No debiste

No debiste. No debiste mirar demasiado por la ventana de la clase, porque lo de fuera es tan bueno en el presente que sólo puede empeorar en el futuro. No debiste salir a respirar aire fresco y luego devorar bocanada tras bocanada hasta que todo era aire y, tan lejos del suelo como estabas, no te costase nada creer que eras libre. No debiste flotar en la cama mientras el día se hacía día y todos los demás eran unos pringaos. No debiste acampar en el banco de la plaza tarde tras tarde y litrona tras litrona. Después de tanto no deber, los gritos de mamá y papá hicieron mella y asumiste que igual habías dejado pasar demasiado. Por eso echaste mano a la pala que tendía el conocido de tu padre y comenzó a amanecer más temprano. Eras un pringao unas cuantas horas, pero siempre había algún edificio en el que poner ladrillos para engordar el sueldo. Y la cuenta corriente crecía sana y esplendorosa, con un brillo que eclipsó a todo lo demás como en su día lo hicieron las ganas de ser libre. Y entonces volvió. No debiste pasar todas las páginas del catálogo del concesionario y quedarte con el del final, el más caro, que pagaste a tocateja porque el mañana no te iba a alcanzar subido en semejante montura. No debiste meterte con una hipoteca que tenía toda la pinta de poder aguantar más asaltos que tú. Hasta quizá no debiste tener a ese niño que se parece tanto a ti y al que, aunque te dé vergüenza pensarlo, a veces no tienes ganas ni de acunar por lo cansado que estás de ti mismo.

Y después de tanto no deber ella se fue, mamá te mira con lástima y papá se cruza contigo por el pasillo de casa y no sabe si abrazarte o abofetearte, y al final se decide por nada. Y ya ni te consuela pensar que aunque las cosas hubiesen sido de otra forma quizá ahora serían igual, porque las cosas no fueron de otra forma pero tú estás jodido. Después de tanto no deber ya no hay espacio para el deber, y por mucho que lo busques no lo encontrarás, porque se ha quedado por debajo de las posibilidades.