El abismo de la pena capital
En octubre de 2001, dos jóvenes de Texas se dirigieron en su furgoneta a la casa de un amigo con la intención de pasar allí la noche y robarle el coche. Sin embargo, fue su madre quien les recibió y les indicó que su amigo no se encontraba en la casa. De vuelta a su vehículo, cambiaron de plan. Con una excusa entraron de nuevo en la vivienda y de un disparo mataron a la señora Stotler. Tras abandonar su cadáver en Crater Lake, no muy lejos de allí, volvieron al lugar del crimen con el propósito de llevarse el botín. Pero un obstáculo se interpuso en su camino. La verja de la urbanización donde se ubicaba la casa de la señora Stotler les impedía el acceso y, muerta esta, no había nadie que les flanqueara el paso. Así que esperaron a que llegara el hijo de su víctima, su amigo, acompañado de otro compañero, para llevarlos a los dos a un bosque cercano y matarlos, consiguiendo así las llaves para acceder a su casa y hacerse con el coche.
Días después, Michael Perry y Jason Burkett fueron detenidos tras un tiroteo con la policía. Se les había visto conduciendo el coche robado de la residencia Stotler alardeando de los crímenes que habían cometido. Aunque se declaró inocente, sobre Perry cayó la pena capital y a su compañero de fechorías, más afortunado, lo condenaron a cadena perpetua.
En el documental Into the Abyss – A Tale of Death, a Tale of Life (2011), realizado diez años después,el director alemán Werner Herzog nos acerca a una historia con un gran paralelismo con A sangre fría, la célebre novela de no ficción de Truman Capote. Al igual que el escritor, Herzog se entrevista con los autores de los asesinatos, así como con los familiares de las víctimas de un crimen atroz, en ambos casos motivados por el robo. Hasta el nombre de uno de los condenados, Perry, coincide en los dos sucesos separados en el tiempo por cuarenta años.
Werner Herzog es autor de una extensa filmografía, en la que se entremezcla la ficción, con películas como My son, my son, what have ye done (2009), con los documentales, entre los que se encuentra Grizzly Man (2005), en el que narra la historia de un hombre que pasaba los veranos viviendo entre los osos en Alaska hasta que fue brutalmente atacado. Into the Abyss está dividido en seis partes y empieza con un prólogo en el que el Richard Lopez, el reverendo del corredor de la muerte, reflexiona acerca de la vida y la pena capital, con el cementerio estatal, donde van a parar los cuerpos que nadie reclama, de fondo.
Es la propia voz de Herzog la que interviene durante las entrevistas, planteando en ocasiones cuestiones incómodas, como cuando le pregunta a la hija de la mujer asesinada si no considera exagerada la pena de muerte, o cuando le pide a la mujer de Jason Burkett (se conocieron y contrajeron matrimonio cuando él ya estaba condenado), que hable acerca de las groupies del corredor de la muerte.
Into the Abyss, ganador del premio al mejor documental en el London Film Festival, es un alegato en contra de la pena capital estructurado a partir de imágenes de archivo de la policía entremezcladas con imágenes del corredor de la muerte y con entrevistas a los principales implicados, incluyendo a los autores del crimen, familiares de las víctimas, miembros de la policía e incluso con un ex responsable del corredor de la muerte. Herzog peca quizás de un exceso de sentimentalismo cuando entrevistando a los hermanos de los jóvenes asesinados les pide que muestren sus fotografías entre lágrimas, y no trata una realidad que en mi opinión está íntimamente relacionado con el suceso: la legalidad de las armas en Estados Unidos y el hecho de que un joven de dieciocho años pueda tener tan fácil acceso a una.
A pesar de ello, es un documental realmente interesante que invita a la reflexión. Resulta evidente que matando a los asesinos, aplicando el ojo por ojo, no se devolverá a la vida a las víctimas. Pero ¿puede esto traer la tranquilidad a las familias y aliviar su dolor? ¿Cómo podemos estar seguros al 100% de no estar ajusticiando a un inocente? ¿Merece la muerte un asesino? La opinión de Herzog está clara: ningún ser humano merece la muerte.