De aquellas causas estas crisis: la perspectiva ortodoxa

Imagine el lector por un momento que se le ofrece participar en la inversión de un producto maravilloso. Es lo más nuevo y seguro, le dicen. Consiste en una caja un tanto compleja, que contiene cajas que a su vez incluyen otras cajas cuyo contenido es una mezcla ambigua de piruletas de pésima calidad. Usted, inteligente y escéptico lector, en un principio piensa que los hombres que están ante usted son considerablemente imbéciles. ¡Las piruletas llevan subiendo de precio desde hace más de una década, es una excelente oportunidad! Además, con esta distribución de cajas minimizamos el riesgo en caso de que alguna piruleta no se venda, ya que quedan el resto como seguro y con esta trayectoria de precios es imposible que todo vaya mal. Usted enarca la ceja, aún algo dubitativo. Quizá no sea tan mala idea. Después de todo parece que todo el mundo que conoce confía en ello –hasta el gobierno se ha mostrado a favor de estas piruletas gomosas de mal aspecto-, puede pedir prestado por muy poco y además está asegurado en caso de que vaya mal. Finalmente, convencido por la resolución de sus interlocutores, se decide unir al carro. Una buena inversión, se asegura a sí mismo.

Como se habrá dado cuenta, esta historia no es más que una metáfora de la triste realidad de Estados Unidos entre 2003 y 2007. El gobierno, en un alarde de inteligencia y buena fe –cáptese la ironía, a la luz de los acontecimientos futuros- decide crear un programa para que las familias pobres puedan tener acceso a hipotecas a bajos tipos de interés. El tipo de interés, por si el lector lo desconoce, es el porcentaje de dinero adicional que le pedirá el banco a cambio de un préstamo, es decir, es el precio de traer dinero del “futuro” (de su renta futura, estimado lector, si es que queda renta alguna que obtener) al presente. Por otra parte la Reserva Federal (el banco central de EEUU, que tiene el monopolio sobre la emisión de dólares, controla y supervisa la cantidad total de dinero en la economía), con el objetivo de mitigar los efectos de la anterior crisis, decide reducir los tipos de interés. ¿Qué demonios significa esto, se preguntará? A través de una serie de herramientas de las que dispone, el banco central puede controlar el tipo de interés que sirve de orientación a la economía. Esto lo hace en base a lo que exige cuando presta a los bancos que acuden a él en busca de liquidez. Si baja el tipo de interés el precio de traer dinero del futuro será más bajo, y por tanto esa posibilidad será más interesante e incentivará a realizar inversiones cuyos rendimientos sí compensen ese precio. Esta reducción de los tipos incrementa la actividad económica y la inversión, lo que se conjuga con las políticas del gobierno y genera un flujo hacia las hipotecas. De hecho, pasan de representar un 13% del total en 1999 al 20% en 2006. Bueno, se dirá el lector, ¿pero esas hipotecas son fiables? Y en caso de que no, ¿por qué se invierte en ellas? Lo cierto es que no lo son, pero las expectativas hacen que parezcan seguras: los precios de las viviendas han crecido desde 1991, hay una gran sensación de estabilidad y crecimiento financiero (dado entre otros por el fin de Ley Glass-Steagall, derogada en 1999), se han creado nuevos sistemas financieros muy complejos y opacos para gestionar estos activos (como las ya citadas cajas del principio, con piruletas malévolas y pegajosas) y hay un flujo de ahorro boyante que entra de países asiáticos. Para que se haga una idea de la multitud de incidencias, se han llegado a registrar unos once fallos de mercado y Estado (se dan cuando el Estado o el mercado son incapaces de cumplir con sus funciones y crean desequilibrios) que han permitido el desarrollo de este proceso.

“¡Qué pasote de cajas! ¡Son marrones! Deme cien millones”.

El caso es que se forma una burbuja. Los precios suben, la interdependencia bancaria aumenta en todo el mundo gracias a la globalización financiera, el riesgo total crece rápidamente y todos viven felices y contentos en una nube de color, supongamos, rosa. El problema es que todos tienen ahora estas cajas-matrioska(España no, como veremos), y la Reserva Federal decide que ya es hora de cortar el grifo subiendo los tipos. Como consecuencia, todos parecen empezar a despertar del sueño y comienzan a hacerse una idea de la gravedad del asunto. El lector puede imaginarse la situación como al sociópata del perro de Chocapic detonando una bomba mundial de chocolate. Solo que no es chocolate: son pérdidas.

Pasemos a Europa, que también tiene su enjundia. El Euro entra en circulación en 2002. Centrémonos por conveniencia en los 12 primeros países que entraron al inicio, omitiendo los otros 5 que han entrado más tarde. Un área monetaria común (una zona geográfica con una sola moneda oficial, vamos) presenta muchos beneficios. Pero también tiene inconvenientes, y es que requiere que los países miembros rechacen su independencia monetaria. Esto significa que en caso de crisis o desajuste no pueden modificar individualmente los tipos, como ha hecho en EEUU la Reserva Federal para aumentar la actividad económica. Tampoco lo pueden hacer con el tipo de cambio, que es el “precio” de una moneda a cambio de otra, por ejemplo el Euro-Dólar, cuya modificación puede cambiar la competitividad de un país. Se confía en que los beneficios van a ser mayores que los potenciales costes de esta incapacidad. Para que un área monetaria funcione bien o sea óptima, debe cumplir siete requisitos que miden una especie de homogeneidad molona. Dado que explicarlos sería demasiado tedioso, digamos que el Euro cumple parcialmente estos requisitos, y que por tanto no es un área monetaria óptima (no termina de molar como debería). ¿Qué significa esto? Básicamente que van a existir desequilibrios salvo que se solucionen estas diferencias. ¿Y por qué la crean entonces, piensa, están tontos o qué? La razón podríamos resumirla en un buen cóctel -mezclado, no agitado- de politiqueo rancio y creencia de que las cosas irán reequilibrándose en el futuro.

Euro jiji, euro jajaja. Pero todo cansa.

¿Cuál es el resultado entonces de todo esto si la Eurozona no es la apropiada? En primer lugar, la entrada como bloque reduce el riesgo de todos los países miembros a niveles extraordinariamente bajos, facilitando enormemente el endeudamiento. En segundo lugar, la globalización financiera crea un flujo de inversión que refuerza lo anterior. Y en tercer lugar, dado que las economías del Euro son muy distintas (Alemania y Grecia, por ejemplo), y como solo puede existir un único tipo de interés -que es una media de lo que querrían todos los países-, se genera un grave desequilibrio Centro-Periferia. Ahora la inversión fluye del Núcleo (Alemania y demás) a los PIIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España), ya que esto es mucho más rentable para los inversores. Los tipos de interés reales (que no es otra cosa que el tipo de interés menos el incremento de los precios) llegan a ser negativos para los PIIGS, lo que significa que se “penaliza” el ahorro. Ante semejante afluencia de pasta y como los bolsillos no dan para tanto billete, quien más quien menos tiene su burbuja inmobiliaria: Grecia es una de esas señoras en las que si dan algo gratis coge veinte, y la lía parda con sus cuentas públicas; Portugal es el chaval del parque que está todo el día fumando cosas raras sin hacer nada; Irlanda se siente sobreprotectora y asume todas las pérdidas de sus bancos; Italia tiene a Berlusconi; y de España ya hablaremos. La falta de reformas y pérdida de competitividad vienen alegremente de la mano. Por tanto la causa aquí no es un tipo de interés demasiado bajo que sobredimensiona la inversión, sino la construcción de un área monetaria que no cumple los requisitosy cuyas diferencias internas condicionan su desarrollo posterior. El fin del sueño americano bloquea estos flujos norte-sur, al aflorar de pronto en los activos bancarios europeos la empalagosa realidad de las piruletas cutres que nadie quiere. Se acaba la fiesta.

Cuando las líneas tiran para abajo es que se avecina fiesta.

Por último, España no es más que un caso particular europeo, con algunos toques made in Spain: nuestras maravillosas cajas, con su gran capacidad para liderar la burbuja, meten pasta a mansalva;  la caída de nuestros tipos de un 10% por la entrada en el euro lleva el endeudamiento de un 65% a un 177% con respecto al PIB; nuestro sistema financiero no puede meter las manos en los activos tóxicos estadounidenses (el Banco de España no les deja tocar las golosinas), por lo que el grifo se corta cuando se seca el flujo de inversión exterior; una vez se cierra el mercado, las cajas y bancos que jugaron con la burbuja deciden renovar los créditos a sus acreedores insolventes para no reconocer pérdidas. Mientras tanto, intentan absorber los recursos que necesitan para no quebrar, bloqueando totalmente el crédito y creando empresas zombi (que están muertas pero van tirando a base de brains crediticios renovados); por último, la enorme deuda privada se va convirtiendo paulatinamente en pública, conforme nos negamos a dejar caer las entidades que no ponen en peligro el sistema, los gastos suben como la espuma y los ingresos caen en picado.

Y de esta forma, estimado lector, es como uno se carga la economía. Así que la próxima vez que alguien le ofrezca una piruleta de textura mohosa mientras una caterva de aduladores políticos le sonríen, ya sabe, zúrreles con ganas, desquítese a gusto y córteles de raíz las ganas de andarse con tonterías.