Danza y piedra
El sábado 19 de octubre, Cidade da Cultura presentó por segunda vez una combinación al más puro estilo agua y aceite, Gallaecia en Danza, un espectáculo que me encontré por casualidad en la contraportada de un periódico.
Según mi propia interpretación del programa se trataría de un recorrido por la historia de la piedra en Galicia, su evolución a lo largo de los años, recogida en cuatro plantas del museo. Entre tanto, en un hueco físico decente como para que esto se produzca, cuatro bailarines del Centro Coreográfico Galego nos deleitarán con tres piezas de danza, clásica, contemporánea y moderna.
Mi Gallaecia en Danza particular comienza puntualmente en la sesión de las 12:30 unida a un grupo de quince personas. Nos encontramos bajo la tutela de un guía que parece preparar sus pulmones, normal, le va a hacer falta. La exposición íntegra durará nada más y nada menos que hora y diez, será una carrera a contrarreloj.
La visita se inicia con un poco de movimiento antes de dar paso a la frialdad de la piedra. “Uno al cubo”, interpretado por Miguel A. Ponte. El bailarín no es muy alto pero el buen perfume viene en frascos pequeños. Resulta imposible no quedase preso de la plasticidad de sus movimientos, a veces contraídos y limitados por la falta de espacio. Su único aliado en este ritual es una banqueta metálica que balancea y traslada de un lado a otro como si se tratase de un apéndice de su cuerpo. La hipnosis a la que nos sometió Miguel no dura más de tres minutos. Ha sido suficiente para romper el hielo. ¿De verdad ahora vamos a ver piedra? Sí, aquí ya no hay nada más que ver.
Nos adentramos en la primera de las plantas, la prehistoria y Roma. El guía comienza a hacer gala de su habilidad para articular más de cuatro palabras por segundo sin trabarse. “Perdón, es una visita un poco por encima, para que nos de tiempo a combinarlo con el baile”, se disculpa. Y continúa mostrándonos el ruinoso granito y la losa pulida hace 12000 años. Es difícil centrar la atención en algo que no desprenda movimiento.
Rápidamente nos conducen a unas escaleras mecánicas dirección medievo. En sentido contrario descienden dos estatuas humanas, dos bailarines recreando poses imposibles. Se escapan carcajadas de asombro entre el rebaño de subida donde se puede escuchar el ya mítico “Yo hago eso y me rompo”.
Nuestro acompañante retoma el discurso que ha grabado a fuego en su mente, pero de poco le sirve desde el momento en que su camino se cruza con el de una chica delgadita con tutú. Antes de que le dé tiempo a anunciar la siguiente pieza se ha originado una discreta lucha de señoras por conseguir el rincón más cercano al territorio de los bailarines. Normal, no todos los días podemos ver un paso a dos desde tan cerca.
Suenan los primeros acordes de la melodía de Tchaicovsky, paso a dos del Cascanueces, un clásico entre los clásicos. Se hace el silencio y la pareja comienza a bailar con elegancia. Ella se lleva el protagonismo mientras que él la sostiene y la mantiene en equilibrio, es su eje. No sólo bailan ellos. La manada feroz se señoras se balancea siguiendo el ritmo de la melodía, marcando el ritmo con los pies. Una marea de aplausos me impide escuchar las últimas notas. Ahora sí que me resultaría imposible atender a la exposición, yo también balanceaba el cuerpo.
Y tras mostrarnos las últimas dos etapas de la piedra gallega a una velocidad pasmosa, el guía toma aire tras una hora y nos abandona. Nos deja con la última pieza, un cuarteto, “Aínda” El espacio esta vez es mayor. Bajo una recreación del Monte Pindo los cuatro bailarines desarrollan series de movimientos largos, provocando que la imagen que demos los espectadores sea la de un partido de tenis. Bailan al unísono pero resulta difícil escoger a quien mirar. La coreografía desprende energía durante diez minutos. Termina. En ningún momento ha perdido intensidad. Ellos saludan con timidez y se desvanecen de la escena. A mí sólo me queda retirarme con una sensación de adrenalina contenida.
En esto consistió para mí Gallaecia en Danza ¿Recomendable? ¿Por qué no? Vale la pena. Es una combinación arriesgada pero los polos opuestos se atraen. Es danza y de eso hay muy poco últimamente.
A los posibles interesados, todavía están a tiempo de verlo con sus propios ojos. La visita se repetirá el 10 de noviembre y el 8 de diciembre., tanto a las 12:30 como a las 18:30.
Eso sí, es aconsejable asegurarse un transporte para volver de allí. Los fines de semana entre la una y las cinco y media los autobuses son fantasmas.