Manuel Jabois, un anónimo bastante conocido
Columnistas de todo tipo pueblan los diarios españoles. La nómina para escoger es bastante amplia, desde los “mano en barbilla y pose de pensador” con sus sesudos argumentos, a los que escriben proclamas incendiarias y sólo les falta que les pongan el texto en mayúsculas; que las minúsculas son muy de hablar en tono sosegado. Suelen ser tipos vanidosos, que se asoman al mundo a través del balcón de su género no sólo a mirar, sino a que los miren. Como si de un Michael Jackson ejerciendo de padre circense se tratasen, enseñan y reivindican sus ideas más o menos ordenadas y más o menos engarzadas con el objetivo de que el lector pase la página y pontifique: “qué bien escribe este tío”. Y hasta la semana que viene, que la gloria eterna del escritor de periódicos se muere en la papelera cada tarde-noche. Pero oigan, menos da una piedra.
Manuel Jabois es periodista. Y columnista. El orden es importante, pero sólo hasta cierto punto. La fama viene por la segunda, pero la primera siempre será la primera. Este gallego de Sanxenxo lleva ya unos cuantos años habitando los laterales del Diario de Pontevedra, El Mundo, El Progreso, De Luns a Venres y los posts de FronteraD, entre otros. Y sin embargo aún parece joven. Sobre todo, porque Jabois es joven. Apenas treinta y pico le son suficientes para que los reyes de lo suyo se rindan ante el que muchos ya han catalogado como uno de los mejores columnistas de nuestro tiempo. Y eso, si lo dice Enric González o Elvira Lindo, ya es otro cantar.
Para esto de escribir, su abuelo -que también ejerció- le legó “cierta distancia escéptica y un humor desesperado“, sentando las bases del cínico entrañable y dado al escarnio propio antes que al ajeno. Empezó de corresponsal en Sanxenxo, rastreando la noticia mientras paseaba por el pueblo. Lo de pasear bien atento lo conserva, porque “siempre hay una historia“. Llevando la contraria a su propio libro, no se fue a Madrid, y eso que dicen que el periodismo baja de división cuanto más se aleja de la capital. Él, con pinta y sencillez de cantautor, lo desafía. Y luego va y publica en El Mundo, para que todo el mundo le pregunte si Pedro J. es tan bueno/malo como dicen. En todo caso, Pedro J. es el que deja a Jabois ser Jabois en su periódico, y toquemos madera.
Ácido y ocurrente, ya sea hablando de un chándal o de la independencia de Cataluña, con sus columnas uno se lo pasa bien. Más de una vez me han preguntado, tras leer en alto alguna de las suyas: “¿eso lo pone en un periódico?“, lo cual, en los tiempos que corren donde todo está inventado y si no Apple lo hará pronto, es todo un halago. Ha demostrado -y sigue demostrando- que de mujeres y de borracheras siempre se puede decir algo más. Y no es fácil, aunque borracho pueda parecerlo.
Escribe mucho sobre sí mismo, desnudándose de tal forma que es capaz de despertar un morbo divertido en el lector. Es su autoridiculez una forma de vanidad, porque el escritor es vanidoso y él lo sabe, por lo que no pierde el tiempo en negarlo y negárselo. Si las historias están ahí dentro, ¿para qué complicarse lejos?
Es probable que lleve algo de Camba en los genes, ya no solo por lo de ser gallego, sino por la cantidad de veces que le preguntan por él. Las conexiones que da la tierra, será. Eso, o el premio Nacional del Periodismo Julio Camba que ganó en 2003. Pero Jabois es Jabois. Una fuente inagotable de sí mismo, con lo que es capaz de llenar trozos de papel y pantallas de ordenador cada semana para seguir cosechando aplausos. Desde un punto de vista más envidioso, es un privilegiado, tanto por la forma en la que cuenta sus propias andanzas como por la visión que es capaz de aportar a cualquier asunto; algo diferente, eso tan complicado. Pero si llamas a la redacción y preguntas por él, seguirán pegándole un grito para que se acerque al teléfono. Porque el columnista con un don convive con el periodista, el que escribe nosecuantas páginas rasas semanales sin el glamour de la columna y también ha probado con la narrativa (A estación violenta. Ed: Morgante, 2008) y el ensayo (Grupo Salvaje. Ed: Libros del K.O., 2012).
No pregunten por él en las escuelas de periodismo, porque no se le ve por allí más que para alguna charla y poco más; todavía parece tabú incluso en las de su tierra. Será por el miedo a que los futuros titulados en periodismo -que no periodistas- se desmelenen y entreguen por completo a una bohemia de after y policía en la puerta a las cinco de la mañana. Seguro que alguna historia cojonuda caía, pero las tasas de matrícula no las iba a pagar ni dios después del engaño del primer curso. Supongo que lo enseñarán cuando se muera o pierda la melena, y ése será el error, porque Jabois no ha inventado nada, pero mantiene vivo todo con entusiasmo y ganas de contar. Y eso, en tiempo de vociferar apocalipsis, ya es bastante.
Manuel Jabois está de moda, pero es una moda diferente, igual que él. Un amigo que trabajó un verano en el Diario de Pontevedra me dijo cuando le pregunté por él: “Sí, por allí andaba… supongo“. “¿Supones?“, “Sí, yo realmente me enteré de quién era Manuel Jabois cuando ya me había ido del Diario“. En cierto modo, ése es Jabois: un anónimo bastante conocido.
Imagen destacada: Xan Xiadas