Huelga sí, pero con matices
Jornada de huelga. Lucha de clases. Malestar. Las palabras “derechos” e “injusticia” retumban en las calles con cánticos de gente indignada, enferma de una situación deleznable. “Igualdad para todos”. “Privilegios de otros”. Todo mientras el sonido de esos megáfonos que distorsionan a más no poder, y con los que no se entiende absolutamente nada, acaban levantando aplausos y gritos que apoyan ese mensaje de descontento mayoritario. Cacerolas golpeadas con cucharones y palos. Caras pintadas. Silbatos y silbidos. Pancartas y mensajes de protesta. Ruido. Mucho ruido.
Una más, pero sin más. Nada nuevo. La ilusión con la que acogía estas jornadas de descontento ha ido disminuyendo a pequeños pasos, pero constantes, hasta no quedarse más que en días en el que la decepción suele ser el sentimiento que predomina. Las cantinelas enviadas por los distintos líderes sindicales se contradicen y no nos acercan en nada. Nos debilitan, nos separan, y los de siempre salen ganando. Días en los que nos aferramos a mensajes sentimentalistas que nos llegan al corazón, pero que lo dejan hueco al estar vacíos de contenido. Se habla mucho, pero no se dice nada. Los sindicatos se separan, convocando las reuniones en distintos lugares, a distintas horas, con su gente, pero no con la gente. Todo se ha politizado tanto que la huelga no es más que un recuento final de cual de ellos ha recogido a la mayor parte de la multitud. Los finales también se reducen al absurdo, unos en la Quintana, otros en el Obradoiro, unos con un himno, otros con el otro. No hay unión, por más que nuevamente en ese discurso, que parece escrito por algún poeta de gran talento, no cesen de repetir: “Derechos”, “Igualdad”, “Unión”. Todo es falso.
Esta endiosada mafia sindical sale fortalecida siempre, asumiendo los supuestos éxitos de la huelga. Como los que más, se agencian unos méritos que no tienen y que espero que no muchos quieran que tengan. Los sindicatos no funcionan, son cómplices del gobierno, van de la mano, subvencionados por él mismo. No luchan a favor de los trabajadores, solo luchan por algunos. Además, en ningún momento defienden a los parados, ya que ellos mismos son culpables directos del aumento de su número, sosteniendo convenios y salarios, condenando a los que ahora no tienen empleo. Esto lo saben, pero no compensa sacar las verdades a la luz, significaría que todo el poder que se les ha dado no es necesario, ni siquiera beneficioso. Sus manifestaciones están totalmente politizadas, salen sosteniendo pancartas con sus amigos, y siempre contra los mismos. ¿Predican, además, con lo que dicen? A las pruebas me remito: CCOO y UGT han contratado a más del 60% de sus trabajadores con los contratos basura que tan denigrantes dicen que son; ambos han despedido a más de 500 trabajadores este último año valiéndose de la reforma laboral; preparan un gran recorte de personal que podría superar el 50% de sus plantillas (algunos medios sostienen que casi el 60%) después de la Huelga General del 14 de Noviembre; y un largo etcétera. “Haz lo que yo digo, no lo que yo hago.” Populismo a raudales en discursos vacíos y sin ideales.
Por lo tanto, afrontamos una nueva jornada de huelga sin nada claro, sin nada que nos vaya a favorecer, o al menos así lo siento. En la que solo se siguen generando diferencias y conflictos. En la que parece que lo que dará más que hablar será si los antidisturbios aporrearán mucho o poco y quién es el culpable. Nuevamente, lo que importará de verdad es lo que escriba Paco Marhuenda en la portada de su diario. Se generará un debate a través de las redes sociales discutiendo por el poco importante número de cuántos éramos. Unos disfrutarán de este día como algo determinante, por esa “lucha social” y por esas “conquistas sociales”, otros aprovecharán para no tener que madrugar y dormir hasta el mediodía, y así disfrutar de una tarde de sol tirados en algún jardín de nuestra ciudad, siendo acusados cómplices de este sistema. Algunos se unirán al movimiento por ser lo común, lo que hacen todos, esa famosa “Espiral del silencio” sobre la que teorizó Noelle-Neuman. Los piquetes atacarán a algunos trabajadores a los que presumen defender. Se acusará, no se cesará de acusar. Será un “conmigo o contra mí”. Unos serán los buenos, y nuevamente, los demás serán los malos.
En definitiva, la lucha de la sociedad contra una casta política desastrosa es un motivo de alegría. Significa que no nos quedamos callados ante el abuso. Todas las separaciones que generan estas reuniones, todos sus matices, que terminan por hacer un papel semejante contra el que protestan, es algo que no hace más que terminar con lo primordial. Me levantaré de la cama y me tomaré un café con la esperanza de que la jornada vaya en este rumbo, pero acabaré por regresar después de mucho caminar, de gritar con lo que esté de acuerdo, de callar con lo que no comparta, de mucho observar y analizar, decepcionado. Decepcionado como me sentí con muchos movimientos que levantaron mi interés y acabaron por convertirse en humo, en nada más que humo. Será así una vez más, y no van pocas. Admito no compartir mucho de lo que en las protestas se reclama, al menos no todo, pero menos se soluciona en casa. Espero no ser acusado por ello, pero guardo un pequeño ápice de esperanza, por creer que el camino sea la unión y no la imposición de un ideal único, vendido como el correcto. Quizás sea ésta.