Estado de Bienestar, España y (des)igualdad de oportunidades

Si tiene usted algún padre con carrera universitaria está de enhorabuena. Un 73% de los individuos cuyo padre/madre tiene educación superior llegará también a tal nivel. Si no es así, la cosa se pone más cuesta arriba: solo uno de cada cinco llegará a obtener un título de educación superior. La educación es probablemente el factor más importante a la hora de determinar el futuro de una persona. No solo por los ingresos que le traerá, sino también por otros factores externos que son muy importantes para la sociedad: menor tasa de desempleo, mejora de la capacidad para hacer elecciones, mayor democracia… Pero con estos números… ¿Podemos presumir de tener un supuesto Estado de Bienestar? Bienestar sí, ¿pero para quién? ¿Dónde está la tan citada redistribución? ¿Cómo medimos la igualdad de oportunidades?

Un famoso estudio del FMI confirma la importancia de ciertos niveles de igualdad para el crecimiento económico. ¿Pero cómo medimos la desigualdad? La forma más común de hacerlo es a través del coeficiente de Gini. Este coeficiente calcula la igualdad de los ingresos, siendo 0 un reparto totalmente igualitario y 1 toda la renta concentrada en un individuo. En el siguiente gráfico podemos ver la evolución en algunos países europeos (España=ES) del coeficiente de Gini antes y después de impuestos y transferencias, lo que nos permite ver por una parte cuán igualitario es el resultado que nos da el mercado, y por otra qué efecto tiene el Estado de Bienestar sobre la desigualdad. Lo primero que observamos es que el resultado del mercado en España es bastante aceptable en el contexto europeo. Pero cuando entra en juego el Estado de Bienestar la cosa cambia. La mayoría del efecto redistribuidor se nos va en forma de pensiones, mientras que el resto de transferencias e impuestos apenas tienen efecto. Si lo comparamos con los Países Bajos o Bélgica, vemos que la diferencia de cómo se distribuye y cuánto es muy notoria.

Coeficiente de Gini antes y después de impuestos. España=ES
Fuente: http://www.socialsituation.eu/

Hay quien justifica la intervención del Estado en la Economía para que, entre otros asuntos, reduzca la desigualdad excesiva y cree un mínimo de igualdad de oportunidades. El Estado español tiene aproximadamente un gasto equivalente al 45% del PIB (no muy lejano de la media europea). Para el lector profano, eso es una cifra muy gorda y que bien manejada podría dar para frenar (y mucho) la desigualdad económica. Las preguntas que debemos hacernos son: ¿están bien elegidos los recursos destinados a redistribución? ¿Es necesario gastar tanto para conseguir ese objetivo? Una forma de medir la igualdad de oportunidades es a través de la movilidad intergeneracional. Esto no es más que ver cuán independientes son los ingresos de un padre de los de su hijo, o en términos más prácticos, el grado de “clasismo” de una sociedad. Algunas voces dicen que el capitalismo en su forma más liberal, si bien generaría cierta desigualdad, poseería el mejor mecanismo para mejorar la movilidad económica. Los datos, por el contrario, parecen señalar una relación estrecha entre igualdad económica y movilidad. En el siguiente gráfico vemos que la situación de España es intermedia (cuanto más pequeña es la barra, más movilidad hay). Si bien no podemos aventurar una conclusión sólida debido a la falta de los datos antes de impuestos, una cosa queda clara: más gasto no implica mayor redistribución, al menos para ciertos márgenes admisibles de gasto. Canadá, por ejemplo, tiene un Estado mucho menor que el de Francia, Italia o la propia España, pero con resultados muy positivos. Esto nos da una pista (aunque no concluyente) de que el cómo importa más que el cuánto.

La movilidad intergeneracional es costosa pero depende de la efectividad del gasto.
Fuente:http://voices.washingtonpost.com/ezra-klein/2010/08/research_desk_investigates_how.html

He querido dejar de lado en este artículo el tema del 1% o 10% más rico, puesto que en España su evolución ha sido mucho más discreta que en Estados Unidos. Tampoco voy a tocar el aspecto del ya consabido “si persiguiéramos el fraude fiscal no habría que hacer recortes” (todos sabemos que eso estaría bien, pero no influye en mi análisis) y demás comentarios inocentes. Cambiemos ahora nuestra perspectiva. Por curioso que parezca, el criterio en el que más de acuerdo están PP y PSOE es en el del tamaño del Estado de Bienestar. Y esto tiene una motivación muy sencilla: nuestro Estado de Bienestar no es tan redistributivo como se cree. De hecho, ¡los grupos que apoyan una mayor redistribución son distintos de los que apoyan una expansión del Estado! Y es que el sistema de bienestar español posee las características del “Modelo Mediterráneo”, que son tener un gasto y grado de eficiencia bajos. Por ejemplo, la desigualdad en España medida como el ratio del 20% de población más rica con respecto al 20% más pobre ha pasado en los últimos cuatro años de estar en la media europea a aumentar de forma mucho más agresiva. ¿Cómo es esto posible? ¿Qué es lo que nos diferencia tanto de Europa? Pues hay dos razones principales:

La primera es nuestro mercado de trabajo. Por una parte, lo que ganaremos con nuestra pensión está muy vinculado a lo que hagamos como trabajadores. Y por otra, y esto es lo importante, nuestra legislación laboral tiene un sesgo enorme de protección a los contratos fijos. ¿Y esto qué consecuencias tiene? Pues en primer lugar que los trabajadores fijos están sobreprotegidos. Cuando un empresario tiene que despedir, los primeros en caer son los temporales (y de igual forma, también son más contratados en épocas expansivas). Esto genera rigideces enormes y dificulta la mejora de su productividad (¿para qué va a querer alguien invertir en educar a su trabajador si a los seis meses estará en la calle otra vez?). Como resultado de todo esto el empleo de trabajadores indefinidos ha caído un 3%, que con toda la que está cayendo no está nada mal. Los temporales, en cambio, aproximadamente un 30%. Diez veces más. Casi . Como consecuencia de todo lo anterior los trabajadores fijos cotizan más y mejor a lo largo de su vida y acentúan las diferencias económicas con el colectivo “temporal”. Hay un estudio que modeliza los efectos que hubiera tenido un contrato único sobre nuestro desempleo, y concluye que este hubiera sido un 20% menor.  ¿Quiénes son las verdaderas víctimas aquí?

Si es usted temporal, está jodido. Si además es joven, vaya planteándose lo de emigrar…
Fuente: Politikon

La segunda razón son las pensiones. El modelo mediterráneo tiene un sesgo bastante importante hacia estas. Sí, eso por lo que tanto se lucha tanto a diario no es tan distributivo como se cree. Además, todo avance que se hace “a favor” de las pensiones hoy es una penalización para los que ahora somos jóvenes En 1970, había seis trabajadores por cada jubilado. En 2011, menos de cuatro. En 2050, se estima que la cifra rondará el 1,3 trabajadores por jubilado. ¿Qué sentido tiene que con un envejecimiento permanente y esperanza de vida creciente la edad efectiva de jubilación disminuya? Ese gasto se hace en perjuicio de otros. De hecho, si bien las pensiones son redistributivas y están justificadas en cierta medida, gastamos tres veces más en ellas de lo que hacemos en educación. En el largo plazo sería mucho más justo usar parte de ese gasto en partidas como dependencia o educación (en especial la temprana, que es la que más impacto tiene en el desarrollo posterior, por mucho que diga el gobierno de turno). Y ya dentro de este terreno, ¿tiene sentido subvencionar de la misma forma –más del 80% del coste en tasas para la universidad– a alguien rico que a uno que no lo es? ¿Podemos permitirnos esa subvención indiscriminada a la vez que nos ahogamos sin recursos para la secundaria/primaria? Con todo, cabe decir que se podrían llevar a cabo multitud de reformas en el sector educativo que no supondrían un mayor coste pero sí un aumento enorme del rendimiento. Pero volviendo al tema de las pensiones, en un país que está en pleno proceso de envejecimiento no resulta sorprendente que exista tanta reticencia a tocarlas. Después de todo, el voto de muchos ancianos depende de lo que haga el político de turno con ellas. El problema, como ya se ha dicho, es que el esquema actual de pensiones no es sostenible a largo plazo, por lo que antes o después habrá que cambiarlo y supeditarlo a la esperanza de vida. Pero eso ya es otro tema.

También hay quien dice que habría que subir los impuestos a los ricos para redistribuir. Sin meterme tampoco en los distintos tipos de impuestos y en la “justicia” que supone cada uno (no es lo mismo un impuesto a la contaminación que uno a la renta del trabajo), reducir la desigualdad a través de impuestos es mucho más ineficiente que a través del gasto (transferencias), tal y como se pone de manifiesto en el siguiente gráfico:

El efecto de las transferencias sobre la desigualdad es mucho más importante.
Fuente: http://lanekenworthy.net/2008/02/10/taxes-and-inequality-lessons-from-abroad/

Habrá quien defienda que el Estado de Bienestar nos cuesta demasiado en términos económicos y que vulnera ciertas “libertades” personales. Otros afirman todo lo contrario, que los recortes “neoliberales” están acabando con nuestro “maravilloso” sistema público. Si bien nuestros gastos actualmente se corresponden con los de un Estado de Bienestar, nuestros ingresos son más bien propios de un Estado liberal (aunque parece haber sido diseñado por un mono petao de LSD y cocaína). Es por ello que en el largo plazo tenemos dos alternativas: o bien buscar un modelo liberal (poco gasto, pocos ingresos) o acercarnos más al modelo europeo de bienestar (mucho gastos, muchos ingresos) ¿Con qué visión hemos de quedarnos? Lo cierto es que yo no me creo capacitado para responder a esa pregunta, pero sí hay cuatro conclusiones que se pueden extraer de todo lo dicho: por una parte, que hasta cierto punto más gasto público no significa más igualdad de oportunidades y justicia, sino que esto depende de dónde y cómo se haga dicho gasto; que nuestro modelo es el “Mediterráneo”, que se corresponde con un sesgo positivo hacia las pensiones, y que junto a la rigidez laboral son los dos criterios principales para nuestra escasa redistribución; que existen formas más efectivas y eficientes de redistribuir que las actuales, como a través de la educación en edades tempranas; y que es mucho más efectivo y eficiente redistribuir a través del gasto  que con impuestos.