El sentimiento como arma electoral
Un sentimiento, una bandera, una nación. 11 de Septiembre de 2012. Barcelona. Diada de Cataluña. Un millón y medio de personas se lanzan a las calles tiñendo el asfalto del color de sus banderas. Claman una Independencia que consideran justa y necesaria. Tres kilómetros de catalanes, cansados del pasotismo del gobierno central, plantan cara a Madrid y exigen ser un nuevo estado. Se rompe España, que dicen algunos.
El auge de los nacionalismos en épocas de crisis y descontento social se convierte prácticamente en un auto-reflejo. Si observásemos en un mapamundi las regiones que albergaron los más virulentos durante el Crack del 29, encontraríamos la estrecha relación entre este hecho y las recesiones más duras de sus respectivas economías. Rápidamente, partidos políticos con líderes carismáticos se afianzan del sentimiento que crece y alcanzan el poder de un modo relativamente sencillo. Un arma efectiva, como mínimo.
Este proceso de extremismo ha venido estudiándose a lo largo de la historia por innumerables psicólogos y pensadores. Cómo el contexto provoca la polarización tan rápida de las ideologías, alejándolas del centro y llevándolas a los laterales de la línea. La moderación ya no existe. En épocas de desesperación y de miedo es inevitable, desde un punto de vista social, que todo se radicalice. El enfrentamiento se produce casi por inercia y los de arriba, que lo saben, lo alimentan para seguir escalando en sus posiciones hasta alcanzar el mando. Por eso, por el sentimentalismo, el populismo, el estar “en el momento y el lugar correcto”, se convierte a los individuos en seguidores fieles de unos discursos que, si somos un poco conscientes, pueden parecer carentes de estricto sentido político.
El orgullo nacional lleva trayendo dolores de cabeza desde hace mucho. George Carlin, famoso monologuista estadounidense, decía: Nunca entenderé el orgullo étnico ni el orgullo nacional. Porque para mí el orgullo debe ser reservado para las cosas que uno logra u obtiene por sí mismo, no para algo que sucede por el accidente del nacimiento. Ser irlandés no es una habilidad, es un puto accidente genético. No dirás “estoy orgulloso de medir dos metros o estoy orgulloso de tener predisposición de tener cáncer de colon. Entonces, ¿Por qué mierda estarías orgulloso de ser irlandés, italiano, americano o lo que sea?” Terminaría diciendo: Felices sí, sean felices por lo que son.
Jordi Évole aún reproducía, no hace mucho, una conversación entre Miguel Gila y Fernando Fernán Gómez en un programa de televisión en la que el humorista, ante el asombro del patriota español por excelencia, le decía algo como: Yo no soy nacionalista. Para mí, los nacionalismos son lo que los de arriba utilizan para tener entretenidos a los de abajo. Y es que, una vez se altera el sentimiento nacional, parece que nada más importa, que todo lo demás se convierte en secundario. Parece que nadie habla de la economía, ni de las cuentas que Mas tiene en Suiza. Incluso se acusa al diario que dio la noticia de querer ensuciar las elecciones. Entonces, todo pasa a un segundo plano mientras el President, que será reelegido, siga con ese discurso de “seremos los héroes de la libertad”.
Pero mucho peor están las cosas por Europa. Todos estamos siendo testigos de un auge ultra-nacionalista que está emergiendo, peligroso como mínimo. En Ucrania, el partido “Libertad” ya tiene representación parlamentaria. Su líder, Oleg Tiagnivok, es bastante conocido por dejar más de una “perla” antisemita en algunas de sus intervenciones. Por otro lado, Tatiana Zhdanok, miembro letón del Parlamento Europeo, definía de este modo las medidas que se están tomando en Hungría: En Europa, ya hay al menos un régimen neo-fascista: El Primer Ministro de Hungría, Viktor Orban, ha limitado la libertad de prensa, hizo un cambio de los jueces, y abolió la independencia del Banco Central y los defensores del pueblo. Ahora los judíos de Hungría viven en una atmósfera de miedo. Y por supuesto, en Grecia, el partido ultranacionalista-neonazi Amanecer Dorado, que con consignas como que la culpa de la crisis la tiene la emigración, entre otras, han recogido un montón de seguidores en los últimos tiempos. Y más que obtendrá aprovechándose de la desesperación de la gente y dando solamente comida a ciudadanos nacidos en el país heleno como “armas electorales”.
¿Con qué derecho un partido político puede hacerse con algo tan individual y personal como los sentimientos? No sé si Cataluña sin España funcionaría, o España sin Cataluña, pero definitivamente, el discurso económico o social parece que ya no importa. Ahora, solo se habla de los nuevos “constructores de la libertad”, “los nuevos héroes”, del “momento histórico”, y la necesidad de continuar con la lucha. Del escupitajo a la bandera española y a todos sus referentes. Y Cataluña ya peca de esto desde hace mucho. Ya prohibieron los toros por “la defensa del animal” en lugar de, simplemente, admitir que no querían continuar con una costumbre tan española. Lo contradictorio es que seguían festejando los «Bous al carrer» (los encierros), los «embolats» (donde los toros corren con antorchas en su cornamenta y pasean durante horas acosados por las peñas), o los «bous capllaçats» (donde se atan con una soga y pasean de arriba abajo por el pueblo). Defensa del animal, sí.
No se está poniendo en duda el derecho de secesión de un pueblo. Un estado no puede obligar a ninguna nación a pertenecer a él si ésta quiere salir. Mucho menos, si la excusa para no hacerlo es una Constitución que el propio estado firmó. Pero este mensaje contradictorio, este sentimentalismo, y que de verdad no se hable de aspectos que sí afectarán al nivel de vida del ciudadano, me da que pensar que simplemente es un arma electoral que no irá demasiado lejos. Además, como dicen algunos, “¿y qué más da, si seguirá gobernando Alemania?”
Supongo que serán cosas de los que ni nacionalistas ni patriotas nos consideramos. Los que no nos sentimos arraigados a un terreno o una bandera vemos desde fuera algo distinta toda esta situación, desde la frialdad. Disculpen, me permita la licencia, de considerar que a veces le damos demasiada importancia a unas líneas imaginarias que, de por sí, no significan nada. Bastantes desgracias han traído ya.