo que era importante

Anteayer cayó un trozo de cielo en Rusia. Aproximadamente a las 9 de la mañana -hora local- una bola de fuego atravesó el cielo y las pantallas de móvil de miles de rusos para acabar impactando contra el suelo de Cheliábinsk, en los Montes Urales. Como noticia no tiene precio. Es lo que tienen las amenazas a la supervivencia de la humanidad: que a la gente le suelen importar bastante. Al final solo hubo que lamentar heridos, por los cristales que rompió la onda expansiva provocada por la colisión. El meteorito como tal fue un poco bocazas, mucho ruido y pocas nueces; quizá fue que vio a Bruce Willis -que ahora anda por tierras rusas- y se acojonó. Quién sabe.

Por si fuera poco, por la noche nos hizo un adelantamiento otra buena roca. Un asteroide que pasó a 27.000 kilómetros de la Tierra (metro arriba metro abajo). Se ve que estaba nuestro planeta invitado el viernes a un paintball cósmico y no nos habían dicho nada. La diferencia principal con el meteorito de Rusia es que al asteroide sí que lo teníamos controlado; sabíamos que estaba de paso. Lo que nos deja sobre la mesa una duda escalofriante: el de Rusia se presentó sin avisar, ¿y si llega a ser más grande? Igual se nos quedaba la habitación de invitados un poco pequeña.

El caso es que, en este contexto de lluvias un poco más densas de lo habitual, me decía alguien: “esto de los asteroides y los meteoritos, en otro tiempo, hubiese sido una noticia de alcance, importante”. Lo comentaba con un deje de nostalgia, añorando otro tiempo más limpio. Y es que ahora las redacciones parecen depuradoras: todo el día manejando mierda corrupta. El resto se va acumulando en un rincón, y se le echa mano cuando los corruptos nos dejan un respiro y hay que meter algo diferente. En España hay tantas tramas y casos que los estudiantes de guión de todo el mundo deberían venirse aquí de Erasmus, que ya se sabe que la mejor escuela es la realidad.

Es una especie de “Show de Truman”, donde ya todo el mundo traga con lo que se presenta y se queda esperando un nuevo giro del destino una nueva cucharada de podredumbre. Un hambre insaciable que en realidad es la más patética de las costumbres: la de que nos engañen sin parar. La duplicidad absurda de un destino que manejan unos pocos: aquí todos somos público y todos somos Truman. Como decía el director del show: “Aceptamos la realidad del mundo que nos presentan”.