Como en casa, en ningún sitio

Imagínate que has estado fuera durante algún tiempo, estudiando fuera de casa, en un viaje de trabajo, aunque fuese en unas largas vacaciones. Estás en el avión de vuelta a casa y después de X horas de viaje, viéndote cada vez más cerca, sintiendo unos nervios especiales y, a la vez, una paradójica tranquilidad que creías olvidada, el avión toca por fin tierra firme. De alguna manera, escuchas entonces la voz ensayada del capitán por los altavoces, en una lengua e incluso con un acento muy reconocibles: “señoras y caballeros, bienvenidos a Y, donde hace un tiempo Z”. Es ese sentimiento de alivio y comodidad, ese sentimiento de familiaridad que viene cuando piensas “por fin en casa” que experimentas en ese mismo instante. Estoy segura de que ese pensamiento cruzó la mente de todos nosotros en algún punto del tiempo, y que todos podemos señalar un momento en nuestras vidas en el que nos encontramos nerviosos, pero a la vez calmados, por estar de vuelta en algún lugar donde sentimos que encajamos.

Pero en nuestro mundo globalizado y moderno, el concepto de “hogar” y lo que representa se convierten en algo huidizo. Ya no es solo el lugar donde has nacido, donde has vivido, o incluso donde has crecido. Los vínculos culturales y la formación de la identidad son, hoy en día, procesos mucho más dinámicos que resultan en múltiples lealtades e incluso múltiples hogares. Estos términos contienen un significado todavía más intangible cuando hablamos de las comunidades en la diáspora. A ellas quiero dirigirme en este artículo. Pero no de una manera exhaustiva, investigadora ni académica, sino más bien en un nivel profundamente personal.

Con este objetivo en mente entrevisté a mi madre, Fariba Parvaneh, de 55 años y que, tras treinta años de vida en Europa, volvió a lo que aún consideraba su hogar, Irán. Llegó a Teherán hace cuatro meses para retomar su vida donde la había dejado. O más bien, para comenzarla de nuevo.

Monumento Azadi, Teherán

Para empezar, cuéntame un poco por qué te marchaste de Irán.

La primera vez que me mudé a Inglaterra fue para estudiar, cuando tenía 18 años. La mayoría de mis amigos también se fueron al extranjero; todo el mundo quería ver Europa o América y aprender a hablar un buen inglés. Yo estuve en Inglaterra durante tres años, pero ya por aquel entonces estaba pensando en quedarme, pues su cultura, su gente y su estilo de vida en general me atraían mucho. ¡Era tan exótico para mí! Pero después llegó la revolución y tuve que volver. Tenía que ver a mis padres, a mis amigos y asegurarme de que se encontrasen bien.

De todos modos, la revolución y los cambios culturales que vinieron a continuación hicieron crecer mi deseo de vivir en otro país. Lo que antes había considerado una posibilidad se volvió para mí algo así como una necesidad personal en aquel momento. La vida bajo la República Islámica era tan diferente… La islamización de la sociedad y el hiyab me resultaban algo muy extraño en aquella época. Más adelante, cuando me casé y tuve hijos, la necesidad de mudarme se volvió todavía más acuciante. Me sentía muy en contra del sistema de educación, que nos forzaba a tener una vida clandestina en casa. Condujo hacia una aguda división entre la vida pública y la vida privada; enseñábamos a mentir a los niños cuando eran muy pequeños y los incitábamos a permanecer callados en la escuela si organizábamos una fiesta en casa, o algo parecido. Obviamente, yo no quería que mis niños crecieran expuestos a semejantes cosas desde una edad tan temprana, así que fue entonces cuando decidí que teníamos que irnos de allí. Su padre ya trabajaba en el extranjero, así que fue fácil. Nos fuimos de Irán unas cuantas veces y vivimos en Turquía y Francia por un tiempo, pero siempre acabábamos volviendo por diferentes motivos. En el año 97 nos  mudamos a Londres, pero las ganas de volver seguían latentes. Estuvimos allí durante alrededor de un año y luego nos mudamos a Madrid, donde empezamos a construir una nueva vida.

¿Entonces por qué decidiste regresar? ¿No lograste establecer vínculos con España o con el Reino Unido?  

Realmente lo intenté. En el Reino Unido no tanto, debido a que no permanecimos allí demasiado tiempo. Pero España fue casi como un hogar para mí. Casi, pero no lo suficiente. España fue donde mis hijos se criaron; donde  logramos unas condiciones de vida estables; donde mis hijos fueron a la escuela, hicieron amigos y aprendieron a hablar el idioma. Fueron ellos, mis hijos, los que consiguieron que yo sintiese España como un hogar. Pero entonces crecieron: mi hijo se marchó a estudiar al extranjero, y mi hija hizo lo mismo poco después. Desde entonces, empecé a verlos tan solo esporádicamente, principalmente en vacaciones. De modo que la vida empezó a ser más solitaria. Me di cuenta que las relaciones  familiares que había logrado formar con España se debían únicamente a mi hijo y a mi hija, y con ellos lejos de aquí, los sentimientos estaban vacíos. Entonces empecé a pensar en el hogar, en mi verdadero hogar. Comencé a realizar  visitas más regulares a Teherán. Me quedaba con mi padre, cuyo cariño había extrañado, y a quien  necesitaba cuidar. Y visitaba a mis antiguos amigos y a mi familia, a los que también me di cuenta que había añorado. Los cambios “culturales” que inicialmente me habían distanciado importaban mucho menos ahora, dado que yo todavía sentía aquel lugar como mi hogar. Esos cambios me resultan mucho más superficiales ahora que hace treinta años. De modo que decidí que era el momento de regresar.

Cuando finalmente regresaste, ¿cómo lo sentiste? ¿Fue diferente de cuando ibas únicamente de visita? ¿Era el Irán que recordabas cuando te marchaste por primera vez?

La principal diferencia para mí fue el sentido de estabilidad que experimenté al saber que esta vez iba para quedarme. También empecé a aceptar tanto lo bueno como lo malo. Cuando iba de visita, lo percibía como una realidad ideal y elusiva, dado que tan sólo veía las cosas buenas del país. Vi el Irán que recordaba muy lejano. Vi las amistades, la cultura familiar,  el lenguaje conocido que me hizo sentir como si nunca me hubiese marchado… Pero una vez regresado de manera indefinida, empecé a familiarizarme de nuevo con mi cultura en un nivel mucho más profundo, dándome cuenta de los numerosos errores del país. Me entristece, por ejemplo, ver a tantos niños pequeños mendigando por las calles.  O que muchas jóvenes se vean obligadas a prostituirse por culpa de un sistema económico tullido que ha conseguido dominar la sociedad contemporánea. Yo no recordaba las cosas de este modo. También he percibido un cambio en la actitud de la gente. Han perdido la educación y la cordialidad con la que solían tratarse. La distancia es ahora mucho mayor entre los extraños. Ya nadie habla en la calle o en el transporte público. De hecho,  si lo intentas, te miran como a un extraño. El país es, en este sentido, mucho más foráneo para mí.

¿Qué es lo que, tras todo esto, te sigue haciendo sentir como en casa?

Haft Sin, Norooz

Todo cambia, es una condición natural a toda sociedad. A veces se evoluciona, otras veces se retrocede, todo depende de cómo lo mires. Para mí, lo que hace que mi casa sea mi hogar, es, simplemente, estar ahí. Tu hogar es ir al mercado y que todas las personas que están allí hablen tu mismo idioma. Tu hogar es poder ir a cualquier lado y comer los platos típicos de tu cultura. En Madrid, por ejemplo, conseguir ingredientes para cocinar no era nada fácil. Tu hogar es sentir que todos aquellos que están a tu alrededor comparten tus mismas tradiciones como, por ejemplo, la misma fecha de celebración de Año Nuevo, Nooroz (21 de marzo), que para mí ha desaparecido hace ya tiempo mientras vivía fuera. Tu hogar es, resumiendo, el lugar en el que has pasado los mejores años de tu vida, el cual, para mí, se encuentra en mi infancia. El hogar es donde te sientes seguro, y nunca me he sentido tan segura en el extranjero como en Irán.

Es un tipo de seguridad que te permite ser tú mismo. A pesar de que se hable mucho sobre invasiones y revueltas políticas aquí y allá, nunca he sentido más seguridad fuera con respecto a aquí. Sí, es cierto que te vuelves más crítico cuando vives en este país y estás expuesto a sus fallos de la vida diaria pero, de algún modo, es una bella crítica, porque representa un proceso de automejora. Estoy recuperando lo que fue y todavía es mío. Siento que puedo hablar de igualmente de lo malo y de lo bueno, porque Irán no es de ninguna manera perfecto; y a pesar de que muchas de estas cosas me hagan sentir triste, al mismo tiempo, permitirme el derecho de resaltar y criticar este tipo de cosas, me hace sentir feliz porque significa que son realmente mías. Los cambios superficiales no me afectan ni alteran mi concepción de “hogar”. Las deficiencias políticas del país tampoco marcan una gran diferencia en mí, y tampoco me importa si tengo que llevar puesto un velo en público o no. El hogar es mucho más que eso. Es sobre amor, confianza, seguridad y familia. Así que, por todo ello y mucho más, Irán sigue siendo, y lo será siempre, mi hogar.