Crisis no solo hay una

A lo largo de los últimos años quizá la palabra “crisis” ha sido la más presente con diferencia en los medios de  comunicación. Pero estoy segura de que la gran mayoría de nosotros solo hemos pensado en la crisis como un  fenómeno que está afectando solo al “mundo desarrollado”, con su jerga tan sofisticada “sistema financiero, prima  de riesgo, déficit, burbuja inmobiliaria, Standard & Poor’s, hipotecas…”. Sin embargo, simultáneamente existe una crisis que afecta a cosas tan sencillas como “alimentos, hambre, materias primas…”. Resulta curioso, ¿no?

Existe una crisis alimentaria que afecta a más de 1.000 millones de personas. Se trata de un problema que perjudica a la población más vulnerable del planeta y que a pesar de eso no recibe la atención suficiente. La cuestión es la  desigual distribución de alimentos y no la escasez de los mismos.

Como en toda crisis siempre hay una burbuja, en este caso la burbuja alimentaria que comienza a vislumbrar en 2007. Los precios de los alimentos consiguen un rápido incremento alcanzando en 2008 y 2011 los picos más altos. Fruto de este encarecimiento en 2008 el número de hambrientos aumentó en 250.000 personas. En la subida de precios de las materias primas no existe el fair-play. Se produce un juego de mercado a futuros de los alimentos, donde los precios no son establecidos por las reglas de la oferta y la demanda reales sino que son los especuladores quienes compran dichas materias primas para acumularlas y luego venderlas, consiguiendo así liberar el mercado en el instante adecuado para ellos, es decir, cuando puedan obtener mayor volumen de beneficio. Este procedimiento se está popularizando en América Latina y de forma exponencial en África. La mayoría de estos mecanismos se utilizan para la producción de materias primas destinadas a los agrocombustibles, son más rentables que los alimentos para personas. Entonces, ¿quedará espacio para la producción de alimentos?

Depósitos de la compañía Bunge. Extraído de infobae.com

El asunto aun da más de si, según Intermón Oxfam el 90% de las explotaciones agrícolas está en mano de tres multinacionales: Cargill, Bunge y ADM. Se trata pues de un acaparamiento de tierras por parte del capital privado cuyo resultado es la descampesinización de las tierras. Los campesinos están dejando de tener acceso a las tierras ya no solo para el comercio local sino que también ven despojadas sus posibilidades de emplear la agricultura de subsistencia.

Sumado a lo anterior se encuentran también los mecanismos insostenibles de producción que contribuyen al cambio climático y al agotamiento de los recursos que sí, son finitos. Se utilizan más recursos de los que el planeta puede permitirse entrando así en un círculo vicioso en el que nuevamente la población más vulnerable es la mayor afectada. En referencia a esto, recordemos las crisis alimentarias del Sahel (18.5 millones de afectados) y del Cuerno de África (13.3 millones de afectados) que persisten hoy en día y cuyo acelerador son las sequías.

La solución está en la defensa de un sistema alimentario justo y digno. Un nuevo modelo en el que el respeto por los recursos naturales, los Derechos Humanos, el consumo responsable, el comercio justo y las energías sostenibles conformen un conjunto inseparable. Se trata pues del establecimiento de un modelo de Soberanía Alimentaria acuñado ya en 2007 en Malí en la Declaración Nyélény, en el que se reconoce como el “derecho de los pueblos a los alimentos nutritivos y culturalmente adecuados, accesibles, producidos de forma sostenible y ecológica, y su derecho a decidir su propio sistema alimentario y productivo”. Es un modelo en el que las prioridades son alimentar a las personas y respetar el medio ambiente por encima de los mercados. Sí que es posible y lo más importante es que es lo mejor para todos. No es posible un planeta capaz de producir alimentos para la totalidad de su población y que solo unos pocos puedan disfrutarlos.