Los cínicos no sirven -ni servirán- para este oficio
Existen personas especiales. Personas que guardan talentos que la gran mayoría no atesoran, que muchos no pueden ni imaginar.Imagino que justificar las decisiones tomadas esgrimiendo una razón tan compleja como puede ser el propio talento es complicado, es como explicar lo que ni uno mismo entiende. Supongo que Ryszard Kapuscinski era una persona así. Una vida entera consagrada a un oficio con iguales dosis de pasión y de obsesión, el periodismo. Kapuscinski es la perfecta fusión del trabajo, la información y la literatura. Un método basado en un estudio incansable, una documentación que roza la perfección y un estilo sencillamente inimitable.
Un hombre al que no le han podido las barreras ni espaciales, ni políticas, ni de ningún tipo. Kapuscinski va donde están las historias, las escribe y las transmite. Un mecanismo simple desempeñado a la perfección por un genio capaz de radiografiar un continente en los años más importantes de toda su historia.
En Los cínicos no sirven para este oficio: sobre el buen periodismo (editado por Anagrama en 2002), se nos da la oportunidad de observar a un observador, de adentrarnos en las ideas de uno de los adalides del periodismo o, mejor dicho, del buen periodismo. Tenemos la oportunidad de acercarnos al que ya es un mito a través de su instrumento más preciso, sus propias palabras; que aparecen repartidas en tres charlas.
“Es erróneo escribir sobre alguien con quien no se ha compartido al menos un poco de su vida”
Kapuscinski es, a su vez, sencillo y demoledor. No encontramos un estilo lleno de florituras, con una gramática especialmente complicada u otros artificios. No existen grandes complicaciones, existen grandes historias.
En 1956, con sólo 24 años, Kapuscinski llegaba por primera vez a África y se encontraba con un problema que tendría el resto de su vida profesional: “El problema de de las fuentes de información y de cómo orientarse es enorme”. Un problema que no tardaría en resolver, posiblemente gracias a su propio talento. La clave de su trabajo tiene un nombre: mimetización. Kapuscinski se basa, simplemente, en no existir, en desaparecer con un ejercicio sobrehumano de modestia en beneficio de la historia (“un reportero debe vivirlo todo en su propia carne”). Cuando es uno más, sin llamar la atención, la información llega sin las trabas propias que puede tener cualquier extranjero en territorio desconocido. Sólo después entra en juego la capacidad de observación y la intuición. Naturalmente, detrás de esto existe un trabajo de documentación de proporciones espectaculares basado en lecturas, vídeos y cualquier tipo de documento útil para el asunto a tratar.
“Creo que para ejercer el periodismo ante todo hay que ser buen hombre o buena mujer”
El sacrificio y el estudio no serían nada sin una capacidad de empatía muy fuerte. Como decíamos antes, Kapuscinski parece no tener ego. En sus libros, en sus estudios, existe “para los demás”. Es un transmisor, una voz de los que no tienen voz. No es él el que se ha colocado en el pedestal, son sus historias las que le han puesto en su lugar.
Descubrimos a través de esto una mente de psicólogo enraizada y sincronizada en el periodista. Un arma muy eficaz si se usa con habilidad y, sobre todo, con paciencia. Es el propio periodista el que proclama que “en la política y en la vida es necesario saber esperar”. Todo esconde un momento oportuno y una intención, algo que intenta producir un cambio basado en nuestras palabras. Podemos llamarlo “mover conciencias” o “periodismo intencional”, pero no deja de ser el sueño de cualquier periodista.
“La pobreza no llora, la pobreza no tiene voz”
Los más desfavorecidos son una constante en el trabajo de Ryszard Kapuscinski. Como decíamos antes, el periodista se convierte en la voz de los socialmente olvidados, a los que ha dedicado todo su trabajo y obra. Porque los pobres sufren, pero también “suelen ser silenciosos”. Y lo dice alguien que sin quererlo es historia de África, que ha convivido con la miseria día sí y día también hasta llegar a entenderla, contextualizando y relacionando causas y consecuencias. Kapuscinski nos habla de lo que los demás no hablan: “En las situaciones de pobreza perenne, la característica principal es la falta de esperanza”. En sentencias como ésta descubrimos al ser humano, al hombre con talento especial para la historias, a la sensibilidad empleada en su máximo nivel.
“Yo era un esclavo, un esclavo de mi trabajo obsesivo”
Ya mencionamos el trabajo incansable de Kapuscinski. Ha entrelazado su vida y su trabajo y juntos los ha llevado al límite. Se ha visto sometido a múltiples obstáculos: presiones, intereses e incluso su propia vida privada. Pero él siempre ha ido más allá. Ha demostrado que un periodista puede ser independiente, ha sido el ejemplo perfecto de lucha continua y, como él dice, “estado de alerta constante”.
Kapuscinski se atreve a definir el buen periodismo, y lo hace de una manera tremendamente simple. Se limita a afirmar que siempre debe existir un “por qué”. No basta con la descripción. Parece sencillo, pero nadie ha dicho que lo sea.
El periodista polaco por excelencia se ha convertido en pura Historia, de la buena, de la que se escribe con mayúscula y sale en los libros de texto. Quizá sea el mejor regalo que se le puede hacer a quien pensaba que todo periodista es un historiador, porque el periodismo es estudiar la historia en el momento mismo de su desarrollo.