El Campillo, un antes y un después
Hordas de estudiantes al compás del menear de bolsas llenas de botellas caminaban desde el centro de Santiago hasta el Campus Sur, pero no precisamente para ir a clase. Se acercaba la medianoche y su destino era El Campillo, cita obligada, al menos todos los jueves.
La gente se distribuía por zonas: alrededor del estanque, en la pista de fútbol… sonaba el teléfono: -¿Dónde estás? -Al lado de la farola -¿Qué farola? -Coño, la que está junto al estanque -¿Derecha o izquierda? ¿Al principio o hacia el final? -Depende de dónde estés. –Oi que carallo…“; conversaciones de mendrugos.
Quién no recuerda con añoranza al menos ese primer jueves del curso, en el que los estudiantes se daban la bienvenida o volvían a reencontrarse otro año más. Ese día era el día D en El Campillo. Allí se daban cita los Universitarios, los de FP y hasta los de la tele y los periódicos. “-Eh, eres de Callejeros? -Sí, ¿quereis decir algo?”, y la cosa más estúpida que se te podía pasar por la cabeza se hacía realidad y quedaba plasmado en el archivo de la respectiva cadena. Luego llegabas el fin de semana a casa, y no sé como se las apañaba la gente, que todo el pueblo te había visto en la telegaita (sí, Callejeros…). ¿Cómo es posible que tanta gente estuviese con el ojo puesto, para que justo, en esos 3 segundos de “gloria” se diesen de cuenta de que eras tú? Increíble, pero cierto.
La gente allí era “feliz”. Charlabas con unos, con otros… gente que ni conocías, y te sentabas en su círculo en el suelo a hablar de lo que fuese. Todo valía con un una copa en la mano y algo que decir. Así se forjaron grandes amistades que aún perduran años después.
Y así se sucedía la cita jueves tras jueves durante todo el curso excepto en período de exámenes, en que, como es de comprender, la afluencia era más bien escasa.
Era feliz… y nunca mejor dicho, hasta que llegó un mal nacido, el tipo de persona que se suele llamar irónicamente “el más indicado para hablar” (o en gallego “o porco máis cheo”), a prohibir el botellón en Santiago de Compostela.
Parece ser que no daba buena imagen y la gente protestaba porque quedaba todo sucio. Aunque comprendo su postura, creo que, como bien reza el refrán: “fue peor el remedio que la enfermedad”. Me explico.
No se dedicaron simplemente a prohibir ir a allí, si no que además empezaron a multar por “llevar bebida” por la calle. Esto es verídico, pues tres compañeros míos tienen cada uno una multa de 750€ por llevar un cubata en la mano mientras salíamos de una cena e íbamos a un pub.
En serio, ¿nos hemos vuelto locos? ¿Quién ha sido el iluminado que considera más grave llevar un cubata en la mano andando por la calle, en donde el máximo peligro es que te caigas tú mismo de culo, frente a un conductor borracho, el cual puede matar a sabe Dios cuanta gente? Por que sí, es más leve la multa que le ponen al gilipollas que coge el coche borracho, que al que va por la calle con un vaso (porque ni se paran a comprobar si es sólo Red Bull o lleva alcohol).
¿Qué han conseguido con esto? (de ahí la referencia al refrán). Pues que la gente haga botellón y fiesta en los pisos. ¿Y qué acarrea esto? Pues que los vecinos estén hasta las pelotas por el ruido, estos llaman a la Policía Local, y ésta también está hasta los **** de todas las noches tener que hacer el “vía crucis” a 20 mil pisos, llamar la atención por 1ª vez, y si la fiesta prosigue, volver de nuevo con la denuncia y desalojo.
Yo no sé cuánto más va a durar esto en Santiago de Compostela, pero a mí parecer están matando todo lo que viene a ser el “ambiente universitario nocturno”, algo que es muy bonito e importante para la economía de esta ciudad, que principalmente está compuesta de estudiantes (recordar que la USC tiene matriculados más de 30.000 estudiantes, sin contar Erasmus ni Sénecas).
Yo no sé vosotros, pero a mí, aunque me gusta más el ambiente de la Zona Vieja (versus Zona Nueva), echo de menos ir de vez en cuando hasta El Campillo y perderme hablando con la gente, mientras te tomas una copa y disfrutas de la noche al aire libre.