¿Señor, por qué me has abandonado?

Ya se oyen los crujidos de las sedas rojas, resuena el eco de pisadas en amplios pasillos marmóreos, y los susurros entrecortados suben hasta los frescos que embellecen los abovedados techos. Y es que hay un pequeño país dentro de una gran ciudad donde se preparan elecciones. Pero este no es un país cualquiera, no. Vale que su máximo gobernante es elegido por votación como en casi todas partes, pero también hay que decir que el cargo es vitalicio. O por lo menos hasta ahora lo era. En quince días, ese pequeño país dentro de una gran ciudad se convertirá en el centro de muchas miradas, porque allí se elegirá una vez más, mediante el sistema de votación más antiguo del mundo, al Primero de los Cristianos.

Para los católicos acérrimos, todo en la vida comienza y termina con una llamada del Señor. Esta llamada final solemos entenderla como la muerte, pero no tiene porqué ser así. A veces, en contra de la teoría general, es mejor una retirada a tiempo que una muerte deshonrosa. Sabe Dios (aunque quizá ni Él lo sepa) los cruzados pensamientos que han poblado la papal cabeza estos últimos días. O semanas. ¿Cuánto tiempo lleva don Joseph Ratzinger (habrá que volver a llamarle así, ¿no? Como no hay protocolo escrito en estos casos…) planeando esta acción que calificaremos de crucial (el que sea buena o mala lo dirá el tiempo)? Probablemente ni él es capaz de decirlo.

2006

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Benedicto XVI en 2006, al poco de ser nombrado, y en 2012, hace unos meses.

Este tipo de decisiones no surgen de modo espontáneo y menos en un hombre con las características de Ratzinger, sino que van enraizando en el alma poco a poco hasta que salen a la superficie. Que el Papa está mal físicamente no es ningún secreto. Simplemente probemos a comparar una foto del 2006, cuando accedió al trono de San Pedro, con una de un par de meses atrás. En la última vemos a un hombre agotado. Pero aquí me parece oportuno contradecir ligeramente a Su Santidad (no sé hasta qué punto esto es pecado). Independientemente de su mala salud física, ya comentada, Joseph Ratzinger padece de algo más profundo, de una enfermedad del espíritu. Joseph Ratzinger ya no tiene ganas de luchar. En cierto modo, ha perdido la fe.

Como nos demostró, sin ir más lejos, Juan Pablo II, el cuerpo es secundario ante una voluntad férrea de ejercer el Ministerio. Lo que falta es la voluntad. Ratzinger lleva ocho años batallando con más problemas y “crisis” de las que tuvo su antecesor durante todo su largo pontificado. Harto arduo e irrelevante sería comentar aquí el pintorescamente llamado caso “Vatileaks”, el tema de los abusos a menores  o el espinoso asunto de Marcial Maciel y sus Legionarios de Cristo. Por citar lo más mediático y trascendente.  Lo importante es que el Papa no puede más.

Y por otro lado es normal. Unido a la opinión común de que Ratzinger fue elegido demasiado viejo, pienso que el entonces cardenal alemán no tenía ni tiene las condiciones necesarias para ser Papa. Y menos en un mundo como el actual. Joseph Ratzinger es un ideólogo, un intelectual versado en idiomas y con una extensa bibliografía a sus espaldas. Pero nunca fue un hombre de acción como si lo fue, por ejemplo, su antecesor.

Son todos estos factores, la edad, la falta de capacidad para “ser un hombre de acción”,  la tremenda presión de todos los quehaceres derivados del cargo, la falta de apoyo de importantes sectores de la jerarquía (los mismos que se disputarán su silla)…los que provocan la dimisión del Papa. Y en base a eso y a su labor, notable en varios ámbitos (como teólogo, reformador, escritor…), debemos juzgar a uno de los pocos hombres de la historia que una vez hecho Cargo, deja de ser Cargo para volver a ser hombre. Quizás también esta aventura le haya dejado una profunda decepción a Ratzinger. Pero esas cosas son patrimonio del alma, y el alma, incluso la de un expapa, es de Dios.