La crisis liberal
Creo que alguien debería empezar a plantearse un estudio serio sobre el impacto del gobierno en el Facebook. A estas alturas estoy casi convencido de que hay una relación de directa proporcionalidad entre cada cagada del gobierno (o cortina de humo) y el chorro de protestas que invaden nuestro timeline esos días. Muchos de nosotros todavía estamos padeciendo la Wertmanía. Pero más allá de los temporales arrebatos de rebeldía, si es cierto que empieza a generarse un trafico constante y estable de mensajes de protesta e indignación. Sin ir más lejos, seguro que no fui el único que ayer pudo ver una foto que decía: “Detrás de cada político corrupto hay una empresa que se b€n€ficia. No les sigas el juego. El sistema es la corrupción”. Parece que no, pero detrás de este mensaje, más propio del boletín de la CNT, se esconde una gran verdad.
En este país hay muchos problemas, uno de ellos es que se tiende a focalizar demasiado el centro de atención mediático. Por ejemplo en el caso de los desahucios, hasta que los medios no se han centrado en el tema, teniendo como presas fáciles a los bancos, la cuestión no ha llegado a la esfera política para ser legislada. Con los políticos pasa lo mismo, la casta política ha sido demonizada hasta el extremo convirtiéndola en culpable de todos los males de la sociedad, lo que tampoco es del todo cierto. Los políticos son tan ladrones y corruptos como siempre. Lo son porque para llegar a donde están, no hay otro camino. Pero si los políticos son tan malos como siempre, ¿por qué estamos peor que nunca? La diferencia, como decía la foto del Facebook, es el sistema.
El liberalismo, o neoliberalismo, o neoconservadurismo, o cualquiera de sus muchos nombres, se ha ido introduciendo en nuestra sociedad de la mano de la derecha más radical. Aunque con su eufemístico disfraz de “teoría humanista” ha llegado a ser una realidad en todos los pensamientos políticos actuales. ¿Quién discute hoy los beneficios del libre mercado o reniega de la competencia entre empresas? ¿Quién niega el poder y la justicia de los mercados? ¿Quién duda que tengamos el mejor sistema social? Las falacias del liberalismo han calado tan profundo en la sociedad que parece que llevan toda la vida aquí. A mi personalmente no me parece que tengamos una sociedad modélica, ni veo tan palpables los beneficios del libre mercado cuando las empresas de mis amigos no levantan cabeza. ¿No habrá otra manera de ver y de hacer las cosas? Probaré con algunos de los dogmas del liberalismo que más comúnmente han salido a relucir durante la crisis.
“La beatificación de los ajustes”
Cada cierto tiempo, las rigideces del mercado causan crisis en las que las empresas menos eficaces desaparecen, produciéndose un efecto de purga general en el sistema económico. Debido a esto, no es recomendable para el estado influir en el libre mercado ayudando o rescatando a las empresas menos eficientes porque se estaría premiando la baja eficiencia. Ante las crisis tan sólo hay que esperar a que el mercado se deshaga de las empresas poco competentes y vuelva a empezar.
Esta semana hemos podido ver a la ministra de Empleo y Seguridad Social, Fátima Báñez, recurrir a este viejo tópico liberal para justificar los 74.296 nuevos parados del mes de noviembre. “La rigidez del mercado de trabajo ha sido el caldo de cultivo para que la tasa de paro supere el 25 %”. Cualquiera diría que estos son los efectos de convertir un derecho fundamental como es el trabajo en un bien de mercado. Pero más allá del comentario en particular y volviendo al dogma principal. Justificar un sistema que cíclicamente provoca la miseria y la desesperación de gran parte de la sociedad con crisis como la actual es, a todas luces y siendo claro, una burrada. ¿No sería mejor un sistema en el que el crecimiento sea más constante y previsible? Ya sé que durante el spanish dream la gente vivía muy bien, pero seguro que todos cambian esos diez años de bonanza por no tener que sufrir ahora veinte de recesión. El problema de las burbujas viene cuando se pinchan. Que se lo digan a Japón que esta saliendo del mismo problema que tenemos ahora aquí, pero ellos lo tuvieron en los años 90.
Lo peor, es que el dogma principal es incorrecto dentro incluso de las propias tesis liberales. Si los mercados tienen rigideces, ¿Cuál es entonces la misión de sus especuladores? Se supone que los especuladores ajustan los mercados absorbiendo sus fluctuaciones e imperfecciones. Si ni los especuladores son suficientes es porque las crisis no están causadas por las rigideces de los mercados, sino por la baja regulación que promueve las burbujas, por el propio liberalismo. Aquí tenemos el mejor ejemplo con la burbuja inmobiliaria. Una burbuja que comenzó con la liberalización del suelo impuesta por el gobierno Aznar y aún no sabemos como acabará. Personalmente, la liberalización de un mercado supone la perversión del mismo a manos de los especuladores y de todo tipo de inversores que solo pretenden un beneficio económico por encima de las justificaciones y necesidades del propio mercado. Como ejemplo de mercado pervertido está otra vez el inmobiliario, donde vemos que los intereses económicos propician desahucios con miles de casas vacías. Casas sin gente y gente sin casa.
“La inmaculada concepción de la competencia”
En una economía de mercado de libre competencia el cliente premiará o penalizará a las compañías con su consumo. Esto propicia que las distintas empresa se vean obligadas a competir entre ellas para ser más eficientes y ofreciendo una mejor relación calidad-precio. Dicha competencia permite a todas las compañías competir en igualdad de condiciones de manera que si una empresa pequeña ofrece una relación mejor que una gran corporación, acabará superándola. La libre competencia terminará creando una sociedad meritocrática perfecta.
La meritocracia, por muy equitativa que parezca en la teoría, es de los sistemas más injustos con la naturaleza del ser humano. Cualquier empresario te dirá que la mayoría de las veces el mejor candidato a un puesto no es el de mejor historial, sino en el que ves cualidades como el ingenio o la motivación. Cualidades que no vienen en el currículo o la vida laboral pero pueden marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso. Negar estas cualidades o intentar cuantificarlas será siempre un error y partirá de una base subjetiva para ello. Ser el mejor depende de tantos aspectos y cualidades diferentes que es prácticamente imposible establecer una regla justa para todas.
El axioma principal cuenta con un error de base en su tratamiento del cliente. O mejor dicho, de la justicia impuesta por el consumo del cliente. Obviamente, cualquiera de nosotros, si tiene dos productos del mismo precio delante escogerá el de mayor calidad. Eso está claro. El problema viene cuando, siendo humildes, nos preguntamos ¿de donde viene esa concepción de la calidad? ¿Por qué creo que este producto es mejor que aquel?
Si algo ha hecho especiales a las grandes empresas de los últimos 50 años es su gestión de la publicidad. Su crecimiento es la prueba de que una buena campaña de marketing influirá en sus ingresos muchísimo más que cualquier costosa mejora en la calidad de sus productos, que además puede llegar a pasar inadvertida entre sus clientes. Todos hemos comprobado como productos de baja calidad, incluso con altos precios, se pueden vender con buenas campañas publicitarias. Esta importancia del marketing en la percepción de la calidad por parte del cliente convierte en falsa la segunda parte de la afirmación principal. Una empresa pequeña, con pocos recursos, tendrá casi imposible competir libremente con una gran empresa que dispone de mucho más dinero para invertir en campañas de imagen y publicidad. La prueba de esto se puede encontrar en el libro de Naomi Klein sobre la influencia de las marcas o como se fabrican a la vez los mismos productos para diversas compañías.
También se puede pensar que la publicidad entra dentro de la competencia y la empresa mejor adaptada a las necesidades del consumidor (incluyendo factores psicológicos como la satisfacción personal por el estatus que proporciona cierto producto) es la que triunfa. Sería como decir que el éxito justifica la venta. Algo muy liberal, el fin justifica los medios. Pero en la práctica esto supone admitir que la mejor empresa es la que mejor “tima” a sus clientes en función del imaginario “valor añadido” e independientemente de la calidad real de sus productos. Creo que como ejemplo en este aspecto, se puede dar por válido el McDonalds como ejemplo de éxito con una pésima relación calidad-precio. Una relación en teoría inadmisible bajo una tesis liberal, pero totalmente real en la práctica.
Otro de los grandes problemas de este sistema de organización salvaje es que favorece que las empresas más grandes vayan expulsando del mercado a las menos eficientes y se desarrollen monopolios. En este aspecto hay que decir que la mayoría de liberales no defienden los monopolios, obviamente son contrarios al libre mercado, y defienden una legislación que los evite. Pero la realidad nos demuestra que en todos los mercados y sectores de la economía los monopolios evaden las leyes de los estados y se hacen día a día más fuertes. Microsoft a nivel mundial, o Telefónica a nivel estatal, son buenos ejemplos. En el fondo es inútil legislar contra los monopolios cuando el resto de normas, como las fiscales, los favorecen. El objetivo es claro, y se está cumpliendo, para luchar contra los estados lo mejor es tener empresas más grandes que los propios estados. Son muchos los que dicen que se acabó, o que fue un espejismo, aquello de la Era de la Información, que estamos en la época de las Corporaciones. Cualquiera puede nombrar en diez segundos cinco empresas que son más poderosas que la mitad de los estados del planeta. Con el liberalismo el dinero manda, y no tiene fronteras, ni ley, ni ciudadanos a los que proteger. Solo clientes.
Continuará…