La cruz de la élite
Hablamos de la élite, de deportistas que lo dejan todo por cumplir un sueño, porque como decía el poeta “toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”. Hablamos de las desventajas de convertirse en ídolo incondicional de la masa exacerbada, de ser la cara reconocida de un deporte multitudinario.
El deporte de élite tiene dos bandos, dos caras, dos polos. Por un lado están los archiconocidos iconos mediáticos responsables del forraje de carpetas y por otro están aquellos que se desviven en cada entrenamiento para que sólo se les reconozca en cada cambio de Olimpiada. Pero aunque no sea lo mismo formar parte de un deporte continuamente en voga que de otro minoritario, la élite tiene algo en común de lo que pocas veces se habla, ¿qué pierden todas esas personas dedicadas en cuerpo y alma a un fin?, ¿cuáles son las desventajas de dedicarse a un trabajo envidiado por este mundo inquietante en el que vivimos? Y aquí se plantea el primer problema, nadie nos dice nada de uno de esos bandos, caras o polos, nadie cuenta lo que conlleva ser Leo Messi o Iker Casillas.
Esta semana han saltado las rotativas criticando al sevillista Gary Medel. El sujeto en cuestión, en un viaje a su Chile natal, se vio acosado por la prensa rosa y en un instante de desesperación soltó un manotazo a una reportera. No es justificable porque la violencia no soluciona ningún conflicto de esta nuestra sociedad, sólo los agrava. Pero este hecho sí que lleva a reflexionar sobre el acoso que sufren los futbolistas más reconocidos del momento por parte de medios deseosos de carnaza y por parte de aficcionados que los observan como a dioses del Olimpo griego.
No poder dar un paseo por la calle, cenar en un restaurante o viajar sin que cientos de ojos vigilen cada movimiento y cada gesto efectuado no es de agrado, por mucho que algunos piensen que los millones que cobran deben actuar como un laxante ante esos inconvenientes mencionados. Pero la realidad es que tener una renta y una fama superior al común de los mortales no va unido a no poder dsifrutar de una vida relajada. ¿Qué pensaríamos si todas las mañanas nos esperaran los flashes a la salida de casa o si cientos de personas nos persiguieran a cada paso para conseguir una firma? Pues no gustaría, porque disfrutar de la intimidad es inherente al ser humano.
Cada vez que un futbolista militante de algún gran equipo hace un mal gesto, una inoportuna declaración, una negativa a un autógrafo o similares se le critica sin consuelo, sin anestesia. Muchas de esas críticas se verían de otra manera si reflexionáramos sobre toda la parafernalia que los rodea. Quizás sean culpables, aún así el precio a pagar resulta a veces demasiado alto.