Recuerda que vas a morir
“Todos necesitamos los recuerdos para saber quienes somos”
Y entonces llegó Nolan. Portaestandarte de una nueva generación de directores, tan adorados como denostados, que en las últimas décadas han hecho del cine su parque de juegos. Se han atrevido a experimentar con él, con sus reglas y lenguaje, para hacernos partícipes de sus sensaciones y miedos más íntimos. Para transmitirnos sus ideas, dudas e inquietudes. Para conseguir que, mucho después de abandonar las salas de cine, sus historias vuelvan a asaltarnos, a asediarnos repentinamente buscando una respuesta en mitad de la noche.
No quiero parecer un “nolanista” desmesurado; nada más lejos de la realidad. Hay mucho que reprocharle a este realizador inglés. Los últimos años, en concreto, darían para largo y tendido. Pero hoy no he venido a discutir sobre eso. Muchos y mejores que yo podrán contarles cómo se ha convertido en uno de los directores más cotizados y sobrevalorados del momento. Pondrán toda su filmografía en tela de juicio y desecharán la famosa etiqueta, fruto de valoraciones populares, que lo acredita como el director “que no tiene ninguna película mala”. Pero yo estoy aquí para hablarles del principio.
Christopher Nolan nació en Londres en 1970 y, como buen proyecto de director, grabó sus primeras historias a la temprana edad de 7 años, utilizando la cámara Súper 8 de su padre. (Hago un paréntesis para expresar la preocupación e intriga que este hecho me transmite: adoro el cine y gran parte de lo que lo rodea, pero nunca en mi vida he tenido la posibilidad de sujetar entre mis manos una de esas cámaras, probablemente porque sólo se permite su venta a padres de futuros realizadores. Al menos esta es la conclusión que yo saco analizando lo recurrente de esta afirmación en las biografías de numerosos directores: Spielberg, Coppola, Cortés, etc.). Posteriormente estudió Literatura inglesa en el University College de Londres, y en sus ratos libres comenzó a rodar con sus compañeros y amigos su primer largometraje: “Following” (1998). Interesante film, realizado en blanco y negro, acerca de la obsesión de un joven escritor convertido en voyeur para saciar su sequía creativa.
La película le costó 6.000 dólares de su propio bolsillo, y durante el año que le llevó rodarla Nolan ya tenía en mente su próximo proyecto. La que sería considerada su verdadera opera prima y lo lanzaría a la fama mundial. Una oscura historia de venganza y amnesia basada en un relato corto de su hermano menor, Jonathan (coguionista en gran parte de sus proyectos posteriores). Mucho antes de resucitar al Caballero Oscuro, mucho antes de profundizar hasta el origen de nuestros sueños más ocultos, Nolan abría el siglo XXI firmando una auténtica obra maestra: “Memento“.
Vemos enmarcada la dantesca escena de un crimen, diluyéndose poco a poco hasta no dejar rastro. Una fotografía que se desvanece; regresando al interior de su cámara como si nunca hubiese existido. Un flash cegador ilumina la escena. Lo hace por segunda vez, aunque creamos no recordar la primera. Y un disparo certero que, en lugar de castigar y ejecutar, devuelve la vida a un cuerpo inerte. Así arranca el rompecabezas, que nos atrapa en su juego desde el primer (¿o último?) momento. Nolan nos presenta la primera pieza de su puzle, y lo hace de la única forma que sabe: impactando, consiguiendo que nos quedemos clavados en el asiento.
La mayor peculiaridad de Memento, su seña de identidad, es su estructura narrativa. Supone la ruptura total con el eje cronológico, que el director moldea a su antojo. La narrativa es invertida y fragmentada intercalando secuencias en color, que narran la historia desde el final, con escenas en blanco y negro, que lo hacen cronológicamente. El punto culmen de la película es la colisión entre estas dos líneas temporales. Imitando el cine negro clásico, el desarrollo de la acción es trepidante y laberíntico. Estamos ante un thriller casi policíaco, que consigue sumergimos por completo en el proceso de investigación. Nolan estimula nuestra atención mediante continuas ráfagas de información sesgada, intrigas e incógnitas que tratamos de ordenar en nuestra cabeza. Las consecuencias se presentan antes que sus causas y el puzle avanza de modo que el final de una secuencia se corresponde con el principio de la siguiente, sin dejar ningún cabo suelto. Este modo de presentar y contar la historia pretende imitar la caótica percepción que el protagonista tiene de la realidad.
“Padezco una enfermedad. He perdido la memoria reciente. Sé quién soy, lo sé todo sobre mí, pero desde el golpe no puedo crear nuevos recuerdos. Todo se desvanece. Si hablamos un rato olvidaré cómo empezamos, y la próxima vez que le vea no recordaré esta conversación. Ni siquiera sé si ya nos conocíamos”.
El magnífico trabajo de reparto, unido a la magistral batuta de Nolan, es la razón de que no naufraguemos en este perverso rompecabezas. El casting lo encabeza Guy Pearce, que desde el primer momento mostró mucho interés por interpretar al personaje de Leonard Shelby. Este padece una extraña enfermedad llamada amnesia anterógrada, sufrida a raíz de un fatídico incidente: el asesinato y violación de su esposa. La venganza se convierte en la razón única de su existencia; ansía por encima de todo encontrar al culpable, y para ello debe aprender a convivir con su nueva condición. Las fotografías y anotaciones se convierten en una rutina diaria, primordial para su supervivencia. Llega incluso a tatuarse mensajes (con los hechos del crimen y pasos de su búsqueda) para saciar su falta de memoria y orientarse. Diversos personajes se congregan a su alrededor y le ofrecen consejos presuntamente desinteresados, pero él decide no fiarse de nadie. La sombra del engaño y la manipulación se cierne constantemente sobre todo aquel que le rodea.
“Los recuerdos desvirtúan. Son una interpretación, no un registro. Y no importan si tienes los hechos”.
Los otros dos pilares del reparto son: Carrie-Anne Moss, a la que el propio director eligió para encarnar a Natalie tras verla en “Matrix” (1999), y Joe Pantoliano, que da vida al misterioso y carismático Teddy. La propia actriz lo recomendó para el papel (habían trabajado juntos en la película de los Wachowski). Ambos realizan un extraordinario trabajo, esencial para el desarrollo de la cinta, que supera en interpretación al que nos ofrecían en “Matrix”.
La primera es una ambigua camarera con un turbio pasado, que parece convertirse en el principal apoyo de Leonard, su compañera en la búsqueda de la verdad. Pero poco a poco se desvela que sus intenciones distan bastante de la ayuda altruista. En cuanto a Teddy, su personaje se convierte en el principal sospechoso. En la extraordinaria primera escena (anteriormente relatada), contemplamos como Leonard lo asesina a sangre fría, y toda la película parece convertirse en una extraña carrera contrarreloj para desentrañar los motivos que le llevaron a hacerlo. ¿Es realmente el asesino? Y si no es así, ¿por qué lo hizo? A pesar de todo es un personaje muy atractivo y enigmático, que con sus grandes dosis de ironía burlona actúa como contrapunto a la seriedad rigurosa de Leonard. Las magníficas interpretaciones del triunvirato protagonista son, sin lugar a dudas, otro de los puntos fuertes de “Memento”, y nos guían de forma sublime hasta la revelación del misterio final.
Si hay algo reprochable en el film es, tal vez, abusar excesivamente del recurso de la memoria perdida y los saltos temporales. Es su mayor ventaja y al mismo tiempo el resquicio por el que los espectadores menos atentos pueden perder su interés. Muchos críticos han llegado incluso a denunciar algunos fallos de coherencia y preguntas sin respuesta, pero todos coinciden en calificarla como una de las grandes sorpresas cinematográficas de su tiempo. La película fue todo un fenómeno en el momento de su estreno, y con el paso de los años se ha convertido en una auténtica cinta de culto. La lista de premios y nominaciones es interminable (a punto estuvo de llevarse dos premios Oscar, a Mejor Guion y Montaje), pero su mayor logro ha sido sin duda catapultar la carrera de un brillante realizador, que desde entonces nos ha ofrecido numerosos y estimulantes trabajos.
A veces es conveniente echar la vista atrás, analizar nuestros pasos, el camino recorrido. A fin de cuentas es nuestro pasado, nuestros recuerdos, lo que nos ayuda a entender quienes somos, y dónde estamos. ¿O no?
“El mundo no desaparece cuando cierras los ojos…”