Los remordimientos del mercenario

A veces pienso que soy un mercenario. Es una idea que se reproduce cada vez que cojo mis armas de diario, la libreta de cuartilla y el bic azul, y me encamino al cuartel general. Resuenan los teletipos y los dedos en las teclas, aderezado el ambiente con aroma de café de máquina. Las instrucciones de diario suelen venir en un folio o dos, escuetas por trámite. Luego, lo que toque: la calle, aquí y allá, esto y aquello, cualquier cosa. Todo siempre será poco. Debe ser poco, porque no hay espacio para mucho.

Uno se resigna con el tiempo a hacer preguntas dolorosas, que rascan al salir y acaban sonrojando por estúpidas, pero más de media hora -a lo sumo- ante la pantalla del ordenador para saber un poco más sobre los objetivos suele ser demasiado pedir. Ya no hablemos de un libro, por miedo a haber olvidado lo que es y lo que contiene. Así es normal que algo se escape. Lo peor es que ya todos están en el juego, también los que responden, que sonríen benevolentes y explican con más o menos entusiasmo fingido lo que ya deberías saber. Qué se le va a hacer, está así la cosa. Un juego de pseudoperiodismo donde todas las partes han aprendido a implicarse, emisores que enarbolan notas de prensa pulidas y más brillantes conforme pasan los minutos, receptores saturados por un todo que no acaba de ser algo, e intermediarios grises, ojerosos, agitados en una vida de pedazos que no conducen a nada por ser demasiado diminutos. La crisis no llegó al periodismo, llegó a su amago.

Leo que se fue Meneses, uno fuerte de los del otro lado, y se me ocurre que cada vez quedan menos estandartes de la lucha y la discusión contra lo que hace la mayoría, los tipos como yo, los que desearían ser de su lado pero están atados con yugo verde y no tienen más remedio que conformarse y autocompadecerse. Él era valiente y listo, y supo desatar todos los nudos para ser libre. Uno se enamora del periodismo que debe ser, pero se queda atado al que es. Y siempre con la vista puesta en el horizonte, en el otro lado, donde está la gloria pero muy escondida, y lo único que se escucha con claridad es el ruido de los bolsillos del revés, que suele ser como los dejan las aventuras. En ocasiones me imagino que todo se rompe, que todo el mundo se pone de acuerdo en querer y querer dar más. Algo como llegar un día y decir: “ya, ¿no?”, y la respuesta unánime: “sí, ya está bien”. Pero el día nunca llega, resiste el minuto, la plantilla, el límite de caracteres. Resiste lo cómodo, y así se va ganando la batalla contra el idealismo, con comodidad.

Malas noticias si el otro lado sigue menguando. Yo no quiero ganar esta guerra.