Pagar por votar: un sistema democrático más eficiente

Imagine que usted y su grupo de colegas desean elegir entre dos tipos de droga para esta noche: unos prefieren cocaína, pues dicen que les pone “a tope”, y otros vodka Veruska, “que te destroza por dentro de una forma sin igual”. El caso es que no se ponen de acuerdo y la opción de coger ambos queda descartada. Esto es así porque han descubierto por experiencias anteriores que los cocainómanos se ponen tontos con los alcohólicos y se acaba liando parda. Deciden, por tanto, someterlo a voto, pero justo antes de pronunciarse aparece de la nada el colgao del grupo y les propone una nueva alternativa: ¿y si en vez de hacerlo a lo democracia chupiguay votan con dinero?

“O nos endrogamos tós o de un navajazo al río” El Napias siempre fue un tipo con las ideas claras. Fuente:diariosur.es

Pues eso, ¿qué pasa si en vez de usar el sistema de una persona = un voto usamos el de votar con dinero? Déjeme -ahora soy yo el colgao– detallar el asunto para que se entere de cómo va la cosa. El sistema de votos tradicional es injusto. Y no porque lo diga yo, sino que matemáticamente se ha demostrado así. Partiendo de esta premisa, intentemos algo nuevo basándonos en los estudios de Glen Weyl y Jacob Goeree y Jingjing Zhang. Cada persona puede votar las veces que lo desee pagando, pero cada voto tendrá un coste cuadrático. El de letras se preguntará que qué carajo quiere decir esto. Básicamente significa que el primer voto vale 1 chocodólar, el segundo 4 chocodólares (es el dinero con el que se compra droga en este universo ficticio), el tercero 9… De tal forma que un voto n vale n=n². Oiga, me dirá usted, pero nuestro amigo “El Napias”  es rico y votará más que el resto porque le gusta mucho la cocaína. La lógica de este mecanismo es que cada uno pagará conforme a sus preferencias, y si realmente desea una de las dos opciones, votará con una intensidad consecuente. De este modo el efecto de los indecisos o de los pasotas se diluye, reflejando de forma más fiel las preferencias globales. Llegados a este punto usted pensará que estoy bajo los efectos de algún psicotrópico y que este modelo no tiene ningún sentido, pero continuemos en este viaje sideral hacia el voto ideal. Supongamos ahora que una vez han votado gana la opción cocainómana por la participación estelar de “El napias”. Pues bien, el dinero recolectado es dividido en partes iguales y se reparte entre todos los votantes, de tal forma que se compensa a los que han perdido la apuesta y todos salen más contentos.

Versión simplificada.
Fuente: elaboración propia

Resulta que este método es eficiente en sentido de Pareto, es decir, que no se puede cambiar algo para mejorar la situación de alguien sin empeorar la de otra persona. Esto se podría aplicar al mundo electoral. ¡Oiga, pero los intereses de los ricos estarían sobrerrepresentados! Sí, ¿pero acaso eso no sucede ya actualmente? La diferencia es que en vez de gastarse la pasta de formas indirectas (financiación de enormes actos y demás chorradas propagandísticas) pasa a ser una vía directa, así que este sistema podría convertirse de facto en más democrático que el tradicional. Además, el artículo experimental de  Goeree y Zhang, con una muestra de 250 sujetos, muestra que el 90% de los participantes prefieren este sistema.

El sombrero de copa y el bigote dan derecho mínimo a 100 votos. Si además hay monóculo, 500.
Fuente: Librería del Congreso de los EEUU

Pero ahora que a lo mejor casi les he convencido, vienen los peros. Como esto no deja de ser una Ciencia, hay que mencionar tanto los argumentos a favor como los en contra para que queden bien claras las fortalezas y debilidades del modelo. En un sistema real los ricos podrían comprar los primeros votos de la gente para tener más ventaja, lo que sería obviamente ilegal y dejaría un sistema totalmente corrupto. Además, la utilidad marginal decreciente del dinero (o lo que es lo mismo, si tienes 100€ un euro te importa bastante, pero si tienes 100000000€ pues te da igual lo que le pase) hace que ante un mismo nivel de interés en uno de los partidos el rico gaste mucho más (si yo valoro al partido como para gastar un 10% de mi renta y tengo 100, gasto 10, y si tengo 100000000 gasto 10000000). Por último, no parece un sistema demasiado justo, pues da la sensación de que los intereses de los más pobres serían precisamente los menos representados, y por tanto la redistribución tendería a ser suprimida.

Volviendo a la situación original, ocurrirá lo de siempre. Mirarán al colgao con cara rara y pasarán de él (probablemente con razón). Para sintetizarlo de forma elegante se puede decir que “El Napias” tiene todas las de ganar y que realmente es muy probable que el resultado sea cocainómanamente -vocablo inventado cortesía de una mente enferma- injusto. Por esta vez seguirán con el método habitual. Pero nunca se sabe. Quizá haya alguna forma de modificarlo y eliminar estos problemas, quizá haya más salidas que los sistemas tradicionales para elegir lo que realmente queremos. Toda alternativa tendrá beneficios y perjuicios, pero hay que tratar de encontrar el equilibrio. Quién sabe, quizá sea usted el que invente un sistema mejor que el actual.  Pero para eso hay que empezar a pensar críticamente, ¡así que ya sabe, piense!