Albañil con ladrillos de realidad
Cuando escuché por primera vez el título de esta obra de Manuel Rivas no puede evitar un gesto de incredulidad ¿Sería una crítica feroz al periodismo de los últimos tiempos? ¿Se habría cansado Rivas de aguantar periódicos llenos de publicidad que, a veces, no pasan de panfletos? Pensé que quizá estaba asistiendo al desengaño de un mito, al cansancio de un referente. Es obvio que me equivoqué.
Tardé en salir de mi error el tiempo justo de un paseo hasta la librería. En cuanto lo encontré en la estantería en la que un cartelito a punto de caerse rezaba Periodismo y lo tuve en mis manos, me di cuenta de mi gran equivocación. Sólo la primera frase de la contraportada me sacó una sonrisa: Lo que nunca olvidaremos de los periódicos es lo que tienen de buena literatura. Era tan cierto como sencillo. Más tarde, en casa, descubrí un prólogo que consiguió ponerme los pelos de punta, un comienzo perfecto para una obra impecable. Una recopilación de los mejores reportajes publicados en prensa de Manuel Rivas. Pinceladas básicas de un maestro.
La desaparición de una niña autista, la muerte de un caballo emblemático, una conversación entre un poeta y un monseñor… Son acontecimientos, situaciones, que el autor transforma en historias, en -como dice el título- cuentos. Pero no son cuentos para niños, ni para adultos; son cuentos para el que desee leerlos. Por algo el periódico no tiene restricción de edades.
Rivas consigue algo más. Consigue dar un paso más allá. Es, sobre todo, un maestro en el campo de las sensaciones. Es capaz de esconder en las páginas de un periódico o de un libro verdaderas joyas literarias, dispuestas a ser admiradas por el que decida emplear un poco de tiempo en buscarlas. Así, somos casi capaces de ver a una sonriente niña autista que disfrutaba jugando con un espejo; podemos casi escuchar el mar embravecido del Gran Sol golpeando hombres que intentan ganarse la vida; o también sonreír al recordar un invento como el Tamagochi. En fin, saborear diferentes relatos como si los estuviésemos viviendo.
¿Cómo consigue esto Rivas? Sin duda, posee un don natural para contar. Es capaz de hilar periodismo y literatura hasta que se pierden de vista los dos elementos y surge otro completamente nuevo. Son historias reales. A veces acabamos creyendo que sólo se puede informar de la forma que vemos en la mayoría de los periódicos. Nada es bueno por el mero hecho de predominar. Se dice que un buen periodista debe ir, ver y contar. Es cierto, y el autor lo sabe. Pero añade una fase intermedia al proceso. Rivas va, ve, construye y cuenta. Son, sus reportajes, trabajos diferentes, con un aroma cálido de vivencias y sensaciones, de miradas perdidas y horas delante del ordenador. Por construir no podemos entender inventar, desde luego que no. Es más bien reconstruir, volver a armar una realidad vista para que los próximos consumidores de esa realidad no la olviden fácilmente.
En ese proceso, el autor consigue -voluntaria o involuntariamente, no lo sé- que tampoco se le olvide a él mismo. Una huella diferente, una marca de clase inunda los trabajos de Manuel Rivas. El niño al que su madre le dijo que buscase un trabajo en el que no se mojase. El joven que fue reprendido por un profesor universitario por hacer ejercicios <<demasiado literarios>>. El hombre que alió periodismo y literatura para hacer lo que mejor sabe: contar.