El arte de enfadarlos a todos

El 20 de Noviembre de 2011, los españoles decidían que era el momento de sacar del poder al gobierno socialista ante su estrepitoso fracaso durante la segunda legislatura. La situación a la que estaban condenando al país era evidente que no terminaría en buen puerto y la confianza de sus votantes se fue diluyendo acto tras acto. El despilfarro desmedido en obras públicas que no funcionaron más que a corto plazo -a cortísimo-, la construcción de infraestructuras absurdas y ciertas medidas impopulares como las primeras subidas de impuestos, acabaron por condenar a Rubalcaba y al partido de la rosa y el puño a la oposición tras algo más de siete años de mandato.

El equipo de gobierno al completo.

El equipo de gobierno al completo.

Viviendo en una partitocracia como la que tenemos el placer de disfrutar, no fue de extrañar que la única opción plausible para recoger este testigo fuese el Partido Popular. Una mayoría absoluta que dejaba claro que España se encomendaba a Rajoy y sus secuaces. Se convertían éstos en la esperanza de un cambio de rumbo para así, con mucho esfuerzo y sacrificio, conseguir ver la salida del túnel que podría representar esta crisis, un poquito más cerca.

Pero un año después las cosas no han mejorado. Al contrario. El nuevo gobierno ha hundido el barco más a las profundidades de lo que el incompetente Zapatero fue capaz. Han calentado a la opinión pública sacándola a la calle en varias ocasiones y levantando crispaciones con cada movimiento que han optado por realizar. Han titubeado con el “euro sí, euro no”, provocando la salida de empresas, la fuga de cerebros y la pérdida total de confianza en un mercado que ya de por sí no era visto como demasiado serio desde el exterior. Han hecho el ridículo ante el mundo entero y varios ejemplos los han demostrado. Romney, en un importante debate al otro lado del charco visionado por buena parte del globo, aseguraba que el gobierno que tenemos servía como el mejor ejemplo de lo que jamás debe hacerse mientras se está al mando de un país. Nuevamente, hemos afianzado nuestra imagen del burdel más grande del continente y de territorio panderetero y folclórico. Se nos era expropiada una empresa por la señora Cristina Fernández de Kirchner, por su cara bonita, y toda Europa nos daba la espalda mirando hacia otro lado y silbando, disimulando no haber visto nada. Queda claro que España es ese país ridículo, de sevillanas y toreros, famoso por darle con más tino que los demás a un balón de fútbol, donde la seriedad brilla por su ausencia y sigue condenándose de un modo alarmante a la quiebra. Al mismo tiempo aumenta esa deuda que parece imposible de pagar y cuya solución de sus problemas cada día se asemeja más a un sueño irrealizable.

Pero más allá de su desastrosa gestión económica -anteayer se rumoreaba que el déficit podrá rondar el 10%- su mayor mérito es el haber cabreado a toda la población en general. A toda, porque es increíble como en este primer año de legislatura ha enfadado absolutamente a todo el mundo. De la derecha a la izquierda. Desde los socialdemócratas, a los liberales, hasta a los nacionalistas. Todos han encontrado motivos suficientes para unirse en esta indignación concentrada en el gobierno del Partido Popular. Han regalado a la ciudadanía un enemigo común para pagar todos juntos, en amor y compañía, sus frustraciones y malestar.

El sector más socialdemócrata de la población se ha aferrado a ese discurso en contra de la ola neoliberal que el gobierno está llevando a cabo. En sus consignas y protestas, este término cada día toma más fuerza siendo bastante ambiguo e impreciso, sin parecer nadie capaz de definirlo. Pero dejando la terminología a un lado, es cierto que están siendo testigos de como el Sistema de Bienestar que se venía forjando desde el comienzo de nuestra corta democracia, está sufriendo ajustes y recortes que pueden considerarse injustos. Comprensible, al ver como estos señores no recortan ni un mínimo su nivel de vida y que todo el peso de la recesión económica tan dura que tenemos sobre nuestros hombros está siendo solamente soportada por los ciudadanos. Hasta no hace mucho, cada viernes recibían noticias de nuevos recortes en derechos y servicios como si de plagas bíblicas se tratase, y ven como ese sector público al que tanto se aferran se desmonta lentamente. Han machacado a los funcionarios del país, quitando pagas extras y amenazando con despidos. El Estado no aparece cuando se le necesita, no ayuda a la ciudadanía, no reactiva la economía… nada. No está.

Este discurso ha llevado a ciertos líderes de opinión ha asegurar que el PP está poniendo en práctica políticas liberales -Gaspar Llamazares hace unos días durante la presentación de su nuevo libro afirmó: La política del PP se basa en el liberalismo económico y en el conservadurismo ideológico-, y estas acusaciones han provocado que el público representante de esta ideología haya sacado las uñas. Tanto es así, que algunos expertos en la materia que la representan han llegado a afirmar que las políticas del PP se sitúan más a la izquierda que IU. Posible exageración, pero si observamos los datos, la subida del IVA y el IRPF no desmentirían tal acusación, y esto no puede estar más lejano de lo que cualquier liberal querría en su modelo idílico de país. Este robo de guante blanco al ciudadano que está yendo a parar directito al engrosamiento del Estado y a las arcas de los bancos no es política liberal -no sé si neoliberal, ya que reitero la ambigüedad del término, pero liberalismo como fue definido por los clásicos, desde luego que no-. Tenemos una deuda que no son capaces de reducir -al contrario, que aumenta incansable-, una casta política que goza de infinitos privilegios y que tienen un chiringuito muy bien montado, una banca que sigue aprovechándose de ellos para su propio beneficio y el bautizo de Cristóbal Montoro como el ser más antiliberal del planeta -y parte del extranjero-. Normal que se molesten ante las acusaciones, pues es una ofensa cualquier etiqueta que defina a este híbrido democristiano pseudosocialista que tenemos por gobierno. Por llamarlo de algún modo.

Montoro pensando el modo de inventarse algún que otro impuesto. (Fuente: ABC)

Montoro pensando el modo de inventarse algún que otro impuesto. (Fuente: ABC)

Por lo tanto, vemos como el conjunto de personas que hoy en día toman decisiones tan transcendentales para nosotros y nuestro futuro, no solo no han solucionado aspectos tan necesarios en materia económica y social, si no que han conseguido que toda la población se enfrente entre ella, señalándose unos a otros con el dedo acusador para afirmar que “la culpa la tiene la gente de tu calaña”.

Pero no podía faltar el colectivo al que consiguen sacar más de sus casillas, los nacionalistas. No pueden estar más alterados. Lo estamos viendo, el ambiente está que arde. Tenemos una independencia catalana que nunca ha parecido tan cercana hasta estas fechas y que ellos mismos se han encargado de alimentar, avivando el fuego en intentos de extinguirlo arrojando más gasolina. Han prendido una mecha que estaba ahí, esperando a que llegase al poder un partido que de verdad fuese considerado de los españolazos de verdad, de los que la Madre Patria estuviese orgullosa. Soraya Sáenz de Santamaría, más provocadora que nunca, le mandaba una sonrisa burlona a Artur Mas asegurando que emplearán todo el peso de la ley para evitar que se salgan con la suya. Puro talante constitucional. Por si fuera poco todo esto, que no lo es, Torito bravo Wert, absorbido en su papel del Mio Cid, campeó obligado a extender la lengua cervantina a cada esquina del territorio. Una muestra más de una prepotencia desbocada, no dejando libremente decidir el idioma en el que cada cual quiera estudiar. Será todo esto para educar a ese nacionalismo paleto de las periferias que tan poco le gusta al periodista Julián Ruiz del diario El Mundo, digo yo.

Wert "el españolizador"(Fuente: ABC)

Wert “el españolizador”(Fuente: ABC)

No quisiera quitarles el mérito de tal hazaña. Es complicadísimo conseguir que todas y cada una de las ideologías te rechacen y terminen cogiéndote semejante manía. Una capacidad digna de aplauso y reverencia. Solo han contentado a sectores retrógrados y a algún que otro dinosaurio que queda tras los micrófonos de radios y televisiones ya un tanto apolilladas. Han conseguido unir -metafóricamente- a la izquierda y a la derecha, a los estatistas y a los que no, convirtiéndose en la diana de todas las críticas. Los actos cometidos hasta la fecha, -desde la prohibición de la retransmisión durante las manifestaciones, hasta este colofón final de semi-imposición de la lengua castellana con ese jacobinismo tan peculiar del que hablaba Darío hace unos días-, a alguno que otro ya le ha traído recuerdos de una época dorada que vivió nuestra querida España. Época de unidad, grandeza y libertad. Será por la fama que tienen. Igual no estaba muerto, y estaba de parranda.

En definitiva, y por seguir con el optimismo que desprende todo el artículo, estamos ante el peor gobierno de la historia. Sí, hemos perdido un año que podría haber servido de mejora y lo han dejado escurrirse, como si no hubiesen tenido tiempo en todos los años de oposición de prepararse algo, como si les hubiese cogido por sorpresa. Parece que esperan que por el mero paso del tiempo esto vaya a solucionarse. Un año de mucho ruido y pocas nueces. No han tomado la situación con firmeza, sino que han prolongado la agonía.

Pero lo peor, si cabe, es que todavía les quedan tres años más por delante con una oposición que tampoco está sabiendo estar a la altura de las circunstancias. Eso sí que da miedo. Creo que lo único cumplido hasta el momento es lo que Andrea Fabra ordenó aquel glorioso día en el Congreso. Nos están jodiendo bien, en eso sí son buenos.

Imagen destacada: El Periódico.