Un desastre manifiesto
Vivimos tiempos difíciles. Menuda novedad. La dichosa frasecilla tiene tanto de grave y solemne como de manido y desgastado. Pero, qué demonios, sigue siendo cierta. En los últimos tiempos, la realidad se ha hecho tan grande, tan ruidosa, tan despiadada, que evadirse tiene cada vez un precio más alto (será por lo del IVA, supongo). Ante tal situación, el colectivo que se supone que vive en una evasión inherente a su edad no tiene más remedio que abrir bien los ojos y ver qué es lo que se le viene encima. Qué no nos hemos gastado pero sí vamos a tener que pagar. Y con intereses.
¿O quizá ya estemos pagando? No me refiero a nuestro dinero, ése que en la mayoría de los casos proviene del bolsillo de los padres o de un escuálido y en vías de extinción “trabajo para sacarse unos ahorrillos”, sino a través de algo bastante más importante y decisivo: nuestra formación. La universidad no deja de ser un sistema, por lo que -como casi todo sistema- comete errores de vez en cuando. No queda otra que asumirlos con estoicismo y paciencia. La Universidad de Santiago de Compostela tiene actualmente cerca de 30.000 estudiantes (sin contar Erasmus y Sénecas); por lo que cabe dentro de la lógica pensar en los típicos problemas burocráticos de una entidad de tal tamaño. Pero nada ni nadie parece inmune al tsunami de la crisis -no sólo la económica-, y las grietas empiezan a crecer y alargarse de forma alarmante.
¿Qué pasa en las Facultades?¿Qué es lo que está sucediendo en las aulas? Porque, no nos olvidemos, la Universidad (y más la pública), son sus aulas, sus alumnos. Aunque a estas alturas parezca insultantemente idealista proclamarlo, la Universidad no son solo cifras. Pero desde que hace unos cuantos años se removieron los cimientos, las tierras no han dejado de temblar. La entrada del Plan Bolonia con calzador y el evidente -y más que previsible- descontrol que ésto provocó en la docencia y la administración han sido tan sólo el principio. El principio de algo con lo que nos hemos dado de bruces y que no tiene fácil solución. Una sucesión de hechos desalentadores y peligrosos, tales como -y éstos son tan sólo algunos ejemplos- el despido masivo de profesores y becarios para ahorrar costes o -relacionado con lo anterior- la salida de asignaturas a “concurso” con el curso ya empezado. Por no hablar de todos los problemas relacionados con las convalidaciones a alumnos Séneca y Erasmus.
A los alumnos, la callada y el encogimiento de hombros por respuesta. Algunos aventurados, bien sea porque el cabreo les consume por dentro y les sale por la boca o bien porque hablan con la resignación del que sabe que es mejor ir mentalizándose, dejan caer pequeñas sentencias que anticipan lo que viene. Hace poco escuché de labios de alguien: “No es que nos hayan cerrado el grifo, es que nos están quitando el agua”.
A muchos nos duele la Universidad, nos duele estar, como titularía el cantautor Nacho Vegas, ante “Un desastre manifiesto”. Y susurramos, al igual que él lo hace en una canción con un nombre tan ilustrativo:
“Y cada vez, señor G, que logre zafarse
de un nuevo desastre sepa que alguien le observa, ¿no lo ve?
Señor G, la gente no olvida
y viejas heridas se volverán contra usted.
Y grité: “No en mi nombre, no lo haréis si es en mi nombre,
no en mi nombre”, o alguna otra memez.”
No voy a mentir a nadie. Yo no tengo la solución a todo esto. Sería indigno por mi parte proclamar lo contrario. Tampoco sé quién la tiene, pero prometo que intentaré averiguarlo y contarlo. Supongo que probablemente pasará, como casi todo en la vida, por un principio bastante simple: paremos, miremos a nuestro alrededor, demos la vuelta hasta el lugar en el que perdimos el camino y empecemos de nuevo. Y si para dar la vuelta tenemos que hacérselo saber a los que llevan los mandos, hagámoslo. Y si hay que apretar los dientes, los apretaremos. Pero ya basta de mirar a otro lado. Ya basta de encogerse de hombros a todos los niveles. Que por lo menos, si no lo conseguimos, si las grietas crecen hasta convertirlo todo en un remolino de escombros y el desastre se hace totalmente manifiesto, podamos irnos a casa y pensar en lo que fuimos con orgullo.