La espera

Las salas de espera no son un lugar agradable. Son espacios de eterno stand by, donde la actividad conoce el remanso inquieto de un letargo obligado. Cuatro paredes, asientos -sofás, con suerte- y unas cuantas revistas manoseadas. Y algún compañero o compañera de espera, desde luego. Siempre hay alguien más, que por algo son salas de espera. Si no hubiese nadie más, si no hubiese otra ocupación, no habría que esperar. Carecerían de sentido.

Es curioso, porque una sala de espera en la que la espera se vuelve interminable también carece de sentido. La clave, pues, está en los extremos (como en casi todo): ni mucho, ni poco. La sala de espera no lo es porque la gente vaya voluntariamente a esperar. Lo es porque no queda más remedio que lo sea. Por tanto, sin ese papel de intermediario la sala de espera deja de serlo.

Me disculpará el lector estas reflexiones cuasi filosóficas de andar por casa. El caso es que el otro día visité una sala de espera. Por razones que no vienen al caso, me vi sentado en una de ellas, de un hospital público cualquiera, una tarde -también pública- cualquiera.

Todo fue sorprendentemente bien al principio. Unos 20 minutos de espera -una espera, digamos, aceptable- y listo. Luego, pasillos, radiografías, pinchazo para el dolor y demás mundo médico. Pero, por desgracia, había una segunda parte. Y ya se sabe que las segundas partes…

-Ahora tiene que esperar que lleguen las radiografías y el médico volverá a recibirle.

Y la fina capa del sentido, que recubre las situaciones pero se diluye con facilidad ante las gotas de lluvia de la incoherencia, acabó por borrarse por completo. 3 horas. Tiempo de sobra para pasar por todos los estados de ánimo posibles y hasta para descubrir alguno nuevo. Resulta que el médico había salido y no sabían cuando iba a volver. Así de simple. Los pacientes no importan. Total, para eso está la sala de espera. Para soportar a la gente que espera porque otra gente no hace su trabajo. Y uno se va encogiendo en una realidad pegajosa y dolorida, que lo vuelve malhumorado y hace que analice al resto de compañeros de espera intentando averiguar sus dolencias: ese tiene cara de estar más jodido que yo… aquella, sin embargo, no tiene pinta de que le duela nada…

La calma forzosa se rompe cuando llega alguien verdaderamente jodido. De los de verdad, no un esguince. Un desmayo y, como hormigas ante una manguera en su hormiguero, todo el personal médico-sanitario saldrá corriendo para aportar su ayuda o su morbo. Algunos café en mano. ¿Saben cuando se recomienda a la gente que no haga un corro alrededor de la persona que pierde el sentido para no agobiar? Pues eso, pero sin hacerlo.

Y es cuando el resto se hace preguntas. ¿No estaban todos tan ocupados? Tal vez es que tras la puertas de entrada al servicio de urgencias hay menos urgencias de las que parece. Y hasta alguno se ve tentado a tirar un poco más de la cuerda: ¿y si me desmayo yo? ¿saldrán también en tromba? ¿también alguno con el café? ¿me daría un sorbito?

La sala de espera es una excusa. Una excusa larga para una vagancia aun más larga. Solo tiene un final: que no se muera nadie allí, no vaya a ser que le echen la culpa a alguien. Pero el tema sufrir no importa. Que la gente es muy exagerada, ya se sabe.

Los errores de cualquier macrosistema siempre repercuten en los puntos más cercanos a la base del sistema. Y ahí se quedan, sin que nadie les preste atención. La situación se agrava cuando todo el mundo (la base, el medio y la zona más alta) sabe que el sistema se desmorona lentamente.

Toda la sanidad pública está en una enorme sala de espera. Se debate entre una terrible e impopular medicina o entre seguir sentada con una mezcla de vagancia habitual y dolor sordo de que algo no marcha bien en lo más profundo de su interior. No tiene claro qué es lo que le duele ni qué tratamiento podría ayudarle. El problema es que tampoco lo tienen claro los que deberían atenderla. Y así pasan las horas, los días, los meses… Y la norma sagrada y no escrita, la de que nadie se muera en la sala de espera, sigue ahí. Esperando.