Un día más con vida
Una vieja fotografía en blanco y negro. Seis hombres, cinco ametralladoras. Solo un hombre blanco, el mismo que no porta ningún arma. El hombre blanco viste diferente -una camisa ligera y un pantalón oscuro- y agarra a dos de sus compañeros de fotografía por la espalda. Y sonríe. El hombre es Ryszard Kapuscinski, y el escenario no es para sonreír: Angola en 1975.
Tras la revolución de los claveles en Portugal, la fecha para la proclamación de la independencia de Angola queda fijada para el 11 de noviembre de 1975. Y así fue, aquel día llegó y Angola fue independiente. Así de simple y rápido. Y así lo cuenta Kapuscinski. No es este un libro de procesos políticos, de libertades y ruptura de cadenas, no. Es un libro de atmósfera bélica, del agobio constante que mata quitando la respiración poco a poco, cerrando todas las salidas, agotando hasta el último segundo. La guerra no es como en las películas, conviene recordarlo.
Unos meses antes de la independencia, un joven Kapuscinski se instala en Angola. Una pequeña maleta, un hotel de trato familiar que se enrarece a cada paso que da la contienda. Por momentos, parece que el país va a morir antes de nacer. El ambiente es tolerable al principio, el autor nos introduce en la historia poco a poco, como un viaje lento pero inexorable a la realidad del país. Al principio fue el <<éxodo blanco>>, el nacimiento de las ciudades fantasma, del miedo por salir a la calle, esperar lo peor del más mínimo ruido.
Y el tiempo pasa, y Kapuscinski continúa haciendo su labor. Hace oídos sordos a todo lo que indica que se marche. A veces, él mismo se da cuenta de su propia inconsciencia, y siente miedo. Es humano. Eso sí, un humano excepcional. La muerte baila a su alrededor en un espectáculo horrible al que él asiste entre impasible y horrorizado.
La atmósfera se recrudece a cada paso, ayudada por la soledad y el calor. El nudo que el autor siente en el pecho se forma en el pecho del lector. Vaya, menuda sorpresa, la realidad es peor que cualquier película. Cuando todo se vuelve insostenible, cuando lo mejor sería tenderse en la cama y dejarse morir, acabar con todo de una vez, suena el télex. Al otro lado del mundo sí viven. Y la soledad deja respirar a Kapuscinski durante unos minutos, durante unas líneas mecanografiadas de forma casi telegráfica. Pero termina, y el mundo vuelve a ser sólo Angola: una habitación de un viejo hotel, ciudades vacías, caminos polvorientos en los que ser emboscado y cuarteles improvisados. Y la muerte en cada esquina. Pero él sigue allí.
Un día más con vida se convirtió en uno de los salvoconductos de Kapuscinski para circular por el mundo del periodismo, quizá el más importante. No es comparable, desde luego, a los verdaderos salvoconductos que utilizaba para intentar pasar los duros puestos de control angoleños. Pero a nosotros nos llega y nos sobra. Quizá porque gracias a obras como ésta, podemos llegar a imaginar lo que es la guerra más allá de disparos, explosiones y militares. Mucho más allá.