El Estado-nación está en crisis… Y algunos sacan tajada

A nadie se le escapa el hecho de que en nuestra Europa actual el separatismo está de moda. Sus aires se sienten a la vuelta de la esquina, en Cataluña (y si Artur Mas obtiene el respaldo necesario en las próximas elecciones para dar un paso adelante, ¿cuánto tardaría en imitarle el País Vasco?).  Más allá de los Pirineos, nos encontramos con que Bart de Wever, el líder de la Nueva Alianza Flamenca, acaba de hacerse con la alcaldía de Amberes, la capital económica de una dividida Bélgica. Los escoceses, por su parte, ya han conseguido la celebración de un referéndum vinculante para el año 2014. Más al sur, los habitantes del acaudalado norte de Italia vuelven a clamar por la independencia de algunas regiones históricas, en un intento por desvincularse de la manutención de un sur más pobre en la actual situación de crisis. Hablamos, por supuesto, de Tirol del Sur o el Véneto, donde ya desde hace más de una década se intenta resucitar la antigua Serenísima República (desaparecida en 1797 tras su conquista por Napoleón Bonaparte).

Personalmente, contemplo con muy buenos ojos tales iniciativas, pues creo firmemente en el respecto irrestricto por los proyectos de vida de otros, lo que incluye el legítimo deseo de las personas sobre el lugar en el que quieren vivir y cómo organizarse políticamente. Ludwig von Mises, por ejemplo, tenía ideas muy claras acerca del derecho de secesión: “Por tanto, una nación no tiene derecho a decir a una provincia: ‘Me perteneces, quiero apropiarme de ti’. Una provincia consiste en sus habitantes. Si alguien tiene derecho a ser escuchado en este caso, son estos habitantes. Las disputas fronterizas deberían resolverse por plebiscitos.” Esto lo afirmaba en su libro Gobierno omnipotente (1944). Además, Murray N. Rothbard, el gran discípulo norteamericano de Mises, consideraba a la Guerra de Secesión Americana de 1861-65 como “una de las dos únicas guerras justas de los Estados Unidos” (desde el punto de vista confederado, claro está).

Yo me declaro optimista. Las tendencias separatistas suponen su soplo de aire fresco en la Europa de los mastodónticos mamotretos estatales. Muchos acólitos del independentismo se escudan en razones de legitimidad histórica para justificar sus pretensiones, cuando estoy seguro de que lo que en realidad piensan casi todos ellos es “estoy harto de un Estado que decide arbitrariamente desde la capital sin conocer nuestra realidad.” Y todo ello, recordemos, en un contexto de severa crisis económica que continúa azotando a Europa y que los Estados-nación provocaron y que todavía no han permitido la puesta en marcha de mecanismos de mercado libre que nos saquen del apuro.

Con todo esto pretendo llegar a lo siguiente: ¿Acaso conocía el lector la existencia de experimentos separatistas llamados micronaciones que ya han cosechado un importante éxito alrededor del mundo? Como pienso que mi postura al respecto del derecho de secesión ya ha quedado lo suficientemente clara, procederé sin más preámbulo a reivindicar (y presentar) esta original forma de independentismo para un futuro a largo plazo.

¿A qué llamamos micronación? Se trata de una pequeña entidad que se autoproclama como un Estado, aunque sin contar con el reconocimiento de ningún otro Estado u organización supranacional existente. También se les denomina proyectos de nuevos países, por lo que no debemos confundirlas ni con los microestados (un Estado propiamente dicho, de reducido tamaño y reconocido internacionalmente), ni con los Estados no reconocidos (caso de Transnistria) o los “pueblos sin estado” (los kurdos y los tuaregs, por ejemplo).  Una micronación, además, puede existir tanto física como imaginariamente, como en el caso del Reino de Lovely, una micronación fundada en 2004 por Danny Wallace, un presentador de la BBC que llevó a cabo una serie de reportajes sobre el fenómeno de las micronaciones en el mundo, titulada How to Start Your Own Country. Lovely cuenta con alrededor de 58000 ciudadanos registrados a través de Internet.

Pero las micronaciones son mucho más que fantasías o proyectos de ocio personal para esnobs millonarios o locos soñadores (como se puede malinterpretar de casos como el de la República de Minerva, una isla artificial en el Pacífico donde se pensaba realizar una experiencia basada en los principios libertarios). Las micronaciones son un medio de expresión y de autodeterminación individual, un símbolo del legítimo derecho de secesión que antes he expuesto basándome, cómo no, en la filosofía política de la Escuela Austriaca.

Habiendo expuesto ya el concepto de micronación, me gustaría ahora ejemplificarlo con una breve descripción de los casos más notorios.

El Principado de Sealand

Sealand es una micronación situada en una plataforma de defensa antiaérea construida y ocupada por la marina británica durante la Segunda Guerra Mundial, y que fue abandonada en 1956. El 2 de septiembre de 1967, la plataforma fue ocupada por el ex comandante del ejército británico Paddy Roy Bates, un radioaficionado pirata por aquella época. Se proclamó como príncipe Roy I de su “nuevo territorio”, al que denominó Sealand. Tras un incidente armado en 1977, Bates reclamó el reconocimiento internacional de facto por parte del Reino Unido y Alemania, países que habían entablado contacto con el principado (de hecho, un diplomático alemán llegó a pisar “territorio” de Sealand). En 1975 ya había redactado una constitución, y reclamaba la independencia basándose en el hecho de que la construcción de la plataforma había tenido lugar en aguas internacionales.

Principado de Sealand, antigua plataforma de defensa antiaérea denominada HM Fort Roughs

Hoy en día, el actual príncipe es Michael Bates, hijo de Roy I, luego de que este último falleciese el pasado 9 de octubre de 2012 a los 91 años de edad. En la página web del gobierno de Sealand podemos informarnos sobre la historia del principado, comprar títulos nobiliarios, sellos, moneda local, carnets de identidad y numerosos productos de merchandising. Cuenta con himno y selección de fútbol propia.

El Principado de Seborga

Es la micronación más antigua de todas, cuyas reivindicaciones soberanistas nacieron ya en el año 954, si bien su fundación tuvo lugar en 1963. ¿Sus motivos? Los seborgianos alegan que el principado había disfrutado de cierta independencia durante la Edad Media, y que en todos los tratados firmados a posteriori de la incorporación de Seborga al Reino de Piamonte-Cerdeña (20 de enero de 1729), el nombre del pequeño principado es omitido, así como todo registro sobre el cambio de dueño. Esto incluye al Congreso de Viena de 1815 y al Acta de Unificación del Reino de Italia en 1861. El actual príncipe es Marcello I, quien cuenta con todo un equipo de gobierno formado por nueve ministros. Seborga tiene una población de 312 habitantes y se encuentra en la Liguria italiana, muy próximo a la frontera con Francia. Su himno, La Speranza, también es muy hermoso.

El Palacio del Príncipe de Seborga

La República de Molossia

Esta micronación situada en un área rural del estado de Nevada, en Estados Unidos, es usualmente citada como el ejemplo de una pequeña república bananera dictatorial y humorística. Fue fundada en 1977 por Kevin Baugh, quien ha recibido numerosas “visitas de Estado” por parte de líderes de otras micronaciones y comienza a atraer turistas en los últimos tiempos. Baugh ha llevado a su república a la “guerra” contra otras pequeñas micronaciones, y se jacta de ser el primer “líder mundial” en declarar la guerra a Alemania del Este (RDA). Lo hizo en 1983, y ambos países continúan en conflicto. En la página web del gobierno se puede indagar más sobre esta esperpéntica y peculiar micronación.

Kevin Baugh

En conclusión, debemos replantearnos el futuro del Estado-nación y pensar más seriamente en la posibilidad de una expansión de las micronaciones. Para saber más, dejo un libro y un documental. Disfruten. En el próximo artículo comentaré el porqué del fracaso del Estado-nación. Como se dice en esgrima, “ahora no toca”.