El asesinato de la coherencia

Marley era joven, tenía tan sólo un año. Con esa edad es difícil que alguien sepa como suena un disparo. Seguramente por esto, Marley debió pensar que el mismísimo cielo se le caía encima. Difícil es también saber qué hacer ante la amenaza desconocida. Probablemente Marley optó por correr, pero nada es más rápido que el proyectil de un rifle. A Marley se le cayó el cielo encima el 21 de agosto de este mismo año.

Marley murió asesinado.

Un nudo en la garganta y la enfermiza sensación de estar en el momento más equivocado en el lugar aún más errado. Así debieron sentirse los guardas que abatieron un majestuoso bulto a lo lejos, entre la espesura del Parque Nacional de los Picos de Europa en su sector asturiano. Al principio todo estaba atado y bien atado bajo el nudo del deber: la población de lobos estaba causando estragos a los ganaderos. Así, aunque especie protegida, se autorizaron un par de batidas para matar un máximo de seis lobos. Hasta aquí, todo lo correcto que pueda conllevar la muerte de un ser vivo. Pero ¿y más de cerca? A solo un par de pasos del cadáver probablemente todavía tibio. A esa distancia era imposible no distinguir el collar que portaba Marley. Lo que le hacía especial, único. La salida del anonimato en forma de bisutería tecnológica: un transmisor que servía a modo de geolocalizador. Un sistema para estudiar los movimientos del lobo ibérico cuya cuantía rondaba los 125.000 euros. Y entonces tocaba tragar saliva. La desproporción tomaba tintes asquerosamente épicos.

No funcionaba. La batería del collar se había agotado, pero seguía allí por un error en el dispositivo que manejaba el cierre. Debía caer, pero no lo hizo. Y tragaron saliva, pero aliviados.

Sí, aliviados. Pero ¿por qué? Por un golpe de suerte. Porque Marley ya no valía 125.000 euros, en aquel momento ya no valía nada. Pero ellos no lo sabían, porque el collar no se distingue a cierta distancia. Fue un tiro con los ojos vendados. Al final, salió cara y se pudo ayudar a los ganaderos matando. Mejor matar seis lobos que revisar las medidas de la PAC (Política Agraria Común), que probablemente estén haciendo más daño que unos cuantos animales protegidos (de vez en cuando).

No hay -ni se le espera- versión oficial por parte de los responsables del parque. Tampoco por parte de la Consejera de Agroganadería de Asturias, María Jesús Álvarez González (PSOE). Lo único que se sabe a ciencia cierta son las declaraciones del gestor del parque, Rodrigo Suárez Robledano, realizadas con anterioridad al suceso, en las que afirmaba que las cacerías estaban “perfectamente estudiadas”.

Ya no importa, porque con Marley se ha ido un poco más de coherencia. Un pedazo más, tan pequeño que no nos importa más allá de un minuto de atención, como la mayoría de las cosas. Estamos asesinando la coherencia. Y, al igual que la vida pueden marcarla los pequeños detalles, las grandes transformaciones pueden sucederse a base de pequeñísimos cambios. Cambios de conciencia.

Marley murió hace meses, pero eso es lo de menos, porque si hablamos de muerte lo de menos es el tiempo. Marley ya no está, ya es un problema menos para algunos. Marley, con su estúpido sacrificio, duda de nosotros. Duda de una especie. La más inteligente, la más desarrollada, la mejor; pero también la más rastrera, indolente y desagradecida. La única capaz de la incoherencia más absoluta. Pero ahora ya no importa.

Porque lo único que quedará de Marley será la bala.